Historias de mi vida liberal: educar, sí. Pastorear, no
En 2009 cumplí 50 años de mi graduación como Maestro (1959-2009) . Cuando, un compañero, Miguel Palmer, me invitó a celebrar el cincuentenario de nuestra graduación como maestros, el 29 de mayo de 2009 en Palma de Mallorca, dudé en asistir. El peso de los años se hacía sentir. Pero pronto la sangre de maestro volvió a correr por mis venas. Esa vocación que nació en una humilde escuela unitaria en Puigpunyent, y que me llevó desde allí hasta la Cátedra de Psicología Social en la Universidad Complutense, a escribir más de 450 libros y más de 3000 artículos, a representar a múltiples instituciones, y a recibir homenajes… esa vocación seguía viva, como los es ahora en 2025, dieciséis años después.
Sí, me llamo Maestro de Escuela, y es el título del que más orgulloso me siento, y me he sentido en toda mi vida, pues educar ha sido siempre mi gran ilusión, educar en la Libertad, en la Solidaridad, en los Valores, en el Mérito y curiosamente ya, al fin de mis días, me doy cuenta de que en nuestro país, y por razones políticas, ya no se educa, se pastorea.
A pesar de todo ese tiempo pasado, sigo considerándome, por encima de todo, Maestro de Escuela. Y no hay título más alto ni que me haga sentir más orgullo. Repitiendo en mi subconsciente: “Educar en libertad, no pastorear en servidumbre”
He dedicado mi vida a educar en libertad, en valores, en el mérito, en el pensamiento crítico. Sin embargo, al mirar el panorama educativo actual, siento una profunda desilusión. En lugar de formar ciudadanos libres y conscientes, nuestro sistema de Transición desde 1978 se ha transformado en un pastoreo ideológico, agravado por los siete años de gobierno social-comunista de Pedro Sánchez.
Bueno, nuestros pastores, los políticos, todos los políticos agrupados en 17 Comunidades Autónomas y dos ciudades. quieren convencernos de que lo que hacen está bien hecho y es para nuestro bien, y en vez de preocuparse porque pensemos y reflexionemos, su principal preocupación es que no cambiemos el voto, para así mejor pastorear su grey. Ellos no se aprietan el cinturón, roban, corrompen, hacen un lujo fastuoso en sus “tuneados” coches, sus escoltas, edecanes y “fans” que les aplauden sus “malditas” gracias en 17(19) distritos.
Nuestro estólido (busquen la palabra en el diccionario, si es que tienen alguno, a ser posible, el de María Moliner) Gobierno sigue erre que erre equivocando el futuro y llevándonos a una Icaria que poco tiene de ideal, y mucho de bajas pasiones e ignorantes o inútiles existencias.
Las 17 comunidades autónomas y las dos ciudades, convertidas en pequeñas taifas políticas, han priorizado el voto por encima del conocimiento. No hay acuerdo nacional sobre una educación coherente y sólida. Cada región legisla a su antojo especialmente en Educación, alimentando la confusión lingüística, la desigualdad formativa y, como consecuencia, el fracaso escolar. ¿El resultado? Tres categorías de españoles: ignorantes, aborregados e imbéciles. Y peor aún: deslenguados, jóvenes que ni siquiera dominan su lengua, ni la propia ni otras.
La demostración más palpable ha sido la reciente conferencia de presidentes celebrada estos días en Barcelona, con pinganillos para eterna vergüenza nacional de España. El uso de lenguas regionales como el catalán o el euskera, en una reunión de presidentes que deben utilizar exclusivamente el español para entenderse bien, ya que no se trata de hacer política sino de facilitar la comprensión de los problemas gravísimos que aquejan a España. El gesto de Isabel Diaz Ayuso ausentándose de la sala en cuanto se pronunciaron discursos en catalán y euskera demuestra la falta de sentido común del presidente de la nación y de la mayoría de los presidentes regionales. Los del PP lo único que querían era además de sus intereses regionales era celebrar elecciones generales, en realidad muy necesarias.
