sábado, abril 20, 2024
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Historias de mi vida rotaria: Rotary Club Madrid Puerta de Hierro, VI Certamen literario de relatos cortos para jóvenes escritores. 2023

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Bernardo Rabassa
Bernardo Rabassa
Librepensador. Maestro Nacional. Licenciado y Doctor en Filosofía y Letras y Diplomado en Psicología Industrial por la Universidad Complutense de Madrid.

Nuestro Certamen Literario Rotario. [email protected].

Creado en el año 2018 por nuestro Club Rotario Madrid Puerta de Hierro, bajo la presidencia de D. Diego Fernández-Casado, busca la promoción de los valores rotarios entre nuestros jóvenes, a la vez, que fomentar la creatividad a través de la escritura. Organizado magníficamente por nuestro vicepresidente este año Rafael González y presentado por M.ª Eugenia Lapeira, siendo yo jurado, que curiosamente premió a los relatos que siguen, en su mismo orden.

Con esta noble idea, surgió este proyecto que ha ido creciendo y consolidándose en los últimos 5 años, pasando de una participación de apenas una treintena de alumnos y una docena de centros docentes implicados a los casi 200 participantes y más de 80 centros involucrados.

Los ganadores se seleccionan siguiendo criterios de creatividad literaria establecidos por los profesionales de la Escuela de Escritores de Madrid, con la condición de que se promuevan en el relato los valores rotarios de amistad, comprensión, empatía, servicio a los demás, buena voluntad, solidaridad y paz, según consta en las bases del certamen.

Tras una primera selección realizada por esta prestigiosa se deciden los premiados finales mediante un jurado participado por miembros de la Vicepresidencia, Consejería de Educación y Universidades de la Comunidad de Madrid, rotarios y profesionales de reconocido prestigio en el área de la escritura y por la Escuela de Escritores de Madrid.

Debemos destacar la gran calidad y talento que nuestros jóvenes escritores (de entre 12 y 16 años) son capaces de expresar, como lo han demostrado en las sucesivas ediciones.

Desde el primer momento se fijaron unos premios atractivos, basados en equipos y dispositivos informáticos, (PC, Tablets y Libros electrónicos) para incentivar a los participantes, así como a sus profesores de Literatura o Lengua. En las últimas ediciones hemos añadido como premio “cursos gratuitos de escritura” a cargo de la Escuela de Escritores de Madrid, y la asistencia a un RYLA rotario.

Desde la edición de 2021, se reguló la participación en dos categorías para separar las edades (categoría A de 12 a 14 años y categoría B de 15 a 16 años). Y desde la tercera edición, todo el proceso de participación y envío de documentación está totalmente digitalizado para cumplir el objetivo de “cero papel”.

El Certamen se cierra con un acto solemne de entrega de premios, con la asistencia de autoridades relacionadas con las instituciones implicadas, como la actual Vicepresidencia, Consejería de Educación y Universidades de la Comunidad de Madrid, la Escuela de Escritores, y el propio Distrito Rotario, además de los participantes, familiares, rotarios y amigos.

Y, salvo el año de la pandemia, 2020, en que, debido a la situación sanitaria, nos vimos obligados a diseñar un formato online, el acto se realiza de forma 100% presencial para poder compartir e intercambiar impresiones con todos los asistentes.

El acto de clausura se aprovecha para difundir la identidad, actividades y valores rotarios antes mencionados, que forman la base del Certamen, entre todos los asistentes y para ensalzar la labor creativa de los jóvenes participantes. Asimismo, se programan videos sobre las actividades de los Rotarios en el mundo para dar a conocer nuestra filosofía de base creada por nuestro Fundador Paul Harris en 1905 “Dar de si antes de pensar en si”. Nuestra misión. Nuestra misión es brindar servicio a los demás, promover la integridad y fomentar la comprensión, la buena voluntad y la paz entre las naciones a través de las actividades de compañerismo de nuestros líderes empresariales, profesionales y cívicos.

Este año, el acto de clausura se realizó en el auditorio del Centro Cultural de Sanchinarro, sito en la C/ Princesa de Éboli, 29. 28050 MADRID, el jueves 25 de mayo de 2023 a las 18.00h.con la asistencia de unas 300 personas

Gracias a la valiosa colaboración de las entidades mencionadas y al inestimable esfuerzo y entrega de los socios del Club, sacamos adelante esta magnífica iniciativa enmarcada perfectamente en nuestro ideario rotario.

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 Los premiados han sido: 

UNAS ROSAS ROJAS 1º premio categoría A (12 a 14 años)

-Hedy Lamarr (seudónimo)

Madrid estaba, definitivamente, en las últimas. Mientras Jose caminaba con su hija María en

dirección al café Gijón, vio como unos civiles trataban de limpiar los destrozos que un misil había

causado en la casa de Doña Paquita, quien tenía un hijo en el bando nacional. La pobre mujer había

tenido suerte de no encontrarse en la casa en el momento del ataque.

-¿Nos harán daño, papá?, preguntó María, mientras examinaba minuciosamente el escenario a su

alrededor.

-Claro que no.

-Entonces, ¿Por qué nuestra casa también ha sido destrozada?

