viernes, marzo 29, 2024
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La presión y una actitud derrotista frenan el empuje de Garbiñe

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Garbiñe Muguruza emergió a la sombra del gran público, con un progresivo ascenso que acrecentó el curso pasado. Con dieciocho años aún no se encontraba entre las 200 mejores del circuito. Con el transcurso del tiempo adquirió cierta regularidad y madurez que la dejaron al borde del Top 20 hace dos campañas. En 2015 desató su potencial, con armas adaptadas al tenis femenino que impera en la actualidad: golpes profundos y potentes desde el fondo de la pista. La tenista nacionalizada española canalizó su agresividad para dominar también los intercambios. Su servicio, fiable, también le acompañó en su viaje a la final de Wimbledon.

La hierba londinense es el escenario más emblemático del tenis. Su historia y repercusión propician que todos sueñen algún día con alzar el trofeo. Garbiñe lo rozó, tan sólo Serena Williams se cruzó en su camino. Aquella final, en la que dejó por medio a figuras de la talla de Agnieszca Radwanska (número dos el próximo lunes), la catapultó entre las diez mejores. Su nombre comenzó a sonar en las quinielas de cada evento y ella, de forma sorprendente, decidió romper con su técnico, Alejandro Mancisidor. Cuando se especulaba con un bajón de rendimiento, respondió con un excelso final de temporada, en el que logró el título en Pekín.

Mayor presión

Si algo ha caracterizado a Muguruza es su capacidad para rendir en las grandes citas. Ella misma lo ha reconocido en multitud de ocasiones. Le apasionan los retos, medirse a las mejores, y hacerlo en estadios repletos de gente. O eso era antes, cuando ella partía como víctima. “Ahora no soy la Garbiñe que puede ganar, soy la Garbiñe que debe ganar”, entonó la caraqueña al término de la pasada temporada, cuando recogió la medalla de bronce de la Real Orden del Mérito Deportivo en el Consejo Superior de Deportes. Era consciente de lo que le aguardaba, pero no ha sido capaz de hacer frente a esa presión.

Esa responsabilidad la siente mucho más cuando hace frente a rivales de menor entidad. Esta temporada suma cuatro victorias y cinco derrotas. Ha cedido ante tenistas que ocupaban el siguiente ranking: 57, 48, 21, 27 y 62. Pero el problema no radica en el mero hecho de no ganar, sino en cómo han transcurrido esos encuentros. Garbiñe ha sentido la soledad del tenista y ha cargado contra su entrenador en los dos últimos partidos, incluso hasta el punto de llorar en pista. Las frases mencionadas a su técnico Sam Sumyk han evidenciado una falta de actitud por su parte.

Mala actitud

“Yo no me voy a morir por la bola, yo no,” o “dime algo que no sepa”, son algunas de las cosas que le dijo la española a su entrenador en Doha, cuando se medía a Andrea Petkovic en los cuartos de final. En Indian Wells, ante McHale, fue más allá. “Crees que voy a pelear estando 3-0 abajo en el segundo set”, le comentó, poco antes de añadir “no quiero jugar más”. Una actitud con cierto carácter derrotista que acentúa el cambio que ha dado Garbiñe, actual número cuatro del mundo. Un caso muy similar al que afrontó el curso pasado Eugenie Bouchard.

La canadiense, que en 2014 también alcanzó la final de Wimbledon, no supo manejar la fama a sus diecinueve años. Antepuso su figura de modelo a la de tenista y no encontró el rumbo en 2015. Ahora, Bouchard deambula en el puesto 42 del ranking y trata de recuperar ese nivel que desapareció de forma fugaz. Garbiñe Muguruza debe evitar algo semejante. Al igual que la canadiense, la caraqueña tiene dotes para estar arriba. La temporada acaba de comenzar y la española cuenta con tiempo para revertir la situación. Aprender a lidiar con la presión y mejorar la actitud, sus asignaturas pendientes.

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