En un contexto político cada vez más polarizado, donde las diferencias entre administraciones autonómicas y el gobierno central han sido foco constante de tensión, la reciente conferencia de presidentes celebrada estos días ha dejado una huella significativa tanto en el panorama institucional como en la percepción pública de la gobernabilidad en España, siendo en conjunto un solemne fracaso por la disparidad de criterios.
Esta cumbre, que reúne a los presidentes autonómicos con el presidente del Gobierno para tratar temas de interés común, ha sido en esta ocasión una clara demostración de que, con las discrepancias ideológicas y territoriales, no es posible alcanzar consensos cuando el interés general se debería colocar por encima del partidismo.
Un espacio para el diálogo necesario. La reunión, celebrada en un clima inicialmente tenso por la agenda marcada. que incluía cuestiones como la financiación autonómica, la gestión migratoria y la coordinación en políticas sociales, terminó por convertirse en un escenario donde primó la incomprensión. Varias comunidades autónomas, incluso algunas tradicionalmente críticas con el Ejecutivo central, mostraron disposición para colaborar en áreas estratégicas, como la distribución de fondos europeos o la mejora del sistema sanitario, en tanto se enfrentaban hasta el fracaso en el resto de los temas. Este gesto de apertura ha sido interpretado por analistas y medios, controlados por el gobierno, como una muestra palpable de madurez política, especialmente en un momento en que la ciudadanía demanda acuerdos más allá de la retórica y los bloques ideológicos. Pero no se habló apenas de Educación que es donde más se fracasa en España.
Acuerdos inconcretos y gestos simbólicos. Entre los más destacados figura la creación de un grupo técnico para reformar el modelo de financiación autonómica, uno de los temas más espinosos desde hace años. También se acordó reforzar la coordinación en materia de acogida de menores migrantes, un asunto que había generado fuertes fricciones entre autonomías y el gobierno central.
Pero más allá de los acuerdos específicos, el hecho mismo de que se haya producido una reunión es, en sí mismo, un logro. La asistencia completa de los presidentes autonómicos, incluso de aquellos que en el pasado decidieron ausentarse de estas citas, envía un mensaje insuficiente de política global.
Eso es una señal para el futuro. La reciente conferencia de presidentes no ha resuelto todos los problemas, ni mucho menos, si acaso ha empeorado. Pero ha dejado una débil señal esperanzadora: que el sistema autonómico español, aunque complejo, sigue teniendo en el diálogo su principal herramienta de cohesión, aunque haya que prescindir de pinganillos. La política, cuando se ejerce con altura de miras, podría ofrecer soluciones incluso en contextos fragmentados.
En tiempos de desafección ciudadana y crispación parlamentaria, este tipo de encuentros ofrecen una imagen distinta: la de una España plural que, sin renunciar a sus diferencias, es capaz de sentarse en la misma mesa para construir acuerdos en nuestro caso insuficientes.
No es casualidad que España ocupe el puesto 20 en educación dentro de Europa. Estamos, lamentablemente, entre los últimos. Por países, el más avanzado en este terreno es Lituania, donde el pasado año el 58% de la población de 30 a 34 años había completado algún tipo de educación superior. Chipre ocupa el segundo puesto (55,8%), Islandia el tercero (53,7%), Irlanda el cuarto (53,5%) y Suiza el quinto (52,8%). España se sitúa en el puesto vigésimo con un 41,2%, algo por encima de la media de la Unión Europea (39,9%).
El saber no ocupa lugar, pero sí necesita espacio. La cabeza de nuestros jóvenes, en cambio, parece haber sido ocupada por el hedonismo, el botellón, la promiscuidad sin responsabilidad, y un nihilismo alentado por la falta de rumbo y exigencia. “Panem et circenses” —pan y circo— decían los romanos en tiempos de decadencia. Nosotros seguimos el mismo camino.
