miércoles, abril 24, 2024
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Pasos para desactivar una crisis

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Mientras Estados Unidos e Irán se aproximan paulatinamente a la confrontación abierta, es importante que ambos den los pasos discretos para evitar errores de cálculo o malentendidos que puedan desembocar en el conflicto militar indeseado. 

Ha sucedido con anterioridad: durante la crisis de los misiles cubanos de 1962, el Presidente Kennedy se valió de un canal ajeno a los habituales para trasladar la resolución estadounidense a los soviéticos, y explorar también una fórmula de acuerdo. Los contactos clave fueron su hermano, el fiscal general Robert Kennedy, y el embajador soviético en Washington, Anatoly Dobrynin. Aquel intercambio ayudó a evitar la guerra nuclear. 

Washington y Teherán carecen hoy de cualquier medio comparable de comunicación en una crisis. Desde el secuestro de la embajada que acompañó a la revolución iraní de 1979, los dos países no han mantenido contactos bilaterales. Se comunican indirectamente, a través de la embajada suiza, que no es lo idóneo. 

De manera que he aquí una propuesta en este periodo de crisis agravada: Estados Unidos e Irán deberían explorar la posibilidad de mantener contacto directo a través de la clase de canales ajenos a los habituales de los que se valen los países para trasladar mensajes urgentes — a saber, sus servicios de Inteligencia.

A través de este contacto, cada parte puede trasladar sus «límites de seguridad» en crisis — en el caso de Estados Unidos, la insistencia en que el programa nuclear de Irán siga siendo pacífico; en el caso de Irán, presumiblemente, el final de las sanciones y el reconocimiento de que Irán es una potencia significativa regional. 

Mis candidatos a contacto de estos canales serían dos personas que durante la última media docena de años se han estado midiendo de forma cauta: el General David Petraeus, director de la CIA, y el General Qassem Suleimani, responsable de la Unidad Quds de la Guardia Revolucionaria iraní. Se rumorea que estos dos habrían mantenido contacto de forma indirecta en el pasado a tenor de los límites de seguridad del conflicto iraquí, cuando Petraeus era el mando militar de las fuerzas estadounidenses destacadas en Bagdad y Suleimani era el jefe de-facto de las actividades iraníes en Irak.

Hay quien afirmará que en calidad de responsable de la Unidad Quds, Suleimani constituye el corazón del problema — y que por tanto es un enlace inadecuado. Los funcionarios estadounidenses están convencidos, por ejemplo, de que Suleimani tuvo conocimiento anticipado probablemente de la conspiración para asesinar al embajador saudí Adel al-Jubeir destapada por el Departamento de Justicia en el mes de octubre. Pero justamente porque Suleimani encabeza la red de Inteligencia con más poder de Irán, los mensajes trasladados a través de su persona tendrán un peso especial.

Un canal de Inteligencia abordaría el problema que ha frustrado los anteriores esfuerzos de diálogo con Irán — la ausencia de un intermediario de calado. La oferta realizada por una facción de Teherán era rechazada por otra facción. Eso es lo que sucedió durante el otoño de 2009, cuando el Presidente Mahmoud Ahmadinejad indicó su disposición a aceptar una fórmula para enriquecer uranio fuera del país. Pero no tenía el apoyo del Líder Supremo Alí Jamenei, cuyos aliados empezaron inmediatamente a atacar el acuerdo. Enseguida se vino abajo.  Suleimani sería un contacto contundente porque informa directamente al líder supremo, y porque su papel en la Unidad Quds pasa por encima de Ahmadinejad.

Aunque Suleimani dirige operaciones crueles, se rumorea que es reservado y elocuente en las reuniones. En anteriores columnas le equiparé con el cabeza ficticio del espionaje ruso de John le Carré, «Karla». Un interrogante importante, de contemplarse seriamente alguna vez la creación de canales fuera de los habituales, es si la relación de Suleimani con el programa nuclear de Irán es lo bastante significativa para convertirle o no en un intermediario solvente. 

El tiempo de comunicación puede estar agotándose. Las sanciones económicas están generando una crisis a Irán que se agrava progresivamente, crisis que supone una amenaza potencial a la supervivencia del régimen. Y hay preparadas sanciones más contundentes. Mientras tanto, Israel, Estados Unidos y los demás países aliados están llevando a cabo intervenciones encubiertas contra el programa nuclear de Irán.  Irán denunciaba la muerte esta semana de uno más de sus científicos nucleares en una serie de «atentados terroristas perversos». En algún momento, los iraníes podrían llegar a la conclusión de que la campaña generalizada de presiones, abiertas y encubiertas, se traduce en un estado de guerra encubierta — y podría responder en consecuencia. 

La presión de la administración Obama sobre Irán ha sido contundente, pero también escrupulosamente calibrada. Las autoridades norteamericanas insisten en que América no tiene nada que ver con las muertes recientes de científicos iraníes, por ejemplo, y sus negativas son solventes en parte porque sería enormemente difícil para la CIA llevar a cabo asesinatos selectivos en moto en la zona acomodada de Teherán. 

La campaña de presiones cuenta con el apoyo internacional, y no hay motivo para detenerla. Pero es el momento en que un mensajero estadounidense deja claro que Irán tiene una opción — puede aspirar a ser potencia nuclear militar, o seguir siendo potencia exportadora de crudo, pero las dos cosas no — y trasladar ese mensaje a alguien que pueda dar parte directamente al ayatolá Jamenei.  Al igual que durante la crisis de los misiles cubanos, el mensaje debería ser de resolución — y de deseo de un acuerdo que evite el conflicto bélico.

David Ignatius

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