viernes, abril 26, 2024
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Obama: Suspenso en el examen Lincoln

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Durante su reciente alocución al Congreso, el Presidente Obama hacía a los Republicanos este desplante ideológico: «Todos recordamos a Abraham Lincoln como el líder que salvó nuestra Unión… Pero en mitad de la Guerra Civil, también fue el líder que se asomó al futuro — un presidente Republicano que movilizaba los recursos del estado para construir la red ferroviaria transcontinental, fundar la Academia Nacional de Ciencias y conceder las licencias de suelo público para centros de enseñanza superior».  

Es una táctica retórica muy conocida — un intento de poner en jaque a tu rival moviendo su propio rey. Durante el discurso de la convención Republicana de 1980, Ronald Reagan citó a Franklin Roosevelt en relación a la necesidad de «eliminar las funciones innecesarias del estado». Un sinnúmero de Republicanos han citado a John F. Kennedy hablando de la eficacia de las bajadas fiscales.

Pero invocar a Lincoln en una sesión legislativa siempre es arriesgado. No es ningún espíritu manso.

No cabe duda de que el más grande de los Republicanos sería considerado a estas alturas, en regiones importantes de su formación, un RINO — acrónimo de Republicano Sólo por el Nombre. Lincoln fue un defensor permanente de la teoría económica liberal británica, en la que el estado ocupa un papel limitado pero vigoroso a la hora de promover las oportunidades económicas. Lincoln preveía una república grande, próspera y comercial, cohesionada y fortalecida a través de una entidad bancaria nacional y de carreteras, canales y redes ferroviarias de financiación pública. No tuvo ninguna paciencia con la ideología anti-gobierno de Thomas Jefferson. Una gran nación, en opinión de Lincoln, exigía libre empleo, educación pública y grandes calles para la actividad comercial.  

Este tipo de Republicanismo supone un reto a la ideología del movimiento de protesta fiscal tea party, como insinuaba Obama en su discurso. Pero aun así Obama sigue pareciendo molesto con el sombrero de copa. Lincoln era un entusiasta del capitalismo de la libre iniciativa. El objetivo del estado era promover las oportunidades y el progreso social, no garantizar resultados económicos concretos. Lincoln anunciaba «la armonía de los intereses» entre la clase obrera y las rentas altas, puesto que el objetivo de la clase trabajadora, según su opinión, era hacerse acomodada. «No proponemos ningún conflicto por el capital», decía. El objetivo es «permitir que el más humilde de los hombres tenga las mismas oportunidades de progreso que todo hijo de vecino».

Pero el defecto económico más importante de Obama se produce justamente en el extremo en el que elogia a Lincoln como el líder que miraba al futuro.

Está claro a estas alturas que la crisis económica encarada por Obama al principio de su legislatura no fue una recesión usual. Hacer limpieza tras un episodio de pánico financiero supone un grado extra de dificultad. Pero este revés también agravó un conjunto de inquietudes relativas a la viabilidad a largo plazo del modelo económico norteamericano en un momento de agresiva competencia global. Un insaciable sistema de protección social, un régimen fiscal alambicado, un sistema político paralizado y un sistema de educación que fracasa estrepitosamente (universidades punteras aparte) están induciendo a muchos a sospechar que la posición global de América se encuentra en declive relativo.

Pero la respuesta de Obama a este desafío extraordinario fue totalmente ordinaria. Sacó adelante el plan de estímulo Demócrata típico, que principalmente traslada fondos al estado y las instancias locales y a los sindicatos de empleados públicos. Añadió una nueva prestación sanitaria y defendió impuestos más altos a los ricos. En favor de Obama hay que decir que su reforma educativa Race to the Top fue innovadora. Pero agravó el problema social, ignoró a su propia comisión de disciplina fiscal Simpson-Bowles, alejó la atención pública de la reforma significativa del régimen fiscal y — con tres ejercicios de déficit presupuestario que supera el billón de dólares por ejercicio — provocó un acalorado debate nacional en torno al alcance y las competencias del estado. ¿Cómo se pudo haber imaginado alguien que el Keynesianismo desfasado de mediados de siglo de Obama iba a tranquilizar a inversores, consumidores y acreedores? Y no lo hizo.

El discurso de Obama a la sesión de las dos cámaras mencionaba por lo menos algunos de los verdaderos asuntos — un sistema Medicare de sanidad pública de la tercera edad insostenible y un régimen fiscal complejo e ineficaz. Pero sus iniciativas legislativas siguen centrándose mayoritariamente en mitigar los actuales problemas de paro, no en desatar la próxima oleada de crecimiento y libre iniciativa norteamericana. El equivalente moderno a la línea transcontinental de Lincoln no es construir otra línea ferroviaria adyacente. Entre otras cosas, es la reforma rigurosa de las pensiones, un régimen fiscal y un marco regulador simples, y la reforma de la educación — en las cuestiones de calidad docente y libre elección paterna sobre todo — que haga gritar y desmayarse a los sindicatos.

América se ha topado con la era del mínimo esfuerzo. Nuestros déficits se amontonan, nuestros políticos escurren el bulto, nuestra calificación crediticia es rebajada, nuestras empresas no saben competir, nuestras plantillas pierden la esperanza, nuestro ejército está a punto de ser eviscerado por los recortes masivos. Obama se puede quejar con razón de que él no causó todo esto. Pero tampoco hizo acopio de gran creatividad ideológica para combatirlo. Ha sido incapaz de pensar de forma diferente y de actuar de forma distinta — y por eso suspende el examen de Lincoln.

Michael Gerson

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