viernes, marzo 29, 2024
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Londres-Quito

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La vida bascula constantemente de lo bello a lo siniestro, y el Reino Unido, al parecer, también. Unos pocos días después de que Londres fascinara a los espectadores de medio mundo con sus extravagantes ceremonias olímpicas de inauguración y clausura, compendio de audacia y de buen hacer, la capital de Gran Bretaña amaga ahora con un espectáculo en las antípodas, el del asalto a la embajada de Ecuador, o, cuando menos, con el de su asedio. Negándose a conceder un salvoconducto a Julian Assange, el revelador de los secretos a voces de la acción exterior norteamericana, lleva la situación creada a un punto de difícil solución.

Al señor Assange, sobre el que no pesa en firme ningún cargo judicial concreto, es reclamado por un tribunal de Suecia para que deponga sobre la denuncia de abuso sexual interpuesta en su contra. Detenido en Inglaterra, y en tanto se discernía su extradición, Assange creyó más prudente refugiarse en la embajada de Ecuador, donde solicitó el asilo diplomático que ahora el gobierno de Quito le ha concedido.

Sin embargo, a nadie se le escapa, y a Assange y a su letrado, señor Garzón, menos que a nadie, que el destino final del creador de Wikileaks pudiera ser, en el caso de ser extraditado a Suecia, una mazmorra como la que en Virginia encierra, incomunicado, a Bradley Manning, el soldado que facilitó a Wikileaks importantes informaciones. La cuestión, pues, no radica en la elusión de Assange de una hipotética responsabilidad penal ante la justicia sueca, sino en su comprensible determinación de no caer en manos de quienes se la tienen jurada.

De ésta Gran Bretaña tan poco deportiva, tan poco olímpica, tan diferente de la que suele ser y de la que proporcionó al mundo, hace poco, tan apreciables momentos de deleite, cabe esperar cualquier cosa, y de su alianza tradicional con los EE.UU. cabría imaginarse, también, de qué clase. Ojalá prevalezca la cordura, el Derecho Internacional y el más sagrado aún a saber y a expresarse libremente.

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Rafael Torres

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