Una noche salvaje

Todo estaba preparado para que fuera una noche perfecta. Era la primera vez que iba a ver al hombre que me hacía suspirar. Nos conocimos en un chat. Yo acababa de terminar con una relación de cuatro años y necesitaba tomarme un respiro. Quería disfrutar y aprovechar mi soltería para hacer todo lo que me había perdido estando atada.

El primer día que me conecté al chat lo vi claro: él iba a ser el que me iba a quitar las penas. Empezamos a hablar para conocernos: edad, profesión, aficiones... Pero yo buscaba algo más. Pasaron días compartiendo conversaciones que empezaron a ser subiditas de tono. Cada tarde, cuando llegaba de la oficina, contactaba con él.

Aún recuerdo la primera vez que gocé viendo a través de la web cam cómo se masturbaba. Sentado en una silla, sin camiseta y mostrando su cuerpo musculoso. Me hablaba en susurros mientras su mano recorría todo su cuerpo hasta llegar al interior de su pantalón. Su mano se movía cada vez más deprisa y yo le pedí que se quitara el pantalón. Noté la humedad en mi sexo y, mientras él se despojaba de sus pantalones, yo me quité el vestido y la ropa interior. El placer que sentía al verle hizo que quisiera más y más... Acaricié mis senos y poco a poco descendí hasta mi clítoris. Gemía a la vez que me tocaba y veía cómo su semen se derramaba hasta que alcancé el clímax...

Episodios como ese se repetían cada día. Mi falta de concentración en el trabajo casi me cuesta un despido. Pensaba en él y me excitaba sin poderlo evitar y, para remediarlo, me encerraba en el baño para disfrutar con mis manos. Imaginaba el día en que él me rozara de verdad. Y ese día llegó. Después de meses practicando sexo virtual, decidimos vernos. Él se trasladó a mi ciudad para pasar un fin de semana. Aquella noche quedamos para cenar y romper el hielo. Nos íbamos a conocer en persona y la verdad es que me sentía un poco avergonzada por cómo se había desarrollado nuestra relación. Me puse mi mejor vestido, calcé unos zapatos de tacón y salí a su encuentro.

Se presentó en el restaurante trajeado, con una rosa en la mano. Su aspecto no me encajó con el hombre salvaje que conocía, pero estaba guapísimo. Los nervios me recorrían todo el cuerpo. Nos sentamos uno frente al otro. Sus ojos no dejaban de clavarse en los míos. Cenamos entre risas contándonos nuestro día a día. De repente, noté cómo por debajo de la mesa su mano tocaba mi rodilla. Me puse tan nerviosa que no supe reaccionar, así que me levanté para ir al baño, necesitaba refrescarme. Me eché agua para rebajar el rojo de mis mejillas. No entendía por qué me sentía así. De pronto, la puerta del baño se abrió y apareció él. Sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre mí y me empezó a besar apasionadamente. Pude ver cómo su miembro casi estalla la cremallera de su pantalón. Me sentó sobre el lavabo y me desnudó mientras su lengua pasaba por cada rincón de mi cuerpo. Yo le bajé el pantalón y su pene erecto se acercó a mi sexo. Me penetró hasta el fondo una y otra vez de forma salvaje. Yo lo veía todo en el espejo y el riesgo de pensar que alguien podía entrar en cualquier momento me excitaba aún más. Un polvo tras otro. Nada era suficiente para calmar mi calentura...

Salimos del restaurante con ganas de más. La noche culminó en mi cama. Y la mañana.


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