viernes, abril 19, 2024
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El día de la poetas

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Hace poco me enteré que la primavera ya no empieza el día 21 de marzo. Son cosas, o tal vez caprichos, de la traslación terráquea que con sus variaciones ha provocado que, a lo largo de este siglo XXI, el equinoccio de primavera pueda ser tanto el día 19 como el 20. El día de la Poesía, sin embargo, sigue celebrándose con precisión matemática, y quién sabe si no será por un afán poético de llevar la contraria, cada 21 de marzo.

Ese día tuve la suerte de coincidir con cinco grandes poetas; dos mexicanos, uno portugués y dos españoles. Los primeros, Marco Antonio Campos y Jorge Valdés, estaban de paso por Europa, en una gira promovida por las autoridades culturales de su país. El poeta portugués era Nuno Júdice, recientemente galardonado con el premio Reina Sofía. El cuarto en discordia -sabido es que los poetas constituyen un gremio poco amigo de pacíficas componendas- era el extremeño Luis Marina. El último, aunque no menos importante, era Francisco Castañón, animoso bibliotecario del Ateneo de Madrid, de quien mis lectores ya tienen noticia.

Me contaron los poetas mexicanos que su colega portugués estaba ultimando la traducción de algunos de sus versos, con lo que éstos habían alcanzado cotas poéticas hasta entonces desconocidas. No es que fueran mejores o peores, sino que, dentro de la diversidad aportada por la lengua portuguesa, abrían nuevas posibilidades hasta entonces insospechadas. Para subrayar esa tesis citaban un verso: ‘El ayer llega en el hoy que saluda ya el mañana’, y su nueva versión ‘O ontem chega no hoje que a manhã já saúda’, mientras Nuno Júdice asentía silencioso.

Luis Marina, excelente traductor de muchos poetas lusitanos, parecía no compartir del todo esa visión. Me pareció que defendía más bien que una traducción, por buena que sea, no puede nunca alcanzar los niveles de un poema en la lengua original. Por su parte, Francisco Castañón, conciliador como siempre, pensaba que todo depende del lector que es, en definitiva, quien completa todo poema, ya sea en la lengua de origen o en cualquier otra.

Cuando uno asiste a estas poéticas discusiones, no sabe muy bien a qué carta quedarse. Recuerda, eso sí algunas de las vehementes y algo lapidarias afirmaciones de los cinco poetas, como cuando defendían que la poesía nace del silencio y acaba en el silencio. Decían también que oculta en su interior, para el caso improbable de que llegue un lector, la música que desde el mismo inicio del poema marca su ritmo. También afirmó uno de ellos, ya no sé quién, que la primera línea del poema la regalan los dioses: para el resto, uno se apaña como pueda.

Como si de un epitafio se tratara, Marco Antonio Campos sentenció que un poema nunca se termina. Como mucho, se abandona. También Francisco Castañón defendía una postura similar. Afirmaba que un poema va puliéndose, una y otra vez, a lo largo de la vida en un proceso al que solo la muerte pone un límite.

Ignacio Vázquez Moliní

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