jueves, abril 25, 2024
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Un callejón sin salida en Oriente Próximo para la CIA

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La CIA utiliza el término «enlace» para indicar las personas que son sus contactos con los servicios exteriores de Inteligencia. Y en capitales árabes como Túnez, El Cairo o Ammán, estas relaciones pueden ser tan seductoramente benéficas que limitan la capacidad de la CIA para dirigir sus propias operaciones «unilaterales» destinadas a saber lo que pasa dentro del país anfitrión.

Este enigma de difícil solución — cómo trabajar con tus anfitriones y espiarles también — es una de las dificultades a las que se enfrenta la CIA mientras trata de entender la revolución juvenil que se extiende por todo Oriente Medio. La agencia ha cultivado su relación con personas como el General Omar Suleiman, el jefe de la Inteligencia de Egipto y hoy vicepresidente, pero no ha puesto el mismo interés en entender el mundo de los manifestantes.

Es el callejón sin salida del oficio de la Inteligencia, especialmente durante la última década, cuando el contraterrorismo pasó a ser la misión central de la CIA: La agencia precisaba de buenas relaciones con los servicios árabes de Inteligencia para recabar información relativa a al-Qaeda, pero para conservar esas amistades, la agencia evitaba en ocasiones el espionaje local. La CIA sí reclutó ciertos contactos veteranos dentro del estamento egipcio, que se rumorea han brindado información crucial los últimos días. Pero está muy lejos de la década de los 80, cuando el jefe de sección de El Cairo se reunía regularmente con el líder de la Hermandad Musulmana y el resto de grupos de la oposición.

«Nos fuimos retirando paulatinamente cada vez más, y confiamos en los enlaces para informarnos de lo que estaba pasando», afirma un antiguo agente de campo veterano de la División de Oriente Próximo de la CIA.

Han sido días difíciles para la legendaria división, que lleva las operaciones clandestinas de Marruecos a Bangladesh. Un veterano de la agencia recuerda cómo presumían los agentes «NE» delante de los reclutas en «La Granja»: «¡Nosotros somos la élite de la sección de operaciones! Nosotros tenemos los objetivos más importantes».

Pero esta posición de élite se transformó gradualmente: No sólo los objetivos de la división eran importantes, también sus amigos enlace. Se forjaban carreras gracias a la compenetración del jefe de sección de turno con el director del Departamento de Inteligencia General de Jordania o con el del Servicio de Inteligencia General de Egipto. Un agente ambicioso no se podía permitir el lujo de mantener relaciones tensas con su anfitrión local.

El problema de la dependencia se agravó tras el 11 de septiembre de 2001, cuando la agencia destinó muchos cientos de millones de dólares a reforzar los servicios receptivos — sobre todo los de regímenes autoritarios pro-americanos como Túnez, Egipto, Jordania, Yemen o Pakistán. Son los países sacudidos ahora por multitudinarias protestas.

Egipto plantea un problema especial. El régimen respaldado por el ejército estaba paranoico con que los espías extranjeros se pudieran estar reuniendo con figuras de la oposición nacional. Los egipcios mantenían un control tan agresivo que cada agente de la CIA destacado allí tenía una clase especial de seis semanas conocida como «Curso de Mediación en Clima Hostil», para aprender a trabajar en el seno de las denominadas «áreas denegadas».

Era una paradoja digna de la esfinge: Aunque Estados Unidos estaba gastando miles de millones de dólares en apoyar a Egipto y a su ejército, la CIA tenía que tratar con El Cairo de la misma forma que con Pekín, Moscú o La Habana. Gracias a los amplios contactos mantenidos entre los rangos militares y demás contactos, reforzados con pinchazos clandestinos, la agencia sí estaba al día de lo que pasaba en Egipto – pero a medida que la crisis de este mes se desarrolló, Estados Unidos se fue quedando atrás en la curva de la información.

Las tecnologías modernas de comunicación han ayudado al espionaje, pero ataban a los jefes de sección con una correa electrónica, limitando los contactos mantenidos a los canales no convencionales, los que podían advertir de lo que se venía encima. La sede central era ahora capaz de controlar las operaciones al milímetro: Había un jefe de la División de Oriente Próximo que enviaba tantos mensajes de crítica a los subordinados que lo llamaban «El Cartero».

Los defensores de la CIA aducen que la agencia puede compaginar los rigores de las operaciones de enlace con las operaciones unilaterales, o en palabras de un agente de rango, «andar y masticar chicle a la vez». Este funcionario destaca que desde enero de 2010, más de 400 de los 1.700 informes de Inteligencia sobre Oriente Próximo y el norte de África se han centrado en cuestiones relacionadas con la estabilidad.

La revolución en Túnez fue una sorpresa, dice este defensor de la CIA, porque «ni siquiera estaba claro para el Presidente Ben Alí que sus fuerzas de seguridad fueran a dejar de apoyarle tan rápidamente». En cuanto a Egipto, dice, «los analistas anticiparon y destacaban la inquietud porque la agitación de Túnez pudiera contagiarse mucho antes de que estallaran las concentraciones multitudinarias de El Cairo. Ellos advirtieron más tarde de que la agitación de Egipto probablemente cobraría fuerza y podría amenazar al régimen».   

Esta es la idea de fondo: La CIA está atrapada en un jardín que es emblemático del problema generalizado de América en Oriente Medio. La agencia ha estado tan centrada en detener a al-Qaeda que ha distraído el resto de cuestiones. América depende como nunca antes de la información de Inteligencia de calidad, y la verdad pura y simple es que la CIA tiene que mejorar mucho su juego.

David Ignatius

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