Discrepo
Discrepo. En eso consiste la pluralidad y la libertad, en poder discrepar de aquellos con los que también puedes estar de acuerdo en otras cosas. La discrepancia no es más que el respeto por la opinión, el valor que damos a las ideas que se adquiere por la diversidad de éstas. Eso es la democracia también.
Así que yo discrepo. No estoy de acuerdo en convocar manifestaciones el día 11 de marzo. Ni estoy de acuerdo ni me gusta la idea. Al contrario, me parece una idea mala, pésima. Creo que la reivindicación y el derecho a manifestarse es una parte sustancial del ejercicio de la política, del cumplimiento de nuestros derechos constitucionales. A nadie puede sorprender, por mucho que se haya dicho esta semana, que la gente plantee llanamente sus reivindicaciones laborales y su protesta por las medidas económicas: eso está en la naturaleza de nuestro sistema político y de valores. Es la conquista más visible de los ciudadanos en su sociedad.
Pero no creo que hacerlo el 11M contribuya en nada a clarificar las posiciones sindicales o las reivindicaciones ciudadanas: al contrario, creo que oscurecen el derecho de los trabajadores porque las manifestaciones se superponen a otro valor esencial para construir nuestra sociedad: la solidaridad. Creo que la manifestación de solidaridad con las víctimas del terrorismo es muy importante porque además de ser un acto noble, es un bien que nos hacemos como colectividad para demostrarnos comprensión, sensibilidad y compañía en los terribles momentos en los que la memoria se alza sobre lo inmediato.
La primera demostración de la memoria está en el recuerdo y el homenaje a los nuestros asesinados por delincuentes terroristas. Es muy difícil querer construir si no edificamos primero cimientos de solidaridad con las víctimas. Y eso es así porque somos como nos comportamos y nuestra actitud ante el dolor de los otros nos sitúa en nuestra auténtica dimensión.
Vivimos junto a ellas todo el año y un día de cada 365 lo dedicamos a detenernos y recordar. Yo recuerdo muy bien el 11M – el mayor atentado de la historia de España- y aún me sobrecogen los gritos angustiados de los supervivientes y el silencio inmenso de los muertos. Me sobrecoge el recuerdo y la emoción se instala como un conjunto de sensaciones que soy incapaz de definir. Hemos ido a muchos entierros de asesinados, hemos visto a familias destrozadas por el terror de la muerte provocada y el 11M es bien representativo de ese caudal de tristeza que surge cada vez que un criminal aprieta el detonador.
Creo que el respeto por la memoria es indispensable para escenificar nuestra apuesta social por los principios y los valores; y creo que es el instrumento más eficaz para curar el resentimiento y abrazar la lealtad que nos debemos unos a otros como seres humanos en un mundo en el que el dolor nos acecha y en el que el cariño con quien sufre debe ser la antesala de cualquier planteamiento político.
Por eso creo que los sindicatos se equivocan. No porque lo reprochen unos políticos que se oponen a su estrategia movilizadora: se equivocan porque nos confunden a los demás, nos provocan un nudo en la garganta y nos sitúan en una contradicción tan innecesaria e inútil que es imposible reaccionar a ella con frialdad o indiferencia: ante la duda, estoy con las víctimas del 11M. Con una sola que reclamara su derecho a conservar el recuerdo ese día y con una sola que reivindicara su derecho a la comprensión de los demás, me bastaría para interrumpir cualquier reflexión o dilema sobre el resto de los problemas y me invitaría a unirme en compañía solidaria con esa persona.
Creo que el calendario ya es un asunto por sí mismo terrible para los supervivientes, para los familiares de los muertos. Los días pasan con un enorme desconsuelo por las pérdidas terribles y creo que arrancar de ese calendario la fecha en la que nos unimos todos en la conmemoración del recuerdo, es algo innecesario y que por el mero hecho de debatirlo poniendo en el mismo plano el derecho a hacer otra cosa y el deber de no olvidar, se convierte en un asunto atroz.
No cuestiono ni una sola de las demandas sindicales, es un asunto que no se trata en este artículo. Cuestiono la sensibilidad, o si me lo permiten, la insensibilidad, más aún cuando en aquel terrible día todos nos prometimos no olvidar nunca a los nuestros que se fueron.
Frágil memoria la de España ante algo tan cercano. Así que discrepo con toda rotundidad.
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Rafael García Rico