miércoles, abril 24, 2024
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Vulgaridad política

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Un periodista -escaso de palabras, al parecer- lanza sus zapatos contra el presidente Bush (que demuestra que, a pesar de ser un «pato cojo», tiene todavía reflejos) y el ministro español de Asuntos Exteriores comenta, sesudo como es él, que los zapatazos «no son dignos pero expresan la rabia del pueblo árabe». Hay un «sí, pero no», y también, como en este caso, un «no, pero sí» que aparece frecuentemente en cada caso de grosería o violencia: no está bien, pero se explica de alguna manera. No es sino un síntoma de la degradación de la política y del debate, hasta el punto de que Moratinos viene a decirnos, al mismo tiempo, que es explicable por las maldades de Bush y que la explicación de esa hipotética rabia árabe puede ser indigna. Es más fácil descalificar al adversario que discutir con él, que es un modo civilizado de reconocer sus argumentos, tratar de convencer e incluso estar abierto a ser convencido. Sobre el periodista, el nobel Soyinka ha dicho que es un tipo gentil, y Hugo Chaves, que tiene coraje. Ahora su hermano denuncia que ha sido maltratado tras su detención y no sé si alguno dirá que está muy mal pero se explica por el desprestigio causado a su país.

El presidente de la Federación Española de Municipios, Pedro Castro, se deslizó también por la pendiente de la vulgaridad -de la significativa vulgaridad- llamando «tontos de los cojones» a los votantes del PP en vez de discutir con ellos o intentar convencerlos, lo que sin duda exige una cierta altura intelectual que el insulto no precisa. En vez de responsabilizarse de tamaña insensatez y volver a su currículum local, Castro combina la alusión al calor de su boca con la mayoría que le respalda para mantenerse en su puesto, sin querer darse cuenta de que su papel es representar a todos los municipios y de que la mayoría no ampara la indignidad y el insulto.

Entre insultos, baladronadas y buenas dosis de indigencia intelectual nos jugamos el futuro y nos ahorran las decisiones razonables, consensuadas o peleadas democráticamente, que necesitamos. Siempre, y especialmente, en momentos como el presente en el que el debate político y económico debería atender asuntos fundamentales y graves. Si en la legislatura anterior el PP se alejó a menudo de la discusión seria con un tono desacertado o la mera manifestación de sus problemas de impotencia, en ésta parece que el PSOE, a pesar de haber ganado las elecciones, acapara las descalificaciones, los chistes malos, la vulgaridad para disimular la falta de ingenio. Es, a pesar de haber ganado en las urnas hace sólo unos meses, un preocupante síntoma de nerviosismo, como si el insulto fuera un reflector recorriendo el escenario de la ausencia de propuestas serias, el agotamiento y la incapacidad apenas comenzada la legislatura. En el partido gubernamental deberían apagarlo, si no es por decencia, al menos como estrategia de imagen.

Germán Yanke

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