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Carlos Fabra, Costa Nostra

El otro día, cuando abrí el buzón de casa, creí que se me paraba el corazón. Había una carta con remite gubernamental, en la que mandaba la armoniosa y amenazante A de la Agencia Tributaria. Creo que le hubiera pasado a cualquiera. Abrí apresuradamente el sobre y devoré las palabras con riesgo de caerme por las escaleras. Un esfuerzo inútil, ya que no entendí nada. Decía: “Notificación de la admisión de la renuncia al cobro de la devolución”. Como si me hablaran en chino, pero se me aflojaron los esfínteres, como a cualquier hijo de vecino.

Quiere con esta tonta anécdota expresarse el pavor cerval y atávico que cualquier trato con la Hacienda pública produce a un ciudadano, porque puedo asegurar que mis cuentas con Hacienda son de lo más normalitas, no le dan a Montoro casi ni para un convite ministerial en la taberna de la esquina. Pero, claro, Carlos Fabra no es un tipo cualquiera.

El expresidente de la Diputación de Castellón es un tipo con nervios de acero. Durante al menos cuatro años desafió la posibilidad aterradora de que en su buzón apareciera el sobrecito con la armoniosa A de la Agencia Tributaria y defraudó 693.000 euros, que se sepa. Y eso sí que da para un convite, incluso para una buena máquina hospitalaria, de las que detectan un cáncer.

Lejos de espantarse, toreó con diestra mano a los inspectores de haciendaesafió con mano diestra a los inspectores de Hacienda

Hacienda no solo le envió una cartita, sino que le mandó a los inspectores, unos señores que con apenas mentarlos espantan al más templado. Y él, lejos de espantarse, los toreó con diestra mano, hasta el punto que los señores inspectores se sintieron burlados, estafados. Bueno, más bien se sintieron ante un estafador.
Aún hoy, no cautivo, pero si condenado, Carlos Fabra se siente respaldado y aliviado por la condena. Y eso que le han caído cuatro años de cárcel y una multa con la que espero que se pague la mejor máquina para atender a personas enfermas. Propongo, si se me permite, una de mamografías, para aliviar las listas de espera más que nada.

“Que la cárcel me espere largo tiempo”, ha dicho.

Uno, que algo conoce Castellón y su provincia, entiende la sangre fría de Fabra. Es la sangre fría del que ha tenido siete antepasados presidentes y factótum de la Diputación. La del que jugaba al pádel y al golf con un presidente del Gobierno poderoso. La del que, por su capricho, coloca a la hija para diputada y a su novia para vicepresidenta de la Diputación. La de quien hacía temblar al más pintado con su voz cascabelera cuando aparecía donde se negociaban los engendros urbanísticos llamados PAI’s que han asolado la costa, la Costa Nostra. Un hombre, en suma, que miraba directamente a las moles de Marina D’Or y no se le nublaba la vista ni le daban sudores fríos, como nos pasa al resto de los mortales.

“Un político ejemplar”, dijo el presidente de él. Mariano Rajoy seguro que piensa que, para una vez que se manifiesta, mejor hubiera hecho como hace el resto del año. Callarse.

Por cierto, por si a alguien le preocupan mis desventuras con Hacienda. Llamé, hablé con un robot y seguí sin enterarme de qué iba la cosa. Voy a ver si me busco un hueco en la Diputación, por si acaso.

 

Joaquín Vidal