El pacto necesario
Tras la presentación de los presupuestos los temores sobre nuestra economía no sólo no se han disipado, sino que han aumentado. Volvemos a estar a tiro de rescate, dicen los analistas. Sube la prima de riesgo y la bolsa cae. En la misma longitud de onda se mueven los comentaristas afines a las estrategias más radicales: España ha hecho mal sus deberes. España es, a grandes trazos, el producto de lo que sus gobiernos hacen. Por eso quizá tiene que ver en esta nueva situación el hecho de que se haya retrasado la presentación del presupuesto, que se haya decidido no cumplir el déficit y que no se hayan subido impuestos tales como el IVA. Parece que, por el contrario, la amnistía fiscal es tomada como un asunto de menor cuantía desde el punto de vista recaudatorio y más como una estrategia de diversión, utilizando el lenguaje de la práctica militar, porque en lo que es el lenguaje civil, el contexto de la situación no tiene ninguna cosa divertida.
El ministro De Guindos anuncia reformas drásticas en sanidad y educación y lo hace en un medio oficial, es decir, alemán. Así que el asunto debe ir en serio. Tanto que desde el PSOE se pronostica el traspaso de las llamadas “líneas rojas” y, por tanto, el inicio de la confrontación abierta. Una advertencia clara y firme.
La verdad es que todo está irritantemente desnaturalizado, y la verdad también es que todo está bastante desordenado y no es menos verdad que todo está, además, demasiado confuso, pues hubo un momento en el que nos las prometíamos felices con la salida del anterior jefe del ejecutivo y ahora resulta que una vez operado el cambio, la cosa sigue sin aclararse.
España viaja en trenes de largo recorrido y en vagones de tercera. Como en aquellos años de la emigración, con la maleta de cartón, atada y a cuestas, en busca de un lugar al sol europeo. Los españoles no dejamos de ser jornaleros instalados en la subsistencia. Miramos al cielo a ver si vendrá el granizo o si, por el contrario, la sequía acabará con nuestras cosechas. Bajamos a las entrañas de la tierra y allí respiramos el aire viciado y convivimos con el grisú atronador. No somos más que pescadores de bajura, anclados a pocas millas de la costa, con el palangre y con el pincho para ver si nos hacemos con algo de los grandes bancos que esquilman los franceses. Hemos abierto la cantina y nos echamos a perder entre chatos y cañas y mientras nos pasmamos de que unas cuantas suecas nos descubran el potencial aurífero de nuestras playas de arena y estrellas de mar. Nos liamos con las algas mientras otros más listos levantan torres, multiplican los apartamentos y los estudios nos enseñan el gran hallazgo del siglo: la cocina americana, esa que se esconde en un armario de puerta corredera. Son metáforas, es cierto, pero ahora son las que mejor describen donde estamos.
Por eso cuando volvemos de nuestro viaje insular europeo, nos asomamos a la Glorieta de Atocha y los trileros nos sacan los réditos mientras buscamos con afán la bolita que nunca está donde debe. Nos hacemos el tocomocho a nosotros mismos. Nos fingimos el tonto del pueblo, acariciamos un trozo de terciopelo y nos entregamos al primer golfo que nos cuenta un cuento chino.
Somos el país de Palomares, el baño radiactivo, las base de Morón y el exilio anual en la vendimia afrancesada. Nuestra economía es de casino, el de la ruleta y el de la partida provinciana por igual, y nuestra política es la misma que la del burlador de Sevilla. La memoria histórica, por ejemplo, editada por ZP, atacada por el PP, cuenta ahora, en la España del cincel y el buril recortador, con más financiación que con los socialistas. Los mercados no confían en nosotros. ¿Por qué habrían de hacerlo? Mentimos más que andamos: pronto los presos estarán en las calles del mito euskaldún levantando piedras, cortando leños y hartándose de chiquitos. La España milenaria revivirá el misterio de Elche y nos dejaremos abatir por políticos en serie, engominados y endomingados, que nos hablarán en el idioma de Alf, mientras esperamos los encuentros en la tercera fase. La reina Amidala lo predijo: la democracia siempre se acaba con un estruendoso aplauso. El de media cámara de diputados, la mayoría absoluta sí, pero el germen de las dos Españas de rigor. Necesitamos líderes que sepan sumar y multiplicar mientras queremos que nuestros hijos sean funcionarios porque tenemos atrofiada la perspectiva, aunque aplaudimos a los emprendedores como si fueran monos de feria mientras decimos aléjate nene, que te vuelven loco: tú, registrador. No sabemos ni a dónde vamos ni de dónde venimos. Por eso todo nos sale mal.
Seguramente acabaremos intervenidos mientras nos tiramos lechugas y tomates a la cabeza dando gusto a la ensalada nacional tan característica de nuestra historia de mamporros con garrucha. Habremos hecho lo de siempre y habremos arruinado, de nuevo, a otra generación condenándola al desencuentro. Nada es tan fácil como querer tener razón y nada tan sencillo como no tenerla o perderla en un pis pás.
El PSOE y el PP deben entenderse para romper este círculo infernal en el que consumimos nuestras esperanzas. Muchos españoles que aún son niños pronto nos mirarán exigiendo explicaciones, asaltarán la madurez preguntándonos qué hemos hecho con su futuro, por qué nos lo hemos jugado al azar sin garantías y reprochándonos nuestra eterna disensión. Nos dirán cabreados y aburridos que no tenemos arreglo, y tendrán razón porque es lo que muchos de los adultos de hoy, ancianos de mañana, pensamos ahora mismo. Debemos cambiar la forma, romper el marco, arrancar los colores del lienzo y devolverlos a la paleta para pintar de nuevo el cuadro. Está vez de otra manera, con otro comportamiento. Debe haber un pacto en lo básico y entre los dos grandes. Un pacto que arroje claridad y que ponga luz donde no hay más que sombras. ¿Quieren que ahorremos? Hagámoslo, pero sepamos para qué: salvemos los servicios básicos para los que no tienen, los que tienen poco, los que los necesitan, los que sin ellos se empobrecen. No podemos seguir angustiados viendo quemarse presidentes haciendo los deberes de una mala maestra de escuela irritada y soberbia.
Somos un gran país que no tiene arreglo. O sí. Empiecen por ahorrarnos la pelea, pacten señores del gobierno y de la oposición un rumbo claro, un itinerario que aclare las dudas y despeje las incógnitas, protejan lo esencial y acaben con lo absurdo, para empezar con las duplicidades autonómicas y las diputaciones provinciales. Ya está bien de sostenella y no enmendalla. Demuestren que la política no es un campo de batalla, sino un arte noble que engrandece las naciones. Será una lección magistral. Sobre todo, para la alemana.
Rafael García Rico-Estrella Digital
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