-Se lo pedí yo a los nacionales, así tenemos excusa para hacer reforma. Pero hasta que podamos,

seguiremos viviendo con el tío Santiago.

Llegaron al café. Caras sombrías y demacradas les miraron cuando entraron, e hicieron un amago

de saludo. El camarero no tuvo ni que tomarles nota, pues siempre desayunaban lo mismo: café con

leche y galletas.

-Papá, ¿A mamá le gustarán las reformas que haremos en casa?, preguntó María, ansiosa. La idea de

reforma la había entusiasmado.

-Espero que sí. Después de tanto tiempo sin verla, sería una pena que se desilusionase.

La gente alrededor observaba a Jose de forma extraña, como si fuese un demente que hablase solo.

Otros muchos le miraban con compasión.

Su mujer, Juana, había partido al pueblo, en Toledo, un mes antes del intento de golpe de estado y el

estallido de la guerra. No sabían ni si había llegado a su destino, pues llevaban dos años sin noticias.

Todos menos Jose y su hijita la daban por muerta.

Tras desayunar, fueron a dar un paseo. Era un día especialmente soleado, lo cual compensaba los

oscuros destrozos de la ciudad y las caras lúgubres de los madrileños.

Al llegar a un parque, se encontraron con Don Alberti.

-¡Rafael! Me alegro de verte. ¿Has escrito algo nuevo? ¿Me lo enseñas?. María era una gran

admiradora suya. Sin embargo, el escritor pareció no oírla.

-Buenos días, señor Alberti. ¿Disfrutando del sol?

-Hola, Jose. Si, ciertamente este clima me levanta la moral y la sonrisa. Por cierto,¿Qué tal lleva lo

de…? Por una vez, el escritor pareció no encontrar las palabras.

-¿Lo de mi casa?Es duro, pero no tanto como lo que sufren otros españoles. Doña Paquita lleva dos

años sin saber de su hijo.

-Las pérdidas son tristes, sin duda…Admiro su resiliencia, Jose.

Tras despedirse de Rafael, siguieron andando hacia la floristería. Era un día especial, el cumpleaños

de María, e iban a comprarle sus flores favoritas: rosas rojas.

-¡Hombre, Jose, cuanto tiempo! Te hacía fuera de Madrid, exclamó Alfonso, el propietario de la

floristería desde que Jose tenía memoria.

-Mi sitio está aquí, aunque parezca que quieren echarme. Vivo con mi hermano Santiago.

-Le debe ser de gran ayuda en estos momentos.

-Si, mi hermano es un buen hombre. Estuvo en el frente el año pasado, pero perdió una pierna. En

cierto modo, nos ayudamos mutuamente.

 -Mi chaval también está luchando. Es el orgullo de la familia. Aunque dijo esto con mucha

convicción, Jose percibió en los ojos de Alfonso un destello de melancolía.

-Ponme un ramo de rosas rojas.

-Ah, si, por supuesto. Estás de suerte, son las últimas. ¿Puedo preguntar quien es la afortunada?

-Mi hija.

A Alfonso se le ensombreció la cara.

-Por supuesto.

Pagaron y siguieron andando.

-Son preciosas, señaló María.

-Claro que sí, princesita. Y cada vez que las vea, me acordaré de ti, la más bonita de todas.

Llegaron a su destino. Pese a toda la destrucción, pese a todo el devastador escenario que

presentaba Madrid desde hacía ya dos años, pese a todo mal, el cementerio siempre permanecía

igual: silencioso, pulcro, con lápidas intactas y flores recién puestas.

Caminaron hacia un nicho de mármol, con unos grabados bastante recientes: María Alatriste.

1930-1938. Si mi voz muriera en tierra, llevadla al nivel del mar, y dejadla en la rivera.

-Siento no haber podido conseguir un sitio mejor. Hice lo que pude.

-Tranquilo, las flores lo hacen más agradable. ¿Seguirás viniendo a verme? María miró a su padre,

esperanzada.

-Todos los días, tesoro. Todos los días.

-Yo también procuraré seguir acompañándote.

-Sï, por favor. Sabes que sin ti me volvería loco.

En ese momento, un hombre agarró a Jose por el hombro

-Aquí estás, hermano. Era Santiago, en su silla de ruedas.

-¿Me buscabas, Santi?

-Desesperadamente. Pero, si estás muy ocupado…

Jose se giró. María ya no estaba ahí.

-Ya no lo estoy. ¿Se sabe algo de mi mujer?

-¿De Juana? Jose, Juana se ha ido…

-No se ha ido. Nadie se va nunca.

Y así, ambos hermanos siguieron debatiendo mientras se adentraban en Madrid. María les

observaba, sin que su tío pudiera verla a ella. Solo su padre la podía ver. Desde que había perecido

el día que su casa desapareció, su padre pasaba todas las mañanas con ella. Aunque para los demás

solo era un pobre loco. Un pobre loco que, como los demás, trataba de sobrevivir en tiempos

difíciles.

Estrellas. Violeta Kundalini 2º Premio Categoría A

-Déjalo ya, Óliver. No merece la pena hacerse ilusiones, pues no se cumplirá nunca.

Y dejó la sala, enfadada.

Esa noche, se quedó pensando en su sueño. Ya ni su propia familia la trataba como una

princesa, solo era un cáncer, un maldito y estúpido cáncer.

