Ni va a haber pacto ni tiene por qué haberlo. Hay distintas opciones y lo que se precisa es que el Gobierno gobierne, que el PP presente sus opciones y manifieste sus críticas, sin que se le exija plantear ahora, en la Oposición, el programa de Gobierno que este no tiene. Ya no sabemos, si anotamos todas las manifestaciones del presidente en el plazo breve de quince días, si quiere recortar el gasto o no y, en el primer caso, cuándo y de qué manera. En esas condiciones, pedir a los adversarios que planteen un programa, como si fuese la oposición de la oposición, resulta una broma de mal gusto.
Además, la importancia de los pactos no está en los pactos mismos, sino en su contenido. El Gobierno tendría que hacer un planteamiento que, en ningún caso, como es lógico, contentaría a todos. Si la mayoría de los partidos, incluidos los nacionalistas, pactan la ampliación de la edad de jubilación o el de los años necesarios de cotización, ¿el «pacto» sería un bálsamo para que los sindicatos o Izquierda Unida desistieran de sus quejas, de las que quieren poner de manifiesto hoy en las calles? No, claro, no se puede pedir lo imposible.
Convendría, por tanto, terminar con la murga de arrimar el hombro, de no querer ayudar a España, de los antipatriotas, etc. Y el PP debería encontrar la forma de zafarse de esta falacia y no pasarse el día ensayando en público ocurrencias: elecciones anticipadas, moción de censura, gobierno de coalición, etc. Ya está bien, por tanto, de ridículos compartidos, aunque conviene decir que son más graves los del Gobierno porque la incoherencia, la falta de decisión y la sarta de disculpas nos afectan directamente. Lo del PP le afecta sólo a ese partido.
Basta también de colocar todas las esperanzas en el pacto, como si se pactase lo que se pactase se resolviesen los problemas. Es, aunque todos huyan de ello, el momento de las decisiones gubernamentales, de las propuestas y del debate serio.
Germán Yanke