miércoles, abril 24, 2024
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¿Política sin partidos políticos?

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¿Qué hay de común en los dedazos electorales, en el deambular de nuevos políticos de sigla en sigla, en algunas muy sospechosas primarias o en los nuevos coaching de candidatos y candidatas? ¿Qué cosa comparten los programas electorales que los partidos de lo nuevo presentarán a las elecciones?

Pues se trata de dos fenómenos paradójicos de la nueva política. Por una parte, y esto sería lo menos nuevo, todo el mundo parece empeñado en demostrar que no es lo que parece.

Por otra, y esto si que me parece tan nuevo como grave, todo el mundo parece no solo despreciar el partido que dirige sino pretende organizar una democracia sin partidos políticos, sin estructuras mediadoras entre la sociedad y el líder.

Efectivamente, todo este mundo nuevo tiene mucha prisa por cambiar la visión que la gente tiene de su partido. Podemos quiere quitarse la imagen de izquierda extrema; algunos dirigentes del PCE, que son de lo más nuevo, buscan una nueva máscara para ocultar IU y Ciudadanos la etiqueta conservadora.

En realidad, todo oscila sobre la cuestión del centro electoral en España. Un voto tradicionalmente volátil, lo que ha facilitado la tradicional fuerza del bipartidismo. UCD, CDS, UPyD han vivido en algún momento de ese espacio y han sufrido esa volatilidad.

En el centro hay un 20% de electorado, más o menos, y ese es el espacio al que todos aspiran, con la excepción del PCE que ha decidido sustituir las políticas de redistribución, que parecen excesivamente socialdemócratas y de la vieja política, por las nacionalizaciones estratégicas de los programas máximos.  

Esta búsqueda, a veces algo patética, de la indiferencia ideológica, de la superación del escenario de izquierda y derecha por conflictos entre categorías sin contenido, solo puede apoyarse en la sustitución de los partidos políticos por el hiperliderazgo y los medios de comunicación.

Ya no queda ni la retórica de las bases, ni el momento casi eclesial en que las afiliaciones podían decidir candidaturas y programas. Los primeros candidatos designan a dedo las candidaturas, las pasean por primarias falseadas en algunos casos o por Comités a la búlgara por otros. Los programas los elaboran expertos fichados, y a veces pagados. Las propuestas políticas no se construyen en los territorios sino en los laboratorios de encuestas que acompañan a los líderes.

Una notable operación política en la que parecen haber coincidido la ausencia de estructura de unos y los miedos de otros a ser triturados por poderes fácticos o la máquina de medios de comunicación. Poderes y maquinarias que temen las estructuras partidarias imposibles de controlar.

La crítica a los partidos, muchas veces certera, ha galvanizado en el personalismo radical y la ausencia de perfiles ideológicos: todo el mundo, menos uno que volvió al más remoto pasado, es de centro. Lo moderno es ser ciudadano y ciudadana; lo viejo afiliado o afiliada a un partido. Hasta los que se afilian a un partido, por imperativo legal o electoral, se niegan a llamarse militantes.

Es difícil concebir una idea de democracia representativa sin un mediador entre la sociedad y el líder institucionalizado. Pero esto es lo que se nos propone. Esos liderazgos devienen con facilidad en populismo, a veces en pulsiones de viejo dictadorzuelo, cuando entre el dios y el pueblo no existe nada.

Opino que las estructuras de partido no han empobrecido nunca, al contrario, la democracia: han sido los liderazgos extremos y su capacidad para generar rentas de diverso tipo quienes lo han hecho.

Dejemos pasar tiempo antes de disolver a los partidos. La democracia nos lo agradecerá.

Libertad Martínez

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