El congreso, más cerca
Esto de la política es un asunto complicado. Y más en un país que aún poblamos generaciones con pasados o presentes tan distintos y con una visión del futuro tan extrañamente diferenciada. En España convivimos supervivientes de los años más duros de la dictadura, la generación que hizo la transición en la adolescencia o los que, con madurez suficiente, aportaron el valor de la prudencia para lograr aquella larga etapa de pactos que tanto sirvieron para la convivencia.
El asunto es que ahora, en plena transición tecnológica a una sociedad digital, del conocimiento y de las comunicaciones abiertas, horizontales e instantáneas, la tierra, como dice el periodista norteamericano Friedman, se ha hecho plana. Estamos al borde de otro mundo porque, como decía Eluard hay otros mundos, pero están en este.
Ese es el caso. Que esos mundos diversos existen en este y por eso se producen las visiones diferenciadas de la misma realidad, y por eso, quizá, creemos que en nuestra dimensión, en la que las cosas son de una determinada manera, se dan las mismas circunstancias que en la dimensión donde gravitan los otros, que es de otra forma, tiene otros problemas y las certezas y las angustias visten ropajes que bien distintos.
Por eso, porque aquí habitamos muchos muy diferentes, generacionalmente hablando, y porque el mundo cambia con gran celeridad, y la crisis, además, emborrona cualquier expectativa, es por lo que nuestras miradas chocan cuando enfocamos en la misma dirección. Y por eso, también, algunas verdades que nos aparecen como evidentes, son trasunto de otra naturaleza para otros cuyas certezas son bien distintas.
Que los partidos políticos en su estructura y naturaleza del siglo XX terminarán por ser barridos no es que sea un asunto doctrinario, es una evidencia que responde a hechos contrastables. Y no tiene que ver con que antes fueran peores, que va. Eran lo que eran. Como lo era el Simca 1000, y como lo era la carretera de Burgos antes de ser autopista. Ambos tenían sentido en su tiempo y en sus circunstancias. Hubiera sido inútil una autopista peraltada para la gran velocidad para aquel cochecillo molón, pero discreto. Y no sería posible transitar con los autos locos de hoy en día por aquellas carreterillas nacionales que, al decir de la canción, eran propiedad del conductor.
El PSOE, que se fundó en una España sin libertad, ha adoptado las estructuras adecuadas para responder a las circunstancias de cada momento de la forma más útil sin perder su naturaleza democrática. No en vano, desde que se eludió la incorporación a la Tercera Internacional, en los años 20, la democracia y la libertad son valores tan importantes como los del socialismo y la igualdad en ese partido. Y eso aunque algunos de sus militantes más dinámicos lo ignoren o desconozcan el vibrante debate de Fernando de los Ríos con el mismísimo Lenin.
La defensa del cambio actual tiene, pues, más que ver con la necesaria adaptación a los tiempos modernos que con la cantinela sonora de la apertura, el asamblearismo o la desnaturalización libertaria de lo que debe ser una organización con una lógica y unos procedimientos, además de unos fines. En el PSOE se vota, aunque no se muevan las manitas sentados en el suelo para ratificar esta o aquella cuestión. Se vota y se elige. Y luego se gestiona.
Así lo deben de entender quienes conviven en él, y quienes lo hacen en torno a él. Habrá otras formas democráticas, pero no será más democrático. Será más adecuado, más abierto, más transparente y, por tanto, más correcto con relación a lo que demandan las nuevas generaciones crecidas en las libertades plenas y a los que ven en las herramientas de la tecnología el instrumento más eficaz para multiplicar la apertura señalada.
El PSOE viaja hacia la universalización del voto y hacia la decadencia de los poderes intermedios, tanto como a la sectorialización del papel de los profesionales o los movimientos sociales frente a los territorios. Cambia hacia el 2.0, creando, incluso, una estructura oportuna para ello. Va del pasado lejano hacia el futuro inmediato. Y lo hace ante la luz y los taquígrafos de la opinión publicada y de la opinión pública.
Siempre he sido de la opinión de que los partidos no están para crear problemas y mucho menos para proyectar los suyos sobre la población. Dice González que se deben debatir un día al año los asuntos internos y el resto los problemas de la gente. Para eso están y lo explica muy bien el ex presidente.
Así que el enfoque congresual tiene que ver con la integración y con el liderazgo para facilitar el dialogo intergeneracional tal y como en su día se hizo con el diálogo interclasista que, al final, es lo que quiere decir una política de mayorías, tan anunciada después de un ciclo radical pensado en la suma de minorías o, lo que es lo mismo, la operación realizada al revés, y con muy poco éxito.
Alfredo Pérez Rubalcaba, cuya defensa personal he manifestado muchas veces en estas páginas, tiene construido el argumento de su candidatura sobre estas ideas y ello hace que su aportación, junto a la experiencia y el peso que tiene, sea de un gran calado político. De él yo no tengo ninguna duda, pero me inquieta pensar en los personajes que tradicionalmente se agazapan con habilidad sinuosa tras el liderazgo de otro. Lo mismo ocurre en la otra orilla de este río democrático, que no se desgranan los acompañantes que gobernarán el futuro y eso deja la elección sumida en una cierta incertidumbre: la del resultado y la de las consecuencias de ese resultado.
Me pregunto, como Doris Day, “qué será, será, el tiempo nos lo dirá”. Y con eso me reconforto mientras dejo pasar el tiempo. Ya queda menos.
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Rafael García Rico