Al día siguiente, le dijo a su madre:

-Mamá, ¿por qué no puedo ser una princesa?

-Por qué dices eso, claro que puedes ser una princesa.

-No puedo ser una princesa porque no tenemos dinero y encima solo soy un cáncer, nada

más. No tengo un vestido, ni una corona ni unos zapatos. Sólo un cáncer.

-No cariño, eso es mentira, no eres un cáncer -le respondió con el alma rota- Venga, a

dormir que es muy tarde. Para ser princesa no se necesita nada de eso, solo es la actitud.

Buenas noches. Te quiero como nadie querrá nunca a nadie en el mundo. Lo sabes, ¿verdad?

Y la besó despacio y con cariño en la frente.

Aunque su madre lo negó, se quedó muy triste pensando en el sueño de su hija, al final era su

culpa, eran pobres, no se lo podían permitir. Pero su hija era una luchadora, la más valiente

del mundo. La que si se ve rodeada de sombras, enciende la llama de su corazón y las

espanta, la que vence al dolor con una sonrisa, imaginando, soñando. Si no se había rendido

su pequeña, no se podía rendir ella. Se merecía el mundo entero, pero primero empezaría por

hacerla feliz.

Al día siguiente, se fue a la mercería más cercana, y gastó todo su dinero en una tela rosa,

botones plateados, tul, mucho tul, un hilo y una aguja.

Su padre, buscó por toda la ciudad y encontró abandonados una corona, un cetro y lo más

importante de todo, unos zapatos amarillos.

Su madre usó la tela rosa y el tul para hacer un vestido precioso, aunque imperfecto, por la

poca práctica de sus manos.

Cuando tuvieron el conjunto, se lo entregaron a su hija con una nota que ponía: “Nunca dejes

de soñar”

Tiana se lo probó y dio vueltas por la habitación saltando de alegría con sus zapatitos

amarillos. Se puso su corona amarilla imitando el oro y cogió su cetro.

Salió corriendo de su habitación y fue directamente a la habitación de Óliver a enseñarselo.

-¡Te dije que podías!-le dijo este

El vestido no se lo ponía todos los días, para no estropearlo, pero no la veías salir de la

habitación sin sus zapatos amarillos.

Al poco tiempo, se ganó el nombre de “ La princesa de zapatos amarillos”.

Ya el cáncer no era su nombre de identificación, ya era una princesa con zapatos amarillos.

Pero la tristeza no tardó en llegar.

Una mañana, los controles se empezaron a disparar.

Otra vez esa presión en el pecho.

Había llegado el momento.

La muerte se la llevaba, la sentía agazapada en las esquinas. La estaba buscando.

Tiana se asustó.

Si se iba a morir, ¿era así como quería hacerlo?

No, ella iba a morir como una princesa. Se puso su vestido, su corona, sus zapatos amarillos,

y cogió su cetro.

Se paró a pensar. Toda princesa tiene un príncipe, así que salió de la habitación en busca de

Óliver.

Entró en su habitación y se miraron.

-Ha llegado mi hora-le dijo a duras penas Tiana-¿Harías el favor de ser mi principe?

Óliver la miró con esos ojos sin fondo, pero esta vez, una lágrima acariciaba su piel y la

arañaba, rompiendola, como las garras de un lince.

Se levantó y se dieron la mano.

Caminaron al final del pasillo, el cual se les quedaba cerca, y cuando llegaron al final,

empezaron a andar erguidos, como dos príncipes en la alfombra roja.

Cada vez estaba más cerca, caminaron a paso lento, pero caminaron.

A mitad del pasillo, Tiana perdió la respiración, pero no dejó de caminar.

Quería una muerte digna, ambos querían cumplir sus sueños.

Seguro que estaréis pensando: “Pero si el sueño de Óliver no era ser príncipe”

No os equivocáis, no era ser príncipe, su sueño era hacer feliz a la gente, y ese día hizo felíz a

Tiana, más de lo que nadie puede imaginar

Pero todos los cuentos tienen que tener un final, y lamento deciros que este fue el final:

Llegaron al final del pasillo, y sin un paso más o un paso menos, se desplomó en el suelo.

Se miraron a los ojos por última vez.

-Nunca te olvidaré, mi princesa-dijo Óliver acariciando la piel de la pequeña, intentando

disimular su tristeza, escondiendo sus lágrimas tras un falso muro de cristal que levantó en su

corazón.

Y la muerte llegó traicionera y sin avisar. Se coló por la puerta, ventanas y pasillos, y

encontró a los niños tirados en el suelo con un montón de enfermeras alrededor. Pero eso no

fue un impedimento para ella, pues las esquivó a todas, y cogió como quien coge a un frágil

pájaro de cristal la joven alma de la niña y se la llevó consigo.

Pero Tiana murió feliz

Tiana murió como princesa

Como la princesa de zapatos amarillos.

