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Cybersexo

Ella trabajaba en una empresa que tenía relación comercial con la mía y, aunque manteníamos una cierta simpatía, no nos conocíamos más que de hablar por teléfono y de enviarnos correos profesionales.

Un día, no pude enviarle una información desde el correo de la empresa y se lo mandé desde el mío personal. Unas semanas después, una noche recibí un correo de ella en el que quería que la agregase a mi Messenger. Me sorprendió pero así lo hice. Aunque más me sorprendió que, a los quince segundos, la pantalla me hizo un guiño diciéndome: ‘hola’. Le contesté e iniciamos un pequeño diálogo de cortesía.

Al llegar el sábado por la noche y estando yo repasando mi correo, otra vez la pantalla me hizo un guiño: ‘hola, soy yo’. Y volvimos a iniciar una conversación telemática. Pero esta vez ya no era de cortesía sino que discurrió por caminos personales. Nos reímos y quedamos para la noche siguiente. La verdad es que me atraía aquella conversación escrita.

Al día siguiente y a la hora fijada, encendí el ordenador y abrí el correo. Unos segundos después ya estábamos hablando. Y, en esta ocasión, de los temas personales pasamos a los muy personales y de los muy personales a los sexuales…

El hecho de hablar de incognito y mediante la escritura pareció que nos liberaba y hablamos con total libertad de lo que nos gustaba en el sexo y de lo que no nos gustaba. No sé si ella tenía una gran imaginación o es que, realmente, era una guarra pero parecía que le gustaba hacer de todo. Chupar, lamer, morder, acariciar, todo… Incluso, me dijo que le encantaba el beso negro. Le gustaba que le dieran azotitos y que la insultaran mientras la penetraban. Todo le ponía, todo.  En cualquier caso, a mí sus relatos me pusieron tan cachondo que no tuve más remedio que masturbarme… No sé que hizo ella pero supongo que algo parecido porque, al poco, en un momento concreto, se despidió, cerró el diálogo y apagó su ordenador o salió del Messenger.

Durante unos días no tuve relación con ella de ningún tipo. Cuando no teníamos relación comercial no hablamos. Pero el viernes, y de nuevo a mi correo personal, llegó un email que decía: ‘Mañana sábado, en el mismo sitio y a la misma hora’.

Nunca en mi vida un email me produjo tanto morbo. De hecho, hasta que llegó su hora, viví en una gran excitación.

Cuando llegó el momento deseado, entré en mi cuenta de correos y ella apareció. Aunque la ansiedad me corroía los bajos, comenzamos a hablar de cosas menores como el tiempo o la salud… Pero no habrían pasado dos minutos cuando me preguntó si me parecía bien que encendiésemos las webcam y que así nos veíamos. Dude. Pero, de nuevo, el morbo pudo conmigo y accedí. Fueron unos segundos emocionantes… Por fin la iba a ver… Y apareció en mi pantalla. Era una mujer de mediana edad. Rubia. Y, aunque apenas podía ver su cuerpo ya que estaba sentada frente a la pantalla, me pareció hermosa. No pude saber cómo era su cara porque llevaba puesto un antifaz.

Al ver mi conexión sonrió y me escribió: ‘Perdona que tape mi rostro. Me da más libertad. Si lo deseas puedes hacerlo tú también. Aún no he conectado tu webcam’.

A mí me daba igual que me viese o no y así se lo dije. A partir de aquel instante en el que estábamos frente a frente, todo se precipitó. Sin apenas mediar palabra, se quitó la camisa que llevaba puesta y me mostró sus pechos. Eran pechos pequeños pero muy bien colocados y apetecibles…

Yo no sabía qué decir o qué hacer. Era mi primera vez. Pero ella era una experta en cybersexo. Se alejó de la cámara y me mostró todo su cuerpo. Estaba desnuda. Primero acercó su sexo a la cámara y me lo mostró en toda su plenitud. Después, de dio la vuelta y se agachó mostrándomelo desde otra perspectiva. Aquello me puso a cien. Me desabroché la bragueta y empecé a acariciar mi pene que ya había adquirido una gran erección. Instantes después, ella separó la silla del ordenador para que pudiera verla, se sentó y comenzó a tocar sus pechos con una mano y su entrepiernas con la otra…

En un momento dado, me hizo un gesto para que le mostrase mi pene erecto y yo la obedecí sin más. Me puse de pie y me bajé los pantalones mostrando mi poderío. Ella al verlo, cogió un consolador que tenía a mano y se lo introdujo en su vagina… Aquella era una situación tremenda… Jamás había sentido un morbo igual… Lógicamente, no puede más y me vacié. Ella, al ver mi orgasmo aceleró su penetración y dio una serie de espasmos…

Fue lo último que vi. No sé qué pasó. No sé si se cayó la cámara o se fue la luz y se apagó el ordenador… Pero lo cierto es que algo debió pasar porque todo se fue a negro.

A mí, entonces, no me quedó más remedio que ir a lavarme y a recoger todo aquello esperando que no hubiese caído nada sobre el techado…

Memorias de un libertino

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