viernes, abril 26, 2024
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Calzado cómodo y casa amplia

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Hace unos días, el maestro Luis Landero me recordaba estas dos cosas que el gran Josep Pla postulaba como elementos fundamentales para disfrutar de la vida. Con un calzado cómodo, qué duda cabe, uno puede recorrer las distancias que sean precisas, pasear por las aceras de medio mundo encontrándose con unos y otros, visitar los lugares más insospechados y llegar por fin algo más serenos a ese destino que, a la postre, a todos nos aguarda. Si además se tiene la suerte de disponer de casa amplia donde guardar los libros, recibir con decoro a los amigos y disfrutar de la familia, la situación en la que uno se encuentra se convierte en francamente ventajosa.

Muchas otras cosas sabias y muy convenientes eran las que proponía Josep Pla, a quien sin duda le habría disgustado sobremanera esa innecesaria algarabía a la que algunos, con asombrosa contumacia, han conducido las antes apacibles y siempre hermosas comarcas catalanas. Uno sospecha que lo que en realidad ocurre es que los responsables de tamaño guirigay no es que desprecien a Pla, y todo lo que de pacífica sabiduría representa, sino que nunca se han molestado en leer una sola línea de cualquiera de sus obras.

Creo recordar que es en alguno de sus artículos de 1931, cuando era corresponsal en Madrid de La Veu de Catalunya, y que luego se publicaron en forma de libro, donde Pla reflexiona sobre las bondades del café con leche. Incluso a uno que como yo le gusta tomarlo solo, esas evocaciones del olor a café con leche le despiertan recuerdos de todo tipo. Cuentan que Cambó, el propietario del periódico, le pagaba una miseria. Tal vez por eso Pla tenía que ingeniárselas para, en el Palace, en el Ateneo o en el Congreso, tomarse de balde su café con leche.

Hay muchos libros de Pla que deberían leerse sin prisas, mejor en sus versiones catalanas, a ser posible con buen calzado y en la calma de una casa amplia, pero dos merecen todavía más atención. El primero es El quadern gris, el famoso dietario de sus años jóvenes, donde plasma los recuerdos siempre socarrones desde la época del internado en Girona hasta los primeros pasos en aquel ambiente algo conservado en naftalina que era el mundo literario de la Barcelona de los años veinte del pasado siglo. El segundo es El carrer estret, donde Pla se recrea en el ambiente de ese pequeño universo cerrado en sí mismo que era en aquella época un diminuto pueblo catalán, donde las apariencias y sobre todo el freno invisible del qué dirán  ̶ muchísimo y poco bueno ̶  determinan la manera de vivir de todos.

Alguien dijo, no sin cierta razón, que Pla había tenido la suerte de hacerse popular sobre todo entre los catalanes que nunca le habían leído. Se convirtió, es cierto, en una especie de mito al que incluso los más acérrimos nacionalistas perdonaron sus veleidades con Franco, pero no le otorgaron nunca el menor reconocimiento, quizás porque disfrutaba de los pequeños placeres de la vida, vivía en una masía algo destartalada cerca de Palafrugell, fumaba una picadura infame y lucía una boina ajada.

Ignacio Vázquez Moliní

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