viernes, abril 26, 2024
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El agotamiento de Europa

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Se dice en Europa que sólo un político se interpone ya entre el Presidente Obama y la reelección: Angela Merkel. Esto podría sobreestimar la fortaleza electoral de Obama, pero reconoce de forma idónea la actual influencia de la canciller alemana. El estado de salud de la economía mundial, incluida la nuestra, depende cada vez más de la visión y la decisión de una líder teutona cauta.

Las medidas anteriores y paulatinas adoptadas por los gobiernos europeos sólo han aplazado el momento de ajustar cuentas. El fondo de estabilidad creado a principios de este año fue lo bastante grande para rescatar a Grecia pero muy pequeño para tranquilizar a los inversores de deuda soberana con la futura solvencia de España o Italia. De forma que el contagio económico se ha extendido de la periferia de Europa hacia su centro. A pesar del cambio de gobierno, el precio cada vez mayor del endeudamiento de Italia ha hecho insostenibles sus presupuestos. La calificación de Bélgica ha sido rebajada y hay signos de advertencia para Francia. Hasta Alemania celebró hace poco una frustrada subasta de deuda pública.

«Los mercados», me dice el gobernador del Banco Mundial Bob Zoellick, «están empezando ya a examinar detenidamente no sólo las estadísticas económicas sino a emitir juicios propios en materia de administración pública». Los juicios son en general crudos. Los inversores pierden la confianza en la capacidad de los gobiernos europeos de dirigir sus asuntos.

Bajo la crisis de la administración, hay también lo que Zoellick llama «una huida a cámara lenta de las entidades bancarias europeas». Los requisitos de capital más elevados y los problemas de liquidez han dejado el sistema bancario de Europa congelado esencialmente — incapaz de atraer el préstamo sustancial de las entidades bancarias estadounidenses o de participar en la gestión de las transacciones de Europa Oriental, los Balcanes, Latinoamérica o África.

Las entidades bancarias centrales están interviniendo para aliviar la escasez de líquido. Pero en última instancia, el resto de gobiernos europeos quieren que Alemania responda de sus préstamos imposibles de pagar — que amplíe la cobertura de la sólida calificación germana a los países de calificación mala. Esto se podría hacer a través de la creación de un bono soberano europeo, o del uso del Banco Central Europeo (BCE) como agente de crédito de último recurso. Las presiones para que Alemania trague crecen. Jacques Attali, asesor en tiempos del Presidente galo Francois Mitterrand, dice que «ahora Alemania, una vez más, tiene en sus manos el arma del suicidio del continente entero».

Merkel y la mayoría de los alemanes son escépticos a la hora de asumir estas responsabilidades — y motivos no les faltan. Sospechan que los gobiernos europeos menos responsables quieren «una unión de responsabilidad limitada» sin alterar de forma fundamental sus hábitos de gasto público. Alemania no quiere ser el bombero de un continente de pirómanos económicos. Además, las autoridades alemanas destacan que el objetivo jurídico del Banco Central Europeo es garantizar la estabilidad de los precios, no apuntalar los presupuestos nacionales de los socios. Y destacan que los documentos fundacionales de la Unión Europea prohíben a los socios responder por la deuda de los demás.

Todos estos reparos tienen sentido. Pero se suman a la inercia en momentos de urgencia económica. Es posible tener razón y ser aun así irresponsable

Los líderes europeos debaten los elementos de un posible acuerdo. Alemania ha perdido la paciencia con las respuestas a parches. Insiste en una unión fiscal vinculante, en el seno de la cual una autoridad central europea fijaría los objetivos de gasto público y el nivel de deuda. Los socios indisciplinados se enfrentarían a sanciones automáticas. A cambio de una unión fiscal rígida, Alemania sería persuadida de apoyar la idea del eurobono o de intervenciones más sustanciales del Banco Central Europeo como medida de transición.

Este enfoque suscita dudas. ¿Van a ceder tanta soberanía nacional los socios restantes de la Unión Europea? ¿Exigirá la unión fiscal cambios en los tratados — que se aprueban en virtud de procesos alambicados — o se puede lograr a través de acuerdos entre los socios? ¿Cómo van a encontrar de pronto el consenso en torno a cambios constitucionales profundos unos líderes incapaces de ponerse de acuerdo hasta en las medidas de urgencia? ¿Llega cualquier intervención demasiado tarde?

Pero las alternativas son inasequibles. Ciertos economistas contemplan ya la ruptura del euro — abandonando Grecia la unión para devaluar su divisa o abandonando Alemania para proteger su calificación. Pero no existe en realidad ningún mecanismo para que un socio abandone la eurozona — posibilidad que ni siquiera sus artífices consideraron. Y ser pioneros en este proceso sería igual de arriesgado que la separación de gemelos univitelinos. En este escenario, los economistas predicen una producción industrial en caída libre, mercados que no tocan fondo y episodios de pánico financiero globales.

En el caso de América, estos sucesos tienen el sabor histórico de las décadas de 1910 y 1930, trasladado al clima económico. Los intereses estadounidenses, una vez más, dependen de sucesos que tienen lugar en Europa sobre los que no tenemos ningún control.

La economía mundial se reconcilia por las bravas con la realidad que durante mucho tiempo ha intentado ignorar. El proyecto europeo, tal como está constituido en la actualidad, es inestable. O Europa refuerza de forma dramática su unión fiscal y política, o se hará pedazos. Al reconocer este imperativo, los alemanes tienen razón. Ahora tienen que empezar a ser resueltos, creativos y unificadores.

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Michael Gerson

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