.“CAZADORES DE SUEÑOS”. El Chompiras: 2º Premio Categoría B(15 a 16 años)

La lluvia azotaba con gran fuerza la ciudad de Madrid. Los truenos emitían grandes estruendos, tan fuertes, que daba la impresión de que las calles retumbaban. El cielo solo se iluminaba por los feroces relámpagos, y la Luna llena de aquella noche estaba escondida entre los grandes nubarrones negros que cubrían la capital. Jimena Lozano, una estudiante de psicología, observaba desde su ventana todo este escenario, con una taza de café cargado a su derecha que le estaba ayudando a no dormirse y a seguir estudiando. Trataba de concentrarse, pero el sueño hacía que su cabeza se tambalease y que los párpados comenzasen a pesarle. Cuando parecía que el café había dejado de hacer efecto y Jimena estaba a punto de dormirse sobre aquella mesa de madera, esta escuchó un grito desgarrador que venía de la habitación contigua. Jimena dio un respingo, ya que sabía que ese grito solo podía ser de su pequeño hermano de 9 años: Lucas. Jimena salió de su habitación a toda prisa, presionó el picaporte de la puerta y entró a la habitación de su hermano. Lucas hiperventilaba, y tenía gran sensación de mareo. Sus manos estaban algo temblorosas, y su mirada parecía perdida. – Lucas, cálmate – le tranquilizaba Jimena. – Ya pasó, tranquilo, ¿has vuelto a tener una pesadilla? – Sí. – respondió Lucas mirando muy asustado a su hermana. – Venga, tranquilo. – seguía diciendo Jimena mientras lo abrazaba. – ¿Ha sido ese monstruo con ojos de fuego? ¿O te perseguía el hombre de las cejas grandes? – Los dos. – contestó con la respiración entrecortada y con la voz algo quebrada. – Querían venir a por mí y… sentía que no tenía escapatoria…, eran horribles. Además, había gente con la cara desfigurada y… – No te preocupes, solo era un sueño. – continuaba calmándolo con aquel cariñoso abrazo. – Yo estoy aquí, no tienes nada que temer. Ya sabes que cuando yo era niña, también tenía muchas pesadillas. Sin previo aviso, Jimena volvió a recibir un susto. Esta vez, era el estridente sonido del telefonillo. La chica se levantó de la cama en que estaba abrazando a su hermano y fue a contestar. Se extrañó fuertemente, ya que nadie solía llamar al telefonillo a la una de la mañana. No obstante, se sorprendió al ver que la persona que llamaba era Rodrigo, un amigo y compañero de la facultad. Le abrió la puerta y le invitó a pasar un rato. El chico traía algunos libros de psicología que Jimena le había pedido la tarde anterior. Entre conversación y conversación, Jimena le contó a su amigo la situación de su hermano con respecto a las pesadillas. No era la primera vez que Lucas tenía pesadillas de ese estilo, ya que desde los 4 años había manifestado un gran miedo a la nocturnidad, alegando que al dormir, solo era capaz de ver a un monstruo muy grande, con ojos de fuego y una cara parecida a la de un pastor alemán. Otras veces afirmaba ver a señores muy pequeños que lo ayudaban a escapar del gran monstruo, y a veces, decía que un hombre blanco y con grandes cejas hablaba con él. Lucas llevaba años yendo al psicólogo, pero en vano. Jimena nunca soportó ver a su hermano pasarlo tan mal por las noches, por lo que una de las razones por las que decidió estudiar psicología era para poder ayudar a Lucas. Se pasaba noches enteras leyendo a Sigmund Freud e investigando sobre interpretación de sueños, pero nunca llegaba a dar con la clave, y eso hacía que Jimena se frustrase. Rodrigo era una persona muy aficionada a lo esotérico y lo extraño, todo lo contrario a Jimena, que era escéptica y agnóstica. Debido a estas creencias, a Rodrigo se le ocurrió la idea de buscar una ayuda espiritual, alguien que pudiese ayudar a Lucas desde otra perspectiva. A Jimena nunca se le pasó por la cabeza hacer tal cosa, le parecía una forma de perder el tiempo muy absurda, pero aún así, Rodrigo

insistía. Este logró convencer a Jimena de intentarlo, le dijo que todos los gastos correrían por su cuenta, además, confesó conocer a una mujer que podría ayudarlos.

