viernes, abril 26, 2024
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De nuevo los Oscar

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Hace más o menos un año prometí que jamás iba a volver a escribir sobre los Oscar. Básicamente porque las mejores películas del 2008, El caballero oscuro y Gran Torino, habían sido ignoradas. Aparte, los premios de la Academia de Hollywood, no lo olvidemos, son decididos por poco más de seis mil personas, y resulta pasmosamente escalofriante que la gente los tome como dogmas de fe. Por ejemplo, cuando muere alguien relacionado con el cine, se miran antes las nominaciones y estatuillas del fallecido que el conjunto de su carrera. A esos efectos, los Oscar parecen el único catálogo válido sobre la valía de cualquier personaje relacionado con el séptimo arte.

No hace falta decir mucho para demostrar lo falaz de tamaña postura. Si hasta Penélope Cruz ha ganado un Oscar -¡uno más que Cary Grant!-, por si fuera poco por intervenir en la que seguramente sea la peor película de Woody Allen. Los Oscar muchas veces no han acertado -siempre desde mi humilde opinión-, pero en los últimos años han hecho de la equivocación su santo y seña.

Por si fuera poco, en estos momentos convulsos, dedicar tiempo a hablar de los Oscar es restar espacio a aquellos temas realmente importantes. A nivel internacional, la crisis económica y el conflicto entre Oriente y Occidente. A nivel nacional, innumerables carencias, taras y defectos que padecemos sin que nadie mueva un dedo para que cambien las cosas. A estos efectos, los Oscar sirven como otra maniobra de distracción; gracias a ellos nos olvidamos de lo esencial durante demasiado tiempo. Y estamos hablando de la más magnífica maniobra de marketing jamás realizada por industria alguna. Nos dejamos engatusar por algo inventado para vender.

¿Qué hago, entonces, hablando aquí, de nuevo, sobre los Oscar? Principalmente, porque El secreto de sus ojos, la película del 2009 que más disfruté, ha ganado el premio a la mejor película en habla no inglesa. Juan José Campanella bordó la poesía cinematográfica con este filme que, aparte de contar una historia conmovedora, trágica y emotiva, alcanzó la perfección absoluta con la escena definitiva de despedida en una estación de tren. Sólo por eso merece la pena citar los premios de la Academia de Hollywood.

El resto, más o menos lo de siempre. De nuevo hubo sorpresa. Lo raro es que no la haya. La triunfadora ha sido En tierra hostil, muy excelentemente dirigida por Kathryn Bigelow -la primera directora en ganar un Oscar, pero es que tampoco ha habido demasiadas-, y que, sin ser un gran filme, muestra que con un presupuesto bajo para Hollywood -11 millones de dólares- se puede desarrollar bien una historia si hay talento en todos los terrenos que componen una producción cinematográfica.

es más un docudrama que una película dramática en sentido estricto. Su guión no desarrolla más que unas cuantas escenas muy bien descritas que se suceden de manera deshilvanada. Pero, curiosamente, el guión también ha tenido su premio. Hollywood, de nuevo, premia un filme que tiene más de europeo que de industria, y es que ésta anda de capa caída.

Ciertamente, el 2009 no fue un gran año en cuanto a grandes títulos. Avatar, sin duda, ha supuesto una nueva revolución estética, técnica y visual, pero su guión era demasiado infantil, a pesar de sus enormes virtudes comerciales, capaz de enganchar a cualquier tipo de público. Y el resto de las candidatas, bien hechas, tampoco eran para tirar campanas. Personalmente, mi favorita, al margen de la obra maestra de Campanella, era Up in the air, pero entre lo guapo que es el prota y que tiene mucho de comedia, era casi imposible que triunfase en algo tan eminentemente triste como los Oscar.

Así, otra vez he caído en la vieja trampa de los premios de Hollywood. Pero cuando gana una joya como El secreto de sus ojos vale la pena retractarse. Cuando una creación humana roza la genialidad, hay que realizar todos los homenajes posibles… sobre todo porque últimamente, aún más en lo cinematográfico, no es que menudeen. Después de todo, gracias a El secreto de sus ojos, en su día y cuando me pongo a recordar sus escenas, también me distraigo de la insoportable y mediocre cotidianeidad que nos rodea.

Daniel Martín

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