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El escándalo Murdoch y nosotros

“Defiendo la prensa libre, son los diarios lo que no soporto”. Las palabras del dramaturgo Tom Stoppard son buen resumen de lo que británicos y ciudadanos de todo el mundo sienten al conocer el escándalo de las escuchas ilegales de The News of the World (NotW). Su caída puede anunciar la de Rupert Murdoch, el último magnate. En el cierre del segundo periódico en difusión de Gran Bretaña, con 2,6 millones vendidos cada domingo, se oculta el exceso de poder de la prensa sensacionalista, el cambio de la industria de los medios, la necesidad de News Corporation de salvar su televisión de pago BSkyB –en proceso de hacerse con el 61% del capital frente al 39% actual-, las estrechas relaciones entre prensa y política de las que Murdoch ha sido maestro de muñidores, y los lazos y ambiciones dentro del clan de la familia más poderosa de los medios, empeñada en salvar a James Murdoch y a Rebekah Brooks, ex directora del dominical y mano derecha del dueño de News Corporation.

Un escándalo que deja enseñanzas y sospechas sobre los medios, la política y sus relaciones no sólo en Gran Bretaña. Aquí hace tiempo que no tenemos prensa amarilla, pero sus mañas, sin llegar al atrevimiento de NotW, están ocupadas por medios que bajo la apariencia de calidad informativa mantienen relaciones con los políticos, la policía y los poderes económicos que emulan la maestría del viejo Murdoch.

El escándalo News of the World puede ser el golpe final para Murdoch, viejo, sin heredero nombrado al frente del mayor conglomerado de medios del mundo: The Sun, The Times, The Wall Street Journal, Fox, Sky y sus diarios australianos, donde empezó su carrera. Gigante de la televisión de pago, de los diarios y empeñado ahora en volver a cobrar en internet por la información y gran perdedor MySpace, su irrupción en las redes sociales que ha acabado en fiasco.

Murdoch es el poder. Lo fue en Australia y después en Gran Bretaña, donde con dinero y mala fe se hizo con el ahora maldito News, pero también con los entonces venerables The Times y The Sunday Times, emblemas del periodismo de calidad. Tras lograr el control de esos diarios asfixiando a sus viejas familias propietarias emprendió una guerra con los periodistas que empezó con luminarias como Harold Evans, director del mejor Sunday Times, y acabaría en sus luchas con los sindicatos. El magnate australiano dio la estocada a Fleet Street, la calle obsoleta calle de la prensa, y fundó el nuevo periodismo británico.

Sus diarios se hicieron más agresivos, soberbios y poderosos. El fin de las ideologías y la crisis de los laboristas le ayudó a dominar a los primeros ministros y a condicionar el voto de gran parte de los británicos. Margaret Tatcher y Tony Blair lo cortejaron convencidos de que sin su apoyo era muy difícil ganar elecciones y gobernar.

Murdoch se fue a Estados Unidos. Dejó a sus hijos varones a cargo de sus negocios a ambos lados del Atlántico y en China, donde sus relaciones con la dictadura roja comparten con Henry Kissinger la pasión por el poder emergente y sus posibilidades para el negocio. Rebekah Brooks se convirtió en su lugarteniente tras la retirada de los hombres de su generación que le ayudaron a devorar prensa y políticos mientras los desacuerdos con sus hijos retrasan una sucesión a menudo reclamada por los accionistas.

Y llegó el escándalo. Otro. Pero esta vez inapelable. Denunciado por The Guardian, némesis del estilo News Corp. Y con un Murdoch viejo y más lento.

Los escándalos de la prensa sensacionalista, su connivencia con la policía y muchos políticos, incluido el premier David Cameron, el fallo de control de la Comisión de Quejas de la Prensa, el pago por informaciones y exclusivas -el llamado checkbook journalism-, la explotación de la vida privada y la intimidad, la soberbia, mantenida hasta la despedida de NotW se han convertido en insufribles.

Medios como The Economist piden una investigación judicial hasta las últimas consecuencias. Otros alertan que endurecer los controles de la prensa no puede acabra castigando a los diarios que han luchado contra el imperio Murdoch. Consejeros de sus empresas como José María Aznar, nuestro ex presidente siempre tan duro y moralista con sus oponentes y con las ideas de los demás, callan obedientes.

No tenemos prensa amarilla. Declarada al menos. Pero tenemos medios estrechamente ligados a los podres más allá de la coincidencia editorial. Medios devoradores de la vida y la intimidad de los demás, en cuché, papel prensa y televisión. Medios que convierten la telerrealidad en información. Medios donde la presión del tiempo real y la lucha por la audiencia anima todo tipo de exageraciones y falta de rigor. A la sombra del poder y los intereses inconfesables han medrado canallas digitales.La opinión desaforada y sectárea de los tertulianos se desata en televisiones donde la irrupción multimedia de los grupos mediáticos gracias a la TDT es sinónimo de saldos y política.

No tenemos a Murdoch a pesar de sus escarceos para crear un grupo mediático de la derecha. El sempiterno rumor ahora redivivo con la crisis de Vocento y Unidad Editorial. Pero sufrimos algunos vicios parecidos y una pasión por la concentración que avanza de nuevo, capitaneada por Telefónica y Mediaset, propiedad de Berlusconi, otro magnate de la prensa y la política.

Rosebud, musitaba el moribundo Ciudadano Kane en la película de Welles recordando la inocencia infantil de ese trasunto de William Randolph Hearst, símbolo de la prensa amarilla norteamericana que forzó la guerra del 98 con España. Periodismo, murmuran como una plegaria ciudadanos y periodistas hartos de excesos y codicia. Como muestra el escándalo NotW y la protesta del 15M contra la miopía social de los medios. Es hora de más transparencia y responsabilidad, para el periodismo y también para un público que se deja embelesar por los medios de tripas y carnaza, trituradores sociales y fermento de la política desvergonzada.

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Juan Varela

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