Sin perder el tiempo, Rodrigo sacó su móvil y llamó a la mujer misteriosa. En cuestión de media hora ya estaba en aquel piso. Al abrir la puerta, Jimena se sorprendió al ver a una mujer morena de no más de 70 años, con unas gafas grandes de montura redonda, un pañuelo de colores que le ataba el pelo y un vestido rojo con franjas amarillas y verdes a la altura de la cadera. Se trataba de una médium apodada «Aguja», la cual era muy amiga de la familia de Rodrigo. Tras una breve conversación en la que Jimena le contó lo que le pasaba a su hermano, Aguja decidió acercarse a la habitación en la que se encontraba el chico. Parecía haber adivinado cuál era el cuarto, ya que ni Jimena ni Rodrigo le dijeron nada. La señora se sentó en la cama y miró a los ojos al chico durante varios segundos. Después, la médium comenzó a mirar a todos los lados de la habitación, como si su cabeza fuese sola. Jimena frunció el ceño pensando que eso era parte del espectáculo que la señora iba a ofrecer, y comenzó a mirar con mala cara a su compañero, pensando que el hecho de haber traído a aquella señora a su piso había sido una burda falta de respeto. Le hizo algunas preguntas al niño, y este respondió con bastante naturalidad. La médium se quedó pensativa durante medio minuto, pero entonces, comenzó a hablar. Comentó que Lucas tenía una especie de mente privilegiada, pero no en un sentido físico, sino que espiritualmente, estaba muy avanzado. – El mundo de los sueños no es ninguna tontería. – explicaba la médium. – Es una dimensión que vive dentro de esta, y que solo percibimos cuando dormimos. La mente humana es capaz de observar la frontera con esa dimensión una vez se ha dormido gracias al alma, sin embargo…, parece ser que cuando llega la fase REM del sueño, Lucas logra cruzar esa frontera. – ¿Perdón? – preguntó incrédula Jimena. – ¿Dimensión..? ¿Frontera…? ¡Los sueños los crea la mente, no hay ningún mundo paralelo! – Eso es lo que todos creen. – dijo Aguja levantándose por fin de la cama y acercándose a Jimena y Rodrigo. – Pero hay más cosas de las que somos capaces de ver. El mundo real es lo que vemos, el mundo onírico es lo que solo vemos al dormir, y el mundo de los muertos es lo que no vemos. – ¡Me dan igual los mundos! ¡Dígame, si lo sabe, cómo puedo ayudar a mi hermano! – exigió Jimena levantando un poco el tono. – Necesitamos entrar en el Mundo Onírico. – le respondió Aguja. – Es la única manera de ayudar a tu hermano. Jimena no aguantaba tanta historieta, pero Rodrigo trató de convencerla de que lo intentase. Por suerte, Jimena accedió algo desesperada, pues ya lo habían intentado todo con Lucas y nada daba resultado. Tan solo quedaba creer a esa mujer y tener algo de fe. Pasaron un par de horas hasta que el niño se volvió a dormir. Cuando lo hizo, Jimena, Rodrigo y Aguja se fueron al otro cuarto para comenzar con el ritual. Jimena y Rodrigo se tumbaron juntos en la cama, ambos algo nerviosos. Aguja comenzó a rociar encima de los jóvenes un poco de aceite de bergamota y de lavanda. Después, mezcló varias hierbas con agua en un cuenco y les dio de beber. Tras hacerlo, Aguja les colocó auriculares a los dos compañeros y les puso un intenso audio binaural. Les pidió concentración. A causa de aquel somnífero hecho con plantas, tanto Jimena como Rodrigo quedaron profundamente dormidos en cuestión de media hora. Cuando se quiso dar cuenta, Jimena estaba en el patio de su colegio, hacía varios años, en lo que parecía un día soleado. Llevaba puesto el uniforme de su colegio, y podía ver a los alumnos corretear por el lugar. En cuanto les vio, escuchó la voz de Aguja. – No os dejéis cegar por vuestros recuerdos, esto solo es un sueño. – decía Aguja. – Debéis estar

viendo eso que anheláis tanto, y pensáis que es real, pero no lo es, aún no. Tenéis que pasar la frontera. Pero debéis de saber que en cuanto lo hagáis, no podré ayudaros más. Eso sí, os advierto que tendréis que andar un poco.

Les dijo que se moviesen hacia delante, hasta donde viesen una pared. Jimena atravesó todo el patio, y al llegar al final, tocó la pared y se dio cuenta de que podía atravesarla. Retiró la mano inmediatamente al sentir un bruto cosquilleo. Aguja insistió en que siguiera, en que no tuviese miedo. Jimena atravesó la pared y se encontró con Rodrigo. Ambos estaban muy desconcertados. Se encontraban en una especie de gran llanura desértica, sin nada ni nadie que se encontrase cercano. Como ya les había avisado la mujer, empezaron a caminar sin rumbo fijo. Se acercaron a un extenso lago para beber un poco de agua, pues estaban muy sedientos, pero al estar frente a él, se dieron cuenta de que en el fondo había una gran runa con forma de atrapasueños al fondo. No le dieron demasiada importancia y continuaron el viaje. Tras veinte minutos andando, observaron a lo lejos una gran fortaleza hecha de un material que ellos desconocían, parecido a la piedra, pero con una textura metálica. Los jóvenes observaban la fortaleza con los ojos abiertos como platos, tanto así, que no se dieron cuenta de que tras la fortaleza, había una gran selva, parecida al Amazonas, pero con árboles mucho más grandes. Este lugar les extrañó aún más, ya que contrastaba fuertemente con el desierto del que acababan de salir. Sin esperárselo, una panda de hombres con armaduras medievales salieron de la fortaleza, les cogieron del brazo y les metieron dentro. Pasaron por grandes salas y grandes habitaciones, pero lo que realmente les impactó fue el último cuarto. Al entrar, Jimena se quedó boquiabierta. Era una sala enorme, más grande incluso que su propio piso. Había grandes columnas hechas de oro, y las paredes parecían de cuarzo. El suelo, pese a estar hecho de un material fuerte era un poco pedregoso. Jimena y Rodrigo comenzaron a exigir a los guardias que les soltasen, pidiendo algún tipo de explicación por el arresto. – Tranquilos, no tengáis miedo. – dijo una voz con mucha reverberación. – No estáis bajo arresto, solo queríamos que no corrieseis peligro. Mientras sonaba la voz, el hombre que la emitía fue dejándose ver. Descendió del alto techo volando, desafiando toda ley de la física. Entonces se presentó. Se trataba ni más ni menos que de Morfeo, el dios de los sueños. Al verle la cara, a Jimena le resultó familiar. Esas cejas tan grandes y pobladas, esa piel tan blanca y brillante, ese atrapasueños tatuado en el pecho, ese pelo negro que tentaba a la calvicie con sus entradas, esa boca tan grande y esa cabeza tan voluminosa y esférica. Jimena no podía creerlo, ese era el hombre que aparecía en los sueños de su hermano de vez en cuando. – Eres tú… – murmuraba Jimena. – ¡Tú provocas pesadillas a mi hermano! – No es verdad. – negó Morfeo. – ¡Eres el dios de los sueños y las pesadillas! ¡Me sé la mitología griega! – exclamó Jimena indignada. – Y además, en acaso de que no provoques las pesadillas, tampoco haces nada para evitarlas. – Exacto. – le dio la razón el dios. – No debo intervenir en el sueño de nadie, no me parece justo. Lo que ocurre es que hace varios años empezaron las «Guerras Oníricas», y eso ha cambiado por completo el tablero de juego. Morfeo les explicó a los jóvenes que hacía un tiempo, el gobierno del mundo de los sueños entró en crisis, y muchos de los soldados y habitantes de aquel lugar se sublevaron, traspasando el límite entre en Mundo de Vigilia y el Mundo Onírico con el fin de salir de esa esclavitud. Por culpa de este acontecimiento, muchos de los seres que traspasaron el límite murieron, pero los que sobrevivieron provocaron una sanguinaria guerra contra en el Mundo Onírico con

