sábado, mayo 4, 2024
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La magia de Lisboa

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A pesar de los pesares, la magia de Lisboa resucita una vez más en estos primeros días, no ya primaverales sino casi veraniegos, que por fin han llegado tras uno de los inviernos más lluviosos que recuerdo. De repente, todo cambia. La luz, por supuesto, que vuelve a ser la más extraordinaria de Europa. Los árboles, que brotan en un disparate de flores efímeras. Los olores de los mercados, hasta entonces adormecidos, que nos traen de nuevo recuerdos y añoranzas de aquel Oriente que perdimos con nuestro extenso Imperio de Ultramar.

El ritmo de la ciudad, ahora más tranquilo todavía si cabe, invita a perder el tiempo en cualquier café del Chiado o paseando sin prisas a orillas del Tajo, desde la plaza del Comercio hasta los últimos almacenes de Santos-o-Velho, al pie de la hermosa embajada de Francia, que ocupa el antiguo palacio del marqués de Abrantes. Aparecen de repente un montón de jóvenes que bajan en bañador hacia la estación de Cais do Sodré, con la toalla al cuello y la tabla de surf bajo el brazo. El tren les dejará en Carcavelos en apenas un cuarto de hora. Volverán por la tarde, justo antes de que caiga el sol, con los rostros tostados, agotados y felices, algunos de la mano de esa guapa novia, quizá de sangre mezclada, una de esas bellas  portuguesas cosmopolitas, que acaba de conocer en la playa.

El ritmo de la ciudad invita a perder el tiempo en cualquier café del Chiado o paseando sin prisas a orillas del Tajo

Los funcionarios, después de una jornada tranquila, salen a esa misma hora de los ministerios. Se cruzan con los chicos y en muchos se descubre una mezcla de nostalgia con algo de sana envidia. Se acuerdan, qué duda cabe, de cuando ellos también se escapaban de las aulas para ir a la playa. También recuerdan que hasta que la tristemente famosa Troika impuso sus tiránicas condiciones, ninguno  trabajaba por las tardes.

Pero ninguna de estas miserias importa en este venturoso inicio de la noche de Lisboa. Apenas se necesitan unas pocas monedas para tomar con los amigos una cerveza helada en cualquier terraza de Alfama. Si hay suerte, para acompañarla el camarero pondrá de balde un platito de altramuces. Se compartirá un paquete de cigarrillos, algunos chistes, unas risas sinceras y ese algo especial que tiene nuestra ciudad y que es sin duda lo que nos permite sobrevivir a tantas privaciones como las que nuestros amigos del norte nos imponen. Y en esta noche de luna llena que se refleja sobre el Mar de la Paja, mientras regreso a casa caminando por las calles no mal iluminadas, sino sabiamente en un entreluz, sin alardes energéticos ni despilfarro; mientras, tal vez perfile los primeros versos de un poema; pienso una vez más que los portugueses no merecemos el trato recibido, pero las penas con pan son menos, y la troika con playa se diluye un poco.                

Rui Vaz de Cunha

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