martes, abril 16, 2024
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La buena Estrella

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En el hospital público sevillano Virgen del Rocío ha nacido una Estrella. La niñita acaba de llegar al mundo para salvar la vida de su hermano enfermo, incapaz de generar el fluido sanguíneo necesario para vivir. Padece una enfermedad congénita, tan cruel y déspota, que sólo una transfusión semanal puede palear sus males. Así ha sido siempre su existencia, colgada de la cánula por donde le llegan las plaquetas y los glóbulos vivificadores. Los médicos consiguieron aislar un embrión limpio de taras malditas y con él se ha gestado el milagro: una nueva vida sin hipotecas vitales, liberadora también de la herencia indeseable que recibió Antoñito. Ahora, con la sangre extraída del cordón umbilical, el lazo de unión más trascendente, vehículo de todas las esperanzas maternas, sacaran al niño del corredor de la muerte donde la lotería de la vida le había metido.

Acaban de operar en Madrid a un familiar octogenario que padecía un carcinoma alojado en los intestinos. Una cirugía complicada y dramática, no sólo por la edad del paciente, también por las secuelas que suele dejar en un cuerpo sin muchas defensas y castigado por los años vividos. Todo ha salido muy bien. La cirujana, tan joven todavía, se esmeró aplicando las técnicas más avanzadas. Ha extirpado el mal y garantizado una convalecencia cómoda y una promesa de vida sin dependencias indignas. Me cuentan que la sanidad pública no afronta en muchos países europeos procesos como el que acabo de relatarles. Se aplican cuidados paliativos y poco más. Los recursos se reservan para los ciudadanos más jóvenes. Solo las familias que tienen medios suficientes pueden financiarse privadamente intervenciones como la que he contado o el simple implante de una prótesis que les evite pasarse los últimos años de la vida en una silla de ruedas o postrado en la cama.

Les he descrito estos dos casos para defender con entusiasmo nuestro Sistema Público de Salud, universal y gratuito. El mejor del mundo y uno de los más baratos y eficaces. Se ha edificado con el esfuerzo y el sacrificio de varias generaciones de españoles y  el trabajo callado y admirable de los médicos y sanitarios  que lo han hecho posible hasta el día de hoy. Dispone de los mejores hospitales de Europa, bien gestionados y equipados, punteros en las técnicas más modernas, con magníficos laboratorios y gabinetes de investigación. Allí nos atienden de día y de noche, jornada tras jornada, profesionales preparados y estudiantes de medicina que muy pronto serán doctores.

El edificio, que algunos pretenden dinamitar estúpidamente, tiene cimientos muy sólidos. Se apoya en los galenos rurales y de familia, paño de lagrimas y confesiones en las primeras angustias, de sapiencia universal renacentista. Se levanta sobre los ambulatorios de barrio y sus  especialistas, los servicios de urgencia y de asistencia domiciliaria. Crece en las extraordinarias unidades de medicina infantil, traumatología, oncología, maternidad asistida, virología, alergias, males del sueño o del dolor terminal. Se prestigia en todo el mundo con nuestro centro nacional de trasplantes, el de grandes quemados  o nuestro hospital toledano de parapléjicos. Una maquinaria perfecta que nos atiende a todos.

Recórtese el gasto público en tanta partida suntuaria y evitable, pero manténgase la Sanidad Pública como está. Debemos oponernos todos con firmeza a una medicina para ricos y otra para pobres y no sobrepasemos la línea roja que puede empujarnos al tercermundismo. Todos necesitamos que la negrura actual se ilumine con el resplandor de nuevas y buenas Estrellas.

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Fernando González

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