el fin de matarlo y derrocar su gobierno. Por desgracia para el dios de los sueños, un nuevo enemigo apareció en el mapa: «Pesadilla». Morfeo y los habitantes que no se habían sublevado lo llamaron así por su horripilante aspecto, y por ser capaz de colarse sin dificultad alguna en los sueños de los humanos. Entonces Jimena y Rodrigo entendieron que Aguja tenía razón. Lucas traspasaba el límite

prácticamente cada noche. Morfeo confesó haber intentado contactar con su hermano en muchas ocasiones, ya que el poder su mente era tan grande que podría derrotar a «Pesadilla» en un abrir y cerrar de ojos, el problema era que Lucas tenía un factor consigo que no se podía quitar: El miedo. Debido a este gran poder, Pesadilla también quería capturar al hermano, pero el objetivo era algo distinto: Quería matarlo. Mientras hablaban, un gran estruendo que venía del exterior hizo temblar la fortaleza. Morfeo cogió su báculo y comenzó a elevarse. Era un bramido feroz, como si 15 leones estuviesen rugiendo a la vez con todas sus fuerzas. Se escuchaban pasos agigantados, acercándose a la fortaleza. Entonces, un puñado de duendes vestidos de azul de no más de un metro de altura y armados hasta los dientes aparecieron por una puerta para defender a Morfeo. Comenzó a sonar una alarma, cuyas frecuencias les resultaron conocidas a Jimena y Rodrigo debido a que era una especie de audio binaural. Morfeo, muy alterado, ordenó a los jóvenes que corriesen. No hacía falta ser muy listo para saber quién había llegado, los jóvenes lo supieron inmediatamente: Pesadilla. Nada más salir, Jimena vio al gran monstruo, con cuerpo de un perro exageradamente huesudo, de aproximadamente dos metros de altura y con los ojos llenos de fuego. Los chicos pusieron los pies en polvorosa y corrieron como si no hubiese un mañana, totalmente despavoridos y con las caras completamente pálidas. Volvieron a escuchar la voz de Morfeo acercarse a toda prisa, volando. Tras ellos, dos elefantes grandes corrían a gran velocidad hacia ellos. El dios de los sueños les pidió que se montasen en ellos para poder escapar, y así lo hicieron. Los elefantes llegaban a alcanzar la velocidad de un leopardo a punto de cazar, y podían saltar más alto incluso que un conejo. Rodrigo se aferraba a las orejas del paquidermo, totalmente asustado y deseando tontamente que eso solo fuese un sueño. Pesadilla estaba arrasando con todo lo que podía, hasta tal punto de agredir y dejar al borde de la muerte a varios Duendes Granjeros que no lograron escapar de él. Se movía como un tigre persiguiendo a su presa, agresivo y tenaz. Cuando Morfeo, Jimena y Rodrigo hallaron cobijo en un bosque en el que los árboles flotaban, buscaron una manera de detener al monstruo. Tras un rato breve de conversación, Jimena se fijó en el báculo de Morfeo. Tenía en la punta un pequeño atrapasueños, que a Jimena le dio una idea. Podían utilizar el Sol para proyectar una sombra sobre la runa del lago, entonces podrían lanzar ahí al monstruo y atraparlo para siempre. Morfeo se negó, e insistió en que lo mejor que podían hacer era matar a Pesadilla, ya que había derramado demasiada sangre en aquel mundo. Tras decirlo, uno de aquellos árboles levitantes impactó con fuerza contra el cuerpo de Morfeo. Tanto Rodrigo como Jimena cayeron al suelo asustados y se quedaron observando que a escasos seis metros estaba Pesadilla de pie, acercándose lentamente. Jimena agarró un trozo de madera que había por el suelo y lo estampó contra la cabeza del monstruo, pero este parecía no inmutarse. Rodrigo hizo lo mismo pero halló el mismo resultado. Pesadilla empujó y tiró al suelo a Rodrigo para posteriormente pisarle las piernas y de esa forma inmovilizarle con sus enormes pies. Justo después, agarró a Jimena del cuello y la levantó como si nada. Morfeo se levantó inmediatamente y embistió a Pesadilla logrando derribarlo. Cuando el monstruo

