Teddy Bautista, por si alguien no lo sabe aún, es un personaje menor de la música de los sesenta que, como líder de un grupo llamado Los Canarios, tuvo un solo éxito que fue toda una premonición: se llamó `Ponte de rodillas’. En inglés claro. Teddy siempre fue muy moderno. Después, en los años setenta, en otra premonición, hizo el personaje de Judas en aquel grandioso ‘Jesucristo Superstar’ de Camilo Sesto. Y a partir de ahí, a dirigir la SGAE.
Si en el artisteo español existe un clan de la ceja, un clan de la barba y un lobby gay, en la música sólo existe Teddy Bautista. O conmigo o contra mí.
El tipo lleva casi treinta años gobernando la SGAE, que es una de las instituciones españolas que mayores ingresos genera, usando artes, digamos, poco éticas. Y, en muchos casos, artes ilegales como han sentenciado los tribunales. Ingresos, por supuesto, para algunos autores.
De otros, ni se acuerda. Él sólo entiende, como en las películas del oeste, de la ley del más fuerte.
Bautista dijo hace unos meses que se retiraría cuando cumpliese los 68 años. Los cumple a finales de mayo. Pero ahora ha decidido seguir. Se va a volver a presentar a las elecciones de junio. No sé si lo hace como consecuencia de la erótica del poder o porque ha pensado que no está bien dejar en manos de otro a sus “autores favoritos”. El caso es que eso de la renovación de cargos para él no existe y está poniendo todo tipo de trabas, estorbos, dificultades y obstáculos al que ha osado decir que le va a disputar la presidencia. Hablo de José Miguel Fernández Sastrón.
De Fernández Sastrón sólo conozco su obra y, por lo tanto, poco puedo decir de él, pero sí conozco a Bautista y sus malas artes. Y por eso, voy a pedir al director de Estrella Digital que abra un muro en el diario llamado “Todos contra Teddy Bautista”, en el que los autores descontentos y todos aquellos que se sientan dañados por el autor de ‘Ponte de rodillas’ se levanten y griten su rabia.
Jamás la SGAE había caído tan bajo en las encuestas como con este personaje. Y ya es hora, por otra parte, que entre aire fresco en ese palacio encantado (de haberse conocido) de la calle Fernando VI de Madrid.
Pinocchio