Última hora

De cuando Gwyneth Paltrow hirió al mono Gallito con su peineta

Ella pretendía recibir a Gallito a porta gayola.

–No, mujer; eso se les hace a los toros.

–Decía el maestro Vidal, Don Joaquín, que los toros son muy parecidos a los hombres, perdonando la manera de señalar... En mi país Don Joaquín Vidal hubiera ganado un Pulitzer.

Fue que me pidieron un guión a medias entre Sangre y arena, de Blasco Ibáñez, y Tarzan of the Apes, de Edgar Rice Burroughs, y necesitábamos un mono torero.

La propia Gwyneth Paltrow, recordando sus estancias y acaso stanzas veraniegas y adolescentes en Talavera de la Reina –donde en 1920 el toro Bailaor corneara mortalmente a Gallito–, ella mismita, visajes más dulces que los de Shakespeare enamorado de Barrett aún vivo (véase el relato de Juan Perucho titulado Sheyton Barrett, el fantasma de Shakespeare), me había pedido a Gallito como Cheeta.

No pude negarme. Me derritió con un par de besos, no obstante eutrapélicos y castos; casi apotropaicos como un santiguarse.

Bien, el caso fue que, ya pisando el ruedo, me la llevé del portón de chiqueros al de la enfermería, donde, en vez de ponerse a porta gayola, se acuclilló románica y monumental, al modo de los canecillos obscenos de la Colegiata de San Pedro de Cervatos.

Bajo el sol talaverano sus muslos descubiertos sugerían degustaciones de bollería mantequillosa.

A mi voz salió de la enfermería Gallito, despacioso, fantasmal; fotofóbico y trastabillado cual Lázaro.

Más que un fantasma parecía un personaje chocho (léase Tchoo-Tchoo) de Lovecraft.

–Maestro, que aquí nuestra diosa tiene la potestad de resurreccionarlo a usted para el cine –le dije.

Pareció Gallito un niño frustrado, áspero:

–Es que, yo esperaba a…

Dijo el nombre de cierta dama sevillana, que en tiempos bebiera por él los vientos y le trasegara alguna que otra cosa más, la cual dama importante (lo cuenta el escritor Eduardo de Guzmán, muchos años preso del franquismo, en Nosotros, los asesinos) iba de misiones allá por 1939, a las cárceles madrileñas, para convertir a los relapsos republicanos ateos, hasta que un sevillano preso, el sonetero y luego fusilado Pedro Luis de Gálvez (tan mal glosado por algún novelista chochón de hogaño), dio en reconocerla y referir a otros reclusos aquellos asuntos, entre risas y cuchufletas.

–Maestro, que me compromete. ¡Que soy un escritor de orden, temeroso de Dios y del señor ministro del Interior! –protesté.

No obstante versada Gwyneth Paltrow, nada turisteadora, sacó entonces del bolso mantilla y peineta, con las que se tocó, y tomó en brazos al mono Gallito, y se lo ahorcajó en la cadera, y fue cuando al ir a besarlo le hirió en una ceja con la peineta, y al verse el matador aquel rojo unto corriéndole, soltó un bufido y fuese, muy molesto, de vuelta a la enfermería sepulcral.

Adiós película.

Yo, infeliz de mí, abracé a la bella como queriendo darle consuelo, pero su rodillazo de orquitis traumática aún me tiene doblado.

José Luis Moreno-Ruiz