estaba en el suelo, Morfeo lo agarró por debajo de las axilas y comenzó a volar con él. Ambos se peleaban en el aire de forma muy agresiva, hasta que Pesadilla le dio una gran patada en el pecho al dios de los sueños haciendo que este cayese en picado y aterrizase junto al lago de la runa. Pesadilla se tiró a propósito para caer justo encima de Morfeo e intentar acabar con él. Cuando Morfeo estaba muy malherido, aparecieron Jimena y Rodrigo al galope de sus elefantes. Uno de los animales cogió al monstruo con la trompa y lo golpeó varias veces contra el suelo. Pesadilla no se andaba con chiquitas, por lo que se liberó fácil y bajó a Jimena y a su amigo de los elefantes de una patada. Cuando Jimena estaba en suelo, podía ver a lo lejos cómo las hordas de Pesadilla estaban bombardeando y arrasando los pueblos, lo que hizo que se enfadase. La chica se levantó mosqueada y con el bastón de Morfeo comenzó a pelear contra el monstruo. Pasaban minutos que parecían horas y ella comenzaba a flaquear, además de tener un fuerte dolor en los hombros, en el costado y en uno de los pómulos a causa de los golpes. De repente, cuando parecía que no había oportunidad, Jimena sujetó con fuerza el báculo y de este salió un rayo cegador que logró aturdir a Pesadilla. Cuando el monstruo estaba en el suelo, Jimena se acercó a él con el bastón y lo miró fijamente. Morfeo le exigía desde el suelo que le clavase el atrapasueños directamente en el corazón, pero Jimena, por primera vez en esa batalla se había puesto a pensar. Pudo ver en los ojos del ser más temido del Mundo Onírico algo que nunca se imaginó: El miedo. Pesadilla ya no tenía escapatoria. Había perdido la guerra y además estaba frente a la muerte. – ¡Mátalo de una vez, Jimena! – le gritaba Morfeo tratando de levantarse del suelo. – ¿Acaso no recuerdas todo el malestar que le ha causado a tu hermano? ¿A cuántas personas ha matado aquí? ¿No tienes en cuenta cuántos pueblos ha diezmado? ¡Ha intentado mataros a vosotros también! – No. – respondió tajantemente Jimena. – ¡Como dios del Mundo Onírico te ordeno que lo mates! – exclamó Morfeo. – No lo voy a hacer. – respondió la joven. – No tengo derecho a matar a los demás, ni siquiera aunque estos hayan matado a otros. Además, tú también has hecho daño a gente durante esta guerra, Morfeo. – ¡Yo maté a los soldados enemigos! – Que estaban igual de asustados que los tuyos, ¿No es así? ¡Ambos habéis matado a miles de personas que ni siquiera querrían estar allí! Nadie merece morir, ni siquiera esta sabandija que tanto daño ha hecho a tu pueblo, ni tú, que eres una especie de dictador asesino. Y lo siento, su excelencia, pero no pienso ceder. Prefiero morir antes que matar a otro. Tras esta breve discusión, Morfeo se terminó de levantar como pudo del suelo y se quedó mirando fijamente a Jimena. Este llevó a cabo su plan y con la luz del Sol logró formar una sombra del atrapasueños que encajó a la perfección con la runa, iluminándose fuertemente y absorbiendo al monstruo, trasladándolo a un territorio cerrado de aquel mundo en el que se encontraban aisladas las peores pesadillas como castigo por «Crímenes de Frontera» y genocidio. Para finalizar, una gran multitud logró condecorar a Jimena y a Rodrigo por su valentía y su coraje. Cuando estaban a punto de irse, Morfeo se les acercó y felicitó a Jimena, ya que sus palabras habían calado muy hondo en él y estaba trabajando ya para hacer del Mundo Onírico una democracia. Les puso a ambos frente a frente y pronunció: «Carpe Noctem» apuntándoles con el atrapasueños del báculo. Cuando se quisieron dar cuenta, Jimena y Rodrigo despertaron en la habitación en la que Aguja les había inducido el sueño, pero para su sorpresa, la mujer había desaparecido. Lucas, sin embargo, se despertó y aseguró no haber tenido ninguna pesadilla, haciendo así que Jimena se sintiese como una verdadera heroína.

MARGARITAS Y DIENTES DE LEÓN (BELIS) 1º Premio Categoría B

—Ven al hospital… no le queda mucho tiempo.

