jueves, abril 25, 2024
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Libertad o barbarie

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Para George Orwell si la libertad significaba algo era, antes que nada, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír. Eso es, precisamente, lo que hacían los asesinados en el ataque terrorista perpetrado contra el semanario Charlie Hebdo en París: hablar y dibujar con libertad, satíricamente, sobre todo y sobre todos. Por eso, el atentado islamista contra la publicación nos interpela directamente a todos: cuando se ataca a un medio de comunicación se ataca a la voz libre de la ciudadanía, se atenta contra la libertad de pensamiento y de expresión, fundamento mismo de nuestras democracias.

Esa voz, que es la voz de la libertad, es la que intentan acallar los fanatismos de todo signo con el martillo de la violencia, del crimen, del terror, tratando de sumir en la barbarie a nuestras sociedades democráticas, alimentando fanatismos y radicalismos de signo contrario con los que enfrentar y dividir a las sociedades y asfixiar la convivencia hasta hacerla imposible.

Es hora de decir basta.

Frente al fanatismo y la violencia de cuño islamista no cabe doblegarse sino redoblar la defensa de la libertad de expresión. El atentado contra Charlie Hebdo no es un hecho aislado sino el último de una serie de amenazas de muerte y crímenes de odio sufridos en Europa en los últimos años, desde la fatua contra Salman Rushdie a la publicación de las viñetas sobre Mahoma en una revista danesa igualmente amenazada, con los que ha tratado de imponerse la censura y acallar la libertad por medios violentos. No se puede ser condescendiente ni mirar para otro lado. No hay palabra ni dibujo que justifique la amenaza o la muerte de una sola persona.

La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas

Es igualmente necesario analizar qué lleva a jóvenes nacidos en suelo europeo a alistarse en movimientos yihadistas y a matar y morir en Siria, en Irak o allá donde surge un llamamiento a la guerra santa, qué causa ese desarraigo de la sociedad en la que se nace o ese desapego de la propia vida, cómo lograr la mejor integración y convivencia de las diferentes religiones y culturas en esta Europa laica, orgullosa de su propia pluralidad y diversidad y de sus valores democráticos.

También es necesario reflexionar sobre nuestra seguridad: cómo combatir más eficazmente el terror, cómo mejorar los servicios de inteligencia y la coordinación e intercambio de información con otros países, qué medidas adicionales adoptar para protegernos de los ataques terroristas sin menoscabar las libertades cívicas que son nuestro orgullo y seña de identidad, sabiendo que en ninguna sociedad existe el riesgo cero y que siempre será más fácil para un asesino matar a un inocente que para el conjunto de Estados de la Unión defender a 500 millones de europeos. Sin atajos.

Y es necesario vacunar a nuestras sociedades contra el auge del populismo, que amenaza desde dentro nuestro mayor logro colectivo: la convivencia en paz y en libertad en el seno de la Unión Europea. Un riesgo tan real como las marchas xenófobas de Pegida. O como las palabras de Marine Le Pen llamando a la reinstauración de la pena de muerte en Francia. Como si la pena de muerte evitara en aquellos países en que existe la comisión de delitos deplorables. O como si la muerte supusiera algún freno para alguien dispuesto a inmolarse.

Como dijo Albert Camus, la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas. Por eso es necesario actuar. Frente al fanatismo, unidad en los valores democráticos. Unidad como la demostrada en la manifestación de París, unidad en defensa de la democracia, la libertad y los derechos humanos, unidad en contra de la barbarie.

José Blanco

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