Nuestros dirigentes, de todos los colores políticos, no desean ciudadanos libres y críticos, sino votantes fieles y obedientes. No fomentan el pensamiento, sino la sumisión. Mientras la clase política vive entre coches oficiales y gastos innecesarios, a la ciudadanía se le pide paciencia… y silencio, aborregamiento.
La esperanza, los maestros. Ni pizarras digitales, ni ordenadores personales resolverán el problema. Sólo una verdadera vocación docente, como la que compartimos los maestros del 59, puede marcar la diferencia. Aquellos que creemos en los valores, en el esfuerzo, en la enseñanza como una misión, no como un trámite.
Tristemente, los resultados nos dicen que hemos fracasado. Pero no por falta de entrega, sino por falta de respaldo institucional, social y político. Hemos sido maestros, no pastores. Y eso, a la larga, ha resultado incómodo para muchos.
Pensar para existir. La vida solo tiene sentido si se es libre para pensar, y si se tiene algo en la cabeza con lo que hacerlo. Ese principio básico no lo entiende quien pretende pastorear en lugar de educar.
Ojalá volvamos a formar ciudadanos y no clientes del sistema. Porque educar no es entretener, ni adormecer, ni manipular. Educar es despertar mentes y forjar conciencias.
“La vida tiene sentido si se es libre para pensar y se tiene algo en la cabeza para hacerlo.”
La libertad de pensar: el verdadero sentido de la vida. Vivimos en una época donde la información nos rodea y las opiniones se multiplican, pero paradójicamente, el pensamiento libre y profundo parece escasear. En este contexto, la frase “La vida tiene sentido si se es libre para pensar y se tiene algo en la cabeza para hacerlo” cobra un valor esencial y profundamente humano.
Pensar: el acto más revolucionario. La libertad de pensamiento no es solo un derecho: es una necesidad existencial. Pensar con autonomía nos da identidad, dirección y propósito. Cuando uno puede cuestionar, imaginar, reflexionar y decidir por sí mismo, se está ejerciendo la forma más alta de libertad. Sin esa libertad, incluso la vida más cómoda pierde sentido, porque el individuo se convierte en mero espectador de su existencia.
Con qué pensar: el valor del conocimiento. No basta con tener la libertad de pensar, también se necesita tener "algo en la cabeza". Es decir, herramientas mentales: conocimientos, criterio, curiosidad. Pensar sin base lleva al error o la manipulación; pensar con fundamentos permite crear, resolver y crecer. El conocimiento no es solo acumulación de datos, sino capacidad para ver el mundo con profundidad y actuar con conciencia.
Educación: el puente entre libertad y pensamiento. Una sociedad verdaderamente libre no solo permite pensar, sino que forma a sus ciudadanos para hacerlo bien. Aquí entra la educación como pilar fundamental. Una educación crítica, ética y humanista no adoctrina, sino que despierta. No impone verdades, sino que enseña a descubrirlas, evaluarlas y, si es necesario, cuestionarlas.
Cuando la cabeza y la libertad se unen. Cuando una persona tiene ideas propias, herramientas para analizarlas y la libertad para expresarlas, entonces la vida cobra un nuevo sentido. Ya no se vive solo por instinto o por rutina, sino por una motivación interior que conecta con el deseo de comprender y transformar la realidad.
“Educar en libertad, no pastorear en servidumbre” “La vida tiene sentido si se es libre para pensar y se tiene algo en la cabeza para hacerlo”
Las dos frases frase nos recuerdan algo profundo y simple: no hay vida plena sin pensamiento libre, y no hay pensamiento libre sin contenido, sin formación, sin pasión por saber. La libertad sin conocimiento es un espejismo, y el conocimiento sin libertad es una prisión. Juntos, hacen que vivir tenga sentido.