viernes, abril 26, 2024
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Montilla y Valcárcel, por la senda de George Wallace

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En una misma semana hemos visto a dos Presidentes de comunidad autónoma, de distinto signo político, cuestionar sin ambages la aplicación de la legalidad y anunciar sin tapujos su probada voluntad de ejercer y promover la insurrección desde sus responsabilidades institucionales.

 

Lo divertido es que cada partido trata de defender como puede la legalidad o la racionalidad de “su” presidente rebelde y afear la conducta del otro, haciendo apelaciones superficiales orientadas a la lucha partidista y orillando el verdadero debate, de cuyo objeto cada uno de los partidos mayoritarios es un microcosmos.

 

La discusión es la dilución del poder central a favor de los poderes regionales (llamados territoriales) generalmente organizada sobre la base de una aparente lealtad y apoyo que no significan otra cosa que una suerte de estructura confederal que brillantemente denunciaba (o al menos anunciaba) hace más de una década José Manuel Otero Novas.

 

Pero claro, este esquema confederal encuentra en ocasiones puntas de tensión que explotan en la confrontación abierta, en la que los dirigentes de los famosos “territorios” manifiestan abiertamente y de forma retadora su voluntad de incumplir la ley.

 

Y aquí es donde viene a mi memoria el que fuera gobernador de Alabama y último baluarte de la defensa de la segregación de los negros, simbolizada en la imagen de Wallace en pie frente a la puerta del Foster Auditorium de la Universidad de Alabama, el día 11 de junio de 1963 expresando su voluntad de incumplir la Ley de Derechos Civiles con base en la cual se habían matriculado y pretendían acceder a dicho centro docente dos estudiantes negros.

 

Wallace decía defender el poder de los estados frente a la ley federal, por entender que tales derechos estatales debían prevalecer.

 

Hay que recordar que Wallace había jurado su cargo como gobernador en 1962 sobre la misma estrella dorada en la que Jefferson Davis juró como Presidente de la esclavista Confederación de estados del Sur ciento dos años antes.

 

 Pues bien, todos conocemos el desenlace de la historia: los agentes federales, el adjunto al Fiscal General del Estado y la Guardia Nacional de Alabama persuadieron al gobernador para que se hiciese a un lado y franquearon la entrada a los estudiantes negros.

 

Por el contrario, no creo que nuestro gobierno vaya a utilizar a su peculiar Guardia Nacional, en forma de artículo 155 de la Constitución, para apartar a nuestros barones regionales rebeldes del camino de la ilegalidad.

 

Aunque lo cierto es que esta comparación entres nuestros “gobernadores rebeldes” y Wallace quedaría incompleta si no atendiésemos al curso de la historia del Gobernador de Alabama. Y es que cualquiera podría pensar que después del episodio del 11 de junio la carrera del gobernador se fue a pique.

 

Nada más lejos de la realidad. Wallace fue reelegido para dos mandatos sucesivos entre 1971 y 1979, sin olvidar que en el mandato de 1967 a 1970 no se presentó por impedimento legal, lo que no impidió que ganase las elecciones su mujer, que falleció antes de llegar a término.

 

Para quienes todavía confunden a los demócratas con la izquierda europea hay que recordar que Wallace pertenecía y fue elegido por dicha agrupación, puesto que el Partido Demócrata tenía uno de sus grandes feudos en los estados segregacionistas del sur, prácticamente hasta la época de Lyndon B. Johnson.

 

Durante estos mandatos el Gobernador siguió defendiendo con firmeza sus principios segregacionistas. En consecuencia, es posible que la actitud insurrecta de nuestros Wallace locales, lejos de ponerles en ningún aprieto, les genere buenos réditos electorales.

 

Pero todavía la historia de George Wallace nos deja una puerta abierta a la esperanza, suponiendo que su carrera inspire de algún modo la de Valcárcel o Montilla. Y es que el viejo Gobernador todavía llegó una vez más al poder en Alabama, durante el período 1983 a 1987.

 

Entonces Wallace era un hombre completamente cambiado, que abjuró públicamente de sus posiciones racistas y que promovió una eficaz gestión pública, modernizando de forma notable su querido Estado, amén de contar con un buen número de colaboradores negros. Esto quiere decir que si nuestros rebeldes siguen la senda de Wallace, pueden encontrar aún la cordura y la sensatez e incluso desarrollar una buena labor de gobierno.

 

El propio George Wallace nos ofreció al final de sus días una reflexión que puede ayudarnos a comprender por qué políticos aparentemente razonables pueden deslizarse por los caminos más oscuros y resbaladizos.

 

Cuando le preguntaron por qué en los años 1960 y 1970 había abrazado con ahínco la causa segregacionista el viejo Gobernador contestó: “bueno, traté de hablar de buenas carreteras, de buenas escuelas y de todas esas cosas que han formado parte de mi carrera, pero nadie me escuchó. Entonces empecé a hablar de los negros, y la gente pateaba el suelo con entusiasmo”.

Juan Carlos Olarra

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