viernes, marzo 29, 2024
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El fin del anacronismo

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Con cierta ligereza se cantaba el final de la Guerra Fría en plena celebración del viaje de Obama a Cuba. Ya nos gustaría. Pero ahí están Ucrania y Siria, entre otros puntos calientes, recordando que la pugna entre las dos grandes potencias por la hegemonía en las regiones estratégicas puede haber cambiado de circunstancias, actores y modo de manifestarse, pero la tensión sigue viva entre Estados Unidos y Rusia.

De la vieja Guerra Fría con la URSS Cuba es solo un elemento residual llamado a desaparecer más pronto que tarde. Estamos en el principio del fin de ese anacronismo, a contar desde el verano pasado, cuando se abrieron las embajadas respectivas después de más de medio siglo viviendo de espaldas.

Un absurdo conflicto marcado por el embargo económico dictado por EEUU en 1961, que perjudicó más al pueblo cubano que al régimen castrista. Y una pertinaz dictadura que confiscó la voluntad de los cubanos en nombre de la revolución. La víctima fue la misma en la aplicación de ambas estrategias, la cubana y la norteamericana.

También lo sufrieron los norteamericanos, que durante ese tiempo tuvieron limitada su libertad de movimientos, en el turismo, en los negocios, el deporte, la cultura. Siempre en nombre de objetivos políticos que ni una ni otra parte lograron jamás.

No queda claro si los resultados de la visita de Obama dan para celebrar algo concreto en los tratos entre dos poderes desiguales. Y que sea algo más que la foto del presidente de los EEUU con Raúl Castro o los paseos de la familia Obama por La Habana vieja. Mala cosa si todo queda en intercambios económicos y comerciales para acabar como la China Popular después de la diplomacia del pìng-pong. Sería un fraude crear las condiciones para que lo económico fluya con normalidad sin avanzar en libertades democráticas y derechos humanos.

A este respecto, las medias palabras del anfitrión y el invitado no han despejado las dudas. Su calculada ambigüedad a la hora de hablar del embargo, en boca de Castro, o los derechos humanos y el pluralismo, en boca de Obama, no aclaran gran cosa. Ninguno de los dos ha querido perder la compostura. Ni el norteamericano para recordar que «el embargo terminará pero no se cuándo» (depende del Congreso, ahora controlado por los republicanos), ni el cubano para decirle al invitado que al fin y al cabo en materia de derechos humanos nadie está libre de pecado.

Tal vez pensaba el presidente cubano en los negros y los latinos que arrastran su miseria por las calles de Nueva York, las torturas practicadas en la extraterritorialidad de Guantánamo o Abu Ghraib, o  la pena de muerte que aún se aplica en algunos Estados de la Unión. Pero, ya digo, se limitó a enseñar la muleta, igual que el presidente norteamericano, bastante menos explícito que el periodista atrevido a la hora de denunciar con todas las palabras la existencia de presos políticos en la isla, provocando el consabido rasgado de vestiduras del anfitrión.

Antonio Casado

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