jueves, abril 18, 2024
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Afeitado

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Mi pareja de entonces siempre andaba gastándome bromas sobre el vello de mi cuerpo y, especialmente, de mi sexo. Siempre me decía que quería que un día me depilase para sentir cómo era mi piel sin pelos y, sobre todo, como era mi pene sin la mata de vello púbico que escondía su raíz. Yo apenas le hacía caso. A mí me gustaba el vello de mi cuerpo y el de mi sexo. Pero tanto insistió que accedí a depilarme. Únicamente, el sexo. Y, mejor, a afeitármelo.

Sin embargo, aquello no era tan fácil o yo no era tan flexible, el caso es que a lo más que llegué fue a repelarlo un poco con unas tijeras. Me era absolutamente imposible. Además, me asustaba andar con una maquinilla de afeitar por esas partes tan delicadas. Así que decidí que me lo hiciera ella. Le encantó la idea. Además, ella era una experta porque se afeitaba constantemente su sexo. Incluso, pasaba la cuchilla de afeitar por las cercanías del ano, cosa que me daba un cierto repelús.

Recuerdo que fue un sábado por la tarde cuando decidimos realizar la operación. Había que tener tiempo para jugar y aquello, al menos para ella, era un juego fantástico.

Nos desnudamos y nos metimos en una gran bañera que teníamos en casa. Al parecer, de lo que se trataba era de ponerme un poco a remojo. Aunque, aquello de la bañera y las comprobaciones pertinentes que empezó a hacerme para ver si me remojaba, me pusieron caliente y a punto estuve de fastidiar la operación o, al menos, retrasarla porque pillé una erección tremenda. Pero a mi chica lo único que le interesaba era el juego. Date la vuelta, ponte de rodillas, levántate, déjame ver… Por un momento tuve la sensación de que era una especie de muñeco hinchable. Ella me cogía el pene, lo giraba, lo subía, lo bajaba… Hasta que decidió que había llegado el momento de operar.

Vació la bañera hasta dejarla en unos escasos cuatro dedos de agua. Me dijo que me pusiera de pié y que separase un poco las piernas. Después cogió espuma de afeitar y me embadurnó entre bromas. Como si no costase. Y se dedicó a realizar todo tipo de movimientos para expandir la espuma. Aunque más que movimientos de expansión de la espuma, aquello me parecía una masturbación en toda regla. Es más, le pedí que siguiese. Lógicamente, se rió y se entretuvo un rato más en toquetearme las nalgas, los testículos, toda la zona erógena e, incluso, el ano. Le gustaba tanto lo resbaloso que estaba todo que aquello parecía que su juego no tenía fin. Paró cuando le pregunté si se acordaba a qué nos habíamos metido en la bañera.

Entonces dejó de tocarme y cogió una maquinilla de afeitar que, al parecer, usaba ella para afeitarse y empezó la operación. Menos mal que yo ya me había recortado un poco el pelo con las tijeras porque de lo contrario aquello hubiera sido imposible. Pero a ella le daba igual. Se sentía dominadora. Porque, en el fondo, lo que quería era jugar con mi sexo. Y le daba igual que a mí se me hubiera aflojado ante el peligro que sentía cerca cuando pasaban las cuchillas. La imagen de una chichilla de afeitar cerca de mi sexo siempre me había producido una cierta bajada de la libido. Es más, hubo un tiempo en que usaba esa imagen para retrasar mi orgasmo cuando poseía a una mujer.

El caso era que mi chica seguía a lo suyo y lo suyo era, supongo, una obra de arte por el interés y la pasión que parecía sentir. Cuando llegó a los testículos, cerré los ojos de puro miedo. Pero no pasó nada. Los afeitó con la maestría de un barbero de un capo de la mafia. Al terminar, me dijo que me diese la vuelta y que me agachase porque quería empezar a afeitarme el culo. Ahí, me negué. Me negué en redondo. Ella viendo que se podía acabar el juego, desistió. Cogió la ducha de teléfono y me roció de agua quitando así los restos de espuma. Y lo que vio debió de gustarle porque, pese a estar en posición de descanso, lo cogió y se lo llevó a la boca. Con la cuchilla de afeitar lejos y el movimiento de sus labios y su lengua, mi pene volvió a su posición de firmes.

A partir de aquel momento, yo pasé a dominar aquel juego y recuerdo que fue uno de los mejores momentos que pasé con ella. El roce de la piel pura de los pubis fue algo maravilloso.

Y hasta ahí quiero recordar porque no quiero pensar ni siquiera un segundo en los picores que tuve en mis partes a los dos o tres días de aquel afeitado.

Hubo quien en la redacción me preguntó si tenía purgaciones de tanto como me rascaba.

Memorias de un libertino

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