Desde hace algún tiempo el agua no ha sido un problema para nadie. La abundancia de lluvias ha mantenido abastecidos los grifos suficientemente y como la escasez la hemos visto en la lejanía nadie se ha acordado de la prevención. Como dice un refrán: “sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.» Es cierto. Pero la tranquilidad vivida empieza a convertirse en preocupación porque este invierno, del que estamos a punto de salir, y el otoño pasado, menos lluviosos que los anteriores, nos acerca a otra sequía. Tanto sol, con altas y bajas temperaturas pero siempre sin lluvia, nos hacen pensar y acordarnos de aquellos veranos secos, de los apuros y las urgencias que obligaron a maniobrar con rapidez para no dejar sin agua para beber a grandes urbes.
Y en medio de todo esto el gran debate político sobre el tratamiento de los caudales, la enorme duda que les surge a los administradores sobre la gestión de los canales acuíferos: ¿qué es preferible diseñar trasvases o apostar por las desaladoras?. Quizá ambas cosas pero pensadas y organizadas. Vivimos en un país con suficiente costa como para no echarla de menos, pero el problema es más político que otra cosa.
Quizá este es el momento de sentarse y buscar un acuerdo que nos permita alejarnos de las ocurrencias momentáneas, tan caras y perjudiciales en el medio plazo. Todos nos acordamos del Plan Hidrológico Nacional del Gobierno de Aznar. Un proyecto que Zapatero desmontó al poco de ser nombrado Presidente en 2004 para imponer la solución de las desaladoras que, ahora, están casi paradas y produciendo agua a precios que los agricultores no quieren pagar.
La iniciativa del gobierno Aznar tenía sus seguidores pero también sus detractores, no lo olvidemos. En Aragón no querían ni oír hablar de él. El agua del Ebro es del río y nadie, en la zona, estaba a favor de llevarlo a ninguna otra parte. Se generó un debate en el que desaparecieron las ideologías, dejó de ser el PP o el PSOE la razón de votar a favor o en contra del trasvase, de llevar agua a zonas más secas como Castilla la Mancha o Murcia. Dirigentes socialistas se posicionaron a favor de la propuesta del Aznar porque favorecía a sus votantes y sin embargo el PP Aragonés se sublevaba de la mano socialista.
Metidos en este debate llegó Zapatero a la Moncloa y sin pensarlo dos veces, como otras muchas cosas, hizo desaparecer el Plan Aznar y en su lugar prometió una serie de desaladoras que, según el recién nombrado gobierno, harían las delicias de los agricultores. Pero no fue así. El anuncio se hizo realidad y se construyeron algunas en Murcia, Castellón o Barcelona pero no solucionaron todo. Surgió el problema de los precios, muy rechazado por los compradores, y poco a poco hubo que irlas parando porque el agua sin sal que salía de sus plataformas no encontraba un destino. Un fracaso, después de una inversión desproporcionada para los beneficios que se le podían extraer. La política es así. El despilfarro está permitido. Pero los tiempos cambiaron. Las lluvias y la abundancia de agua trajeron consigo el olvido y el debate se esfumó. Nadie se volvió a acordar del trasvase, ni de las desaladoras, ni de los gastos, ni de nada. Las lluvias y la abundancia de agua provocaron la amnesia colectiva. Se escondió el debate pero no se solucionó y, como todo es cíclico, la sequía empieza a enseñarnos los dientes y el problema sigue ahí, amenazando con crear un nuevo enfrentamiento.
De momento nadie se da por enterado, pero las buenas temperaturas y los días soleados que se viven, sobre todo en la mitad sur de España, aconsejan precauciones en el uso del agua y la confección de un proyecto único y consensuado. Ya veremos.
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Pedro Fernández