viernes, septiembre 20, 2024
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¡Traidores!

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Zapatero y Moratinos se fueron a Cuba, y luego a Bolivia, para promover en esos países la abolición de la pena de muerte mientras en España Rajoy establece la cadena perpetua, eso sí, revisable. A una mayoría de españoles les parece bien que los terroristas se puedan pudrir el resto de su vida en la cárcel. La clave de la cuestión está en cómo se revise esta pena pues todo castigo debe estar acompañado de la posibilidad de reinserción en la sociedad. No hay que confundir justicia con venganza. Dicho esto, si un terrorista no se arrepiente sinceramente, se entiende que la indignación rebose cuando una vez liberado se instala, por ejemplo, chulescamente enfrente de la casa de la víctima a la que asesinó o es festejado públicamente como un héroe. En todo caso, el PSOE dice que cuando vuelva a gobernar revisará lo de la cadena perpetua. Veremos.

Noble propósito el de Zapatero promoviendo la abolición de la pena de muerte. Aunque sólo fuese por la posibilidad del error judicial, que estadísticamente existe, esta pena debe ser mundialmente erradicada sin perjuicio de otros argumentos más nobles. Zapatero es miembro de la Comisión Internacional de la ONU contra la pena de muerte. Su viaje a la Perla del Caribe y encuentros allí eran legítimos. ¡Sólo faltaba, además, que Zapatero, ciudadano español, no pudiese viajar a donde quiera, incluida Cuba, y ser eventualmente recibido por gobernantes y autoridades locales en entrevistas privadas!

Los políticos, empresarios y otros notables que viajan a La Habana saben que una entrevista con alguno de los hermanos Castro, autócratas isleños que reinan en nombre del pueblo desde siempre, es algo aleatorio. Da igual que haya petición o no de audiencia. Deciden sí concederla u otorgarla, o no, en el último momento. Lo sabe muy bien Margallo, ninguneado con una negativa cuando fue a Cuba en noviembre pasado.

A Zapatero y a Moratinos les recibió Raul Castro. ¡Magnífico! Demasiado para el cuerpo de algunos. Y, en eso (¡hay!), debió de aterrizar en Madrid el pecado capital, tan feo, de la envidia. Probablemente se introdujo subrepticiamente en algunos ambientes gubernamentales españoles. «¡A mí no me recibió ningún Castro!» parecía clamar el actual Ministro de Exteriores alegando, además, interferencias en unas negociaciones de Cuba con España y con los EEUU. ¿De verdad? ¿No controla bien este Ministro sus negociaciones y a sus negociadores? ¿Buscando astutamente cabezas de turco para justificar eventuales fracasos propios? Posiblemente.

Por lo visto, ver a Raul Castro sin pedirle permiso a Margallo es pecado. Peor, un acto de deslealtad, dijo nerviosamente. ¡Fuerte! ¡Fascinante! ¡Increíble que esto pueda suceder en España! Ciertamente algunos padres dicen a sus niños pequeños «¡caca! ¡caca!» para apartarles de lo que consideran inconveniente. Le apoyo moderadamente Sáenz de Santamaría, corrigiendo diplomáticamente a su no tan diplomático Ministro de Exteriores. Paralelamente el mundo gubernamental y el del PP montaron a sus medios de comunicación en contra de Zapatero y Moratinos con una campaña de desprestigio, una más, aderezada de acusaciones de haber promocionado intereses inmobiliarios españoles. Era una visita privada en la que no parece que fuese inconveniente hablar de otras cosas además de la abolición de la pena de muerte.

¿Fue desleal Aznar, tras haber perdido su partido las elecciones de 2004, visitando en Washington a su compadre Bush, el invasor ilegal de Iraq? Porque entonces ese Bush estaba rebotado con Zapatero por la salida de las tropas españolas de Irak. Aznar hacía lo mismo que Zapatero: avisar previamente del viaje e itinerario, y punto. No les queda otro remedio a todos ellos porque por sus antiguas responsabilidades viajan con escoltas y hay procedimientos que seguir. ¿Lo sería Ana Palacio, con su partido en la oposición, visitando en Londres al Secretario del Foreign Office, su antiguo colega, cuando Moratinos, como Ministro de Exteriores, tenía que lidiar con la reclamación de Gibraltar en un momento delicado de la situación? En tiempos de Aznar el Gobierno español intentó la cosoberanía del Peñón pero no tuvo éxito y había que mantener alguna vía negociadora que no descartara ningún tipo de solución.

En Roma a los traidores los tiraban al vacío desde la Roca Tarpeya para que se estrellaran más abajo. ¿Quizás les gustaría a Margallo  y a otros del PP que pierden los papeles tirar desde, pongamos, el viaducto madrileño o el tajo de Ronda, a todos los socialistas? Seguro que a todos no, pero a algunos sí. ¿A Pedro Sánchez por ganarle a Rajoy el debate del Estado de la Nación? Quizás. ¿A Zapatero y a Moratinos? Seguro que sí.

Carlos Miranda

Embajador de España

Carlos Miranda

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