jueves, abril 25, 2024
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Todos se llamaban Servando

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De estos partidos sin interés, está hecha la vida. Pequeños sobresaltos en la alineación y un largo contar los minutos hasta que Cristiano cumpla con su señora, la portería.

El Eibar es correcto, manso y ordenado. Sus aficionados viven en el bosque, de cara a los montes y las fábricas. Se construyen severamente en comunidad y comparten el club, como una casa social. El Eibar es lo que es. Nadie puede tergiversar su significado, puesto que no tiene significado.

El Madrid blanco salido del terror y su inmensidad vacía, es el signo en el tiempo que envuelve todo lo demás. En estos partidos lo que ocurra en el césped apenas cuenta. La representación está en las gradas y en los bares, en la cháchara ininterrumpida de una nación donde los hechos se disuelven en un mar de palabras. Allí cada uno pone sus experiencia, sus deseos, su individualidad y los rencores y las derrotas que lo llevaron a pedir su primer gin tonic.

A los 10 minutos de empezada la función, nada había pasado todavía y eso amenzaba en convertirse en una película europea de salón. Esas en las que lo importante es levantar acta notarial del paso del tiempo, como si eso nos acercara a la vida, cuando lo que hace esa experiencia tenebrosa es sentarnos en una silla a observar la marejada de la muerte.

Una chilena de Ronaldo fue el incidente de iniciación. Modric comenzó a saltar de eje y sus pases con el empeine -una categoría moral- dictaron el sitio donde pasan las cosas. Hubo una falta y Ronaldo dispuso su liturgia. Era lejos. Disparó apuntando a los rastrojos y el portero se encontró girando en cámara lenta y con el bote sobre sus ojos. Al rato, Arbeloa dobla a Jesé y pone un centro bendecido y ortodoxo. Toda una singularidad en este Real de la fantasía y los renglones torcidos. Chicharito, que se encomendó a los espíritus de su nación al inicio del partido, remató picado y al segundo palo, donde el portero sólo puede sentir melancolía por aquello que no se puede alcanzar. Todo lo demás, fue el género neutro que el Real ofrece a su concurrencia en los días previos a la batalla.

Destacó Jesé, un jugador escondido desde su lesión, al que el año pasado le brotaba el fútbol de muy dentro y este parece perseguir el rastro de lo que dejan los demás. A Jesé le tiraron una pelota y comenzó una carrera por el centro sin grandes ambiciones, tropezó y de repente, atravesó el espejo entrando en el área como si viniera del otro lado. Definió fácil y rápido, como la sonrisa que se le puso al madridismo.

¿Qué será de Jesé? Esa fue la pregunta de ese último tramo, de fútbol ininteligible y espeso; abrumado por la indiferencia que venía de la grada. Cuando el árbitro pitó el final, la tarde seguía ahí, y la gente se quedó durante un momento parada sin saber lo que convenía hacer para rellenar un largo día de fiesta.

REAL MADRID 3 – EIBAR 0

Ángel del Riego

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