jueves, abril 25, 2024
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El extraño arrepentimiento de inductores y asesinos

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Inductores o autores materiales, no sé cómo son tratados en el código penal, pero sí sé que ambos tienen sobre su conciencia el acto de voluntad de cometer un crimen. Ordenar su ejecución, decidir el disparo, apenas veo la diferencia. Supongo que en este reducto de odio e ira organizada, la diferencia más que con el intelecto tiene que ver con la valentía, con la saturación hormonal y esas otras virtudes pleistocénicas que retratan no sólo la naturaleza de los sujetos, sino también la de los fines y de los ideales que defienden.

Porque, sinceramente, ¿se puede pensar que tras más de ochocientos muertos los únicos culpables son los inductores y los ejecutores y que no hay responsabilidad alguna en la idea que es capaz de producir semejantes sujetos?

Me refiero a la idea mítica de Euskadi, la idea de una relación de superioridad con los maketos, la idea de un derecho natural del país que se superpone a otros de menor rango, como la vida o la libertad y todo ese catálogo de ideas que alimentan el etnicismo, el racismo, el nacionalismo intolerante, donde se encuentran las razones que fabrican inductores y ejecutores, y ellas mismas, que se convierten en inductoras y ejecutoras.

¿Se puede desligar el racismo nazi de la actuación de las SS en los campos de exterminio? ¿Se pueden diferenciar las Leyes de Nuremberg de los millones de muertos en la vieja Europa? ¿Se puede distinguir entre la idea de la Euskadi racial y mítica de la actuación de los inductores y los ejecutores de asesinatos en una sociedad con un régimen de libertad, autonomía, de los que más competencias propias atesoran en el mundo de los países descentralizados?

¿No es acaso la socialización del dolor un concepto propio del nazismo y del fascismo? ¿Y no es acaso el fascismo y el nazismo algo que debe ser destruido en la raíz conceptual que lo crea?

Ni hay ni ha habido opresión que justifique el crimen, ni hay motivo para la rebelión social porque la sociedad no ha querido ni tiene por qué rebelarse en esta realidad democrática. No hay nada más que una secta criminal que empuña armas, amparados en unas ideas que se han convertido en algo sucio como lo era el nazismo, el fascismo o el falangismo de los puños y las pistolas por única dialéctica, que alumbraron las tres el odio de masas y las escuadras de la muerte.

Dice ahora Txelis que quiere pedir perdón a la familia de Yoyes, ya ven. Y Lasarte, el asesino de Múgica, que se arrepiente, que quiere salir a la calle e irse de Euskadi para no ofender a las víctimas con su presencia. Ocurre un extraño fenómeno en la conciencia revolucionaria de los terroristas de ETA, ejecutores o inductores, y es que cuando los detienen, a los pocos meses se transforma su conciencia y se convierten a un nuevo misticismo pacifista que se nutre de arrepentimiento y de intensos llamamientos a que sus sucesores abonen el camino de la paz y negocien, claro está, la salida de los presos. O lo que es lo mismo, la suya propia.

Creo que inductores, ejecutores, teóricos de la gran Euskadi o aplaudidores de los crímenes, padecen aún de un serio problema de sentido común. Creo que les falta un hervor de humanidad, una seria porción de civilidad, bastante de sensibilidad e, incluso, les faltan serias dosis de racionalidad porque, no se engañen, aún creen en el fondo de sus livianas conciencias de arena y piedra, que ese mito que ha merecido tanta sangre, tanto miedo, tanto dolor, tanta ira, tanto sufrimiento y tanta tristeza, pena y desesperación es, en el fondo, un sueño al que ahora quieren optar tragando las dos tazas de caldo con que creen que pagan el no haber depuesto las armas cuando tuvieron la ocasión, hace ya más de treinta años, tras la amnistía que abrió las puertas de las cárceles y que cerró el ciclo terrible de la dictadura.

Y no se dan cuenta que su miserable racismo, su obtuso concepto de supremacía y de diferencia, y su intolerancia son la simiente de nuestra tragedia y de su malformación intelectual y humana. Y por eso, bienvenida sea la paz que se atisba en el futuro inmediato, pero sin perder de vista a los asesinos, sean estos inductores, ejecutores o los que parieron la bestia.

Tendrán que arrepentirse no sólo de lo que han hecho, sino también de haber creído en lo que estaban haciendo. Entonces, será cuando comience a creer en tanto perdón.

 

Rafael García Rico

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