Nada más concluir el partido ante el Olympique de Lyon, Jorge Valdano fue el primero en criticar abiertamente el juego y la imagen del equipo cuestionando de forma velada el trabajo de Manuel Pellegrini. Y unas horas después, incluso hubo una ‘valdanina’ para pedirle a la plantilla que eche el resto a partir de ahora e intente evitar que el Madrid, por sexto año consecutivo, sea eliminado en octavos de final de la Liga de Campeones.
A continuación, determinado sector de los medios de comunicación de la capital entró a saco al ver que el director general ha levantado la veda para seguir atizándole de lo lindo al entrenador chileno sin reparar en que unos días antes lo habían elevado a los altares tras el triunfo en la Liga ante el colista Jerez.
A Valdano le pagan para que la sangre no llegue al río como en una situación como la actual en la que el madridismo contempla desconcertado un panorama de desencantos ante los vaivenes del equipo que todavía no ha demostrado tener una identidad acorde con su multimillonaria nómina.
Por mucho que se esmere y saque a relucir lo mejor de su repertorio ‘verborreico’, Valdano va a tener muy difícil apagar el fuego en estos momentos de incertidumbre de los que tampoco salen bien parados los dos ‘buques insignia’ del ‘florentinismo’, Cristiano Ronaldo y Kaká. Dos cracks sobre los que recae gran parte de la responsabilidad que contrajo el Madrid desde el mismo día en que la UEFA, tras petición del club blanco, designó el estadio Santiago Bernabéu para que el 22 de mayo acoja la final de la Liga de Campeones.
Como anfitrión que va a ser el Madrid, a cualquiera de sus aficionados le horrorizaría que el Barcelona apareciera como finalista cuando todo está -o estaba- preparado para la conquista de la Décima.
Pero, sobre todo, Valdano tendrá que estrujarse las meninges para procurar que el socio madridista se vaya olvidando poco a poco de la absurda promesa de Florentino Pérez que tantas ilusiones suscitó el día de su segunda entronización como presidente del Real Madrid de «lograr en un año lo que no se consiguió en tres.»
Antonio Cubero