Se trataba de Fernanda, la abuela de mi amiga Marta. Una fantástica persona que nos acogía

cada verano en su casita de campo desde que Marta y yo éramos amigas. Fernanda era muy

mayor y tenía innumerables problemas cardíacos a raíz de un accidente de coche que sufrió

en la adolescencia. Cogí las llaves del coche y conduje a toda velocidad hasta llegar al

hospital. Nos acurrucamos alrededor de la cama de Fernanda, ambas le dimos una mano y

con la otra nos cogimos la una a la otra. Ella miró nuestro fuerte agarre con cara de orgullo y

dijo:

—Mis niñas, espero que vuestra amistad sea muy fuerte, ojalá tengáis muchos recuerdos

bonitos juntas y que nunca os pase lo que me pasó a mí.

Se entristeció y nos empezó a contar:

—Conocí a Sara con seis añitos, vivíamos en el mismo pueblo. Un día, salí al campo, me

gustaba pasear por él y disfrutar de la soledad que me rodeaba constantemente. —Nos miró a

las dos y, sonriendo, nos dijo—: Soledad que me abandonó para siempre aquel día. Era un

campo inmenso, cubierto de margaritas y dientes de león ya blancos, cuyas semillas se

desprendían por aquel territorio sin límites cuando yo los soplaba. Menuda sorpresa me llevé

cuando vi a una niña haciendo lo mismo. Se agachaba para coger los dientes de león, cuando

ya no le cabían más en la mano, los soplaba y, en una de esas veces, como una auténtica señal

del más allá, el viento llevó las semillas en mi dirección. Sara las siguió con la mirada y me

vio a mí. Así fue como nos dimos cuenta, en ese mismo momento, de que no estábamos solas

y que nunca más volveríamos a estarlo. Nos hablábamos todos los días sin excepción,

compartíamos nuestra comida cuando salíamos a jugar. Nuestras tardes consistían en salir a

correr por el campo, recoger flores, en especial las margaritas y los dientes de león, flor con

la que sellamos nuestra amistad cuando jugamos a celebrar nuestra boda, en la que yo, la

novia, y ella, el novio, nos juramos lealtad y amor eterno. Aunque era un juego, lo decíamos

en serio, solo que refiriéndonos a una amistad y no a un matrimonio.

—Abuela, ¿por qué nunca nos contaste nada sobre Sara?

—Ella era un año más mayor que yo, y a pesar de las innumerables diferencias de nuestro

carácter y personalidad, nos comprendíamos a la perfección. Yo era rubia, bajita, de piel

pálida; ella, en cambio, era alta, con una hermosa melena negra y de piel morena. Pero

nuestras personalidades eran lo contrario al físico: ella era el Sol; yo, la Luna, y nuestra

amistad era como la Tierra. Ambas hacíamos que esa amistad funcionara, que la Tierra girara

y se iluminara tanto de día como de noche. Ella me hacía brillar y yo era su guía en la

oscuridad. Sara era un diente de león: cuando lo soplas, de este no queda nada más que el

tallo, la mejor parte de él se desprende y se esparce por el mundo, dando así la oportunidad de

crecer a los demás. Yo era más bien una margarita, una flor egocéntrica que no deja rastro al

marcharse. Prefería dejar lo bello para mí, no quería compartir lo mejor con los demás. La

gente decía que yo tenía un alma oscura, pero yo diría que simplemente era una persona

racional que aprendió, con el paso del tiempo, que la vida es corta y que cada uno tiene que

vivir la suya, compartiendo bonitos momentos con la gente más cercana, por supuesto, pero

sin olvidar que tú eres la persona más importante en tu vida. La gente aparece en tu vida o se

va, pero el día que tú te vayas, ya no habrá nada más que hacer. Así, los años iban pasando,

ella con el tiempo se volvía más y más hermosa. Como una flor, fue madurando hasta abrirse,

mostrando su esplendor y belleza. Marta, corazón, cuando vas al campo lleno de flores, ¿cuál

es la que más te llama la atención?, ¿cuál arrancarías?

Mar no terminó de comprender la pregunta así que, tras pensármelo un rato, dije:

—¡La más bonita!

—Así es —asintió Fernanda y continuó—: Lo mismo le pasó a Sara, creía en la existencia del

bien, quería hacer feliz a muchas personas. Pero, como suele pasar con todos los soñadores,

son demasiado optimistas, llevan unas gafas imaginarias que les distorsiona la visión, ven lo

que desean ver y, cuando sus gafas se rompen, su ilusión cae en picado. Un día, las de Sara

también se rompieron. Muchos la utilizaron, optaron por arrancar la flor más bella del jardín,

la cual, después de un tiempo, se marchitó. Era un precioso peral que florecía en primavera,

que daba todos sus frutos, pero cuando llegaba el invierno, necesitaba de alguien para

sobrevivir. Muchas personas se enamoraron de sus flores y no de sus raíces y, cuando llegó el

invierno, no supieron qué hacer. ¿Sabéis, chicas? Todas las personas son reemplazables e

irrepetibles. Puedes reemplazar a una amiga por otra, pero ella nunca será igual que la

primera. Hay que aprovechar cada momento, mis niñas, disfrutar hasta de lo más básico,

agradecer cada instante que pasas con una persona, porque nunca sabes cuándo se irá de tu´

TODO UN ÉXITO DE LA JUVENTUD Y DEL CLUB ROTARIO MADRID PTª DE HIERRO

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