viernes, abril 19, 2024
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Igualdad

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El arzobispo de Sevilla  ha ordenado a las hermandades y cofradías de la diócesis que permitan la salida de las mujeres en las procesiones de Semana Santa, asumiendo así el principio de igualdad constitucional y de obligado cumplimiento en todas las esferas sociales. La mayoría de las hermandades de penitencia venían ya tolerando la presencia de mujeres en sus filas, después de la recomendación realizada hace algunos años por el cardenal Amigo Vallejo. Sin embargo, otras cofradías de raigambre, como el Silencio o el Santo Entierro, mantenían aun la prohibición, que queda ahora abolida por el decreto arzobispal.

Seguramente muchos lectores ajenos a estas cuitas cofradieras sevillanas se queden perplejos al conocer que en pleno siglo XXI persistían normas discriminatorias en organizaciones dependientes de la Iglesia, y que ello pueda ser objeto de polémica en la ciudad de la Giralda y titular de primera página en los medios de comunicación. Verdaderamente era un atavismo difícil de explicar, de no ser por el espíritu tridentino que en estos tiempos sigue informando los estatutos de estas hermandades que cada primavera escenifican en las calles los más hermosos y deslumbrantes desfiles procesionales de la Semana Santa que puedan existir en el mundo católico.

Con indeterminadas excepciones, los sevillanos han recibido de buen grado la norma que decreta la igualdad en las cofradías. Algunas voces salidas de lo más casposo de la tradición inamovible han impugnado el mandato, pero la realidad se ha impuesto y monseñor Asenjo Peregrina se ha apuntado un tanto de cara a la mayoría de la feligresía.

No deja de ser paradójico, sin embargo, que algo de tanto sentido común como es la igualdad entre hombres y mujeres no sea asumido por la Iglesia Católica en su globalidad y no solo en cuestiones de menor peso teológico como el hecho de que las féminas salgan o no en las procesiones de Sevilla con sus capirotes. Somos muchos los creyentes que a estas alturas de los tiempos no podemos entender la pertinaz discriminación del Vaticano sobre la ordenación sacerdotal de las mujeres, principio en absoluto evangélico y mucho menos del mandato divino; en todo caso sobrevenido por humana decisión y zanjado por Juan Pablo II en su Ordinatio Sacerdotalis, un documento muy contestado desde distintos sectores religiosos.

Es esta la gran asignatura pendiente de la Iglesia Católica, como lo es el asunto del celibato sacerdotal. Una y otra cuestiones quedarán para un próximo pontificado, a la vista de que Benedicto XVI no parece estar por la labor. El Concilio Vaticano II supuso una transformación profunda en el seno de la Iglesia, y sus efectos favorables entre los católicos fueron benéficos y eficaces para una concepción moderna de la Fe y la mejor adecuación de la práctica religiosa al mundo que vivimos.

Desde la desaparición de Pablo VI la Iglesia está estancada en su discurso pastoral, excepción hecha de la doctrina social que tanto con Juan Pablo II como con Benedicto XVI ha avanzado razonablemente. Si el Vaticano pretende como es de suponer salir del bache en el que se encuentra el Catolicismo, deberá emprender reformas que eleven a la legalidad canónica lo que en la vida civil es normal y corriente: la igualdad sin restricciones. Porque si no, como ocurre en torno a la Semana Santa en toda España, podremos encontrarnos con la respuesta surrealista que Salvador Dalí le dio a un periodista: “No soy creyente; soy practicante”.

Francisco Giménez-Alemán

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