Una democracia adolescente
Lo más difícil de la situación que atraviesa España es recuperar la confianza perdida en los políticos y en la política. Este país tiene como uno de sus refranes favoritos ese de "piensa mal y acertarás", y la envidia tiene sus pecados favoritos. Así que cuando llega una crisis de las dimensiones de la actual, ponemos en solfa todo y construimos un gran edificio sobre la sospecha, con o sin fundamento, despreciando a la verdad, los datos, la presunción de inocencia... Si se acierta, "ya lo decía yo..."; si se calumnia, "Seguro que algo esconde...".
Los males del sistema democrático radican sin duda en el absoluto control de los partidos políticos
Sin duda, los políticos han dado motivos para la desconfianza y para mucho más y muchos han hecho bandera de su impunidad. Pero el daño que se puede hacer a esta democracia adolescente no es solo responsabilidad de los políticos. Es de todos los ciudadanos. Y nos jugamos mucho más de lo que algunos se imaginan.
Los males del sistema democrático que nos dimos en 1978 -y que han dado paso a la etapa de paz y democracia más larga de nuestra historia, a la más tolerante, productiva y libre-, radican sin duda en el absoluto control de los partidos políticos -o mejor de un pequeño núcleo del partido, "el aparato"- sobre todos los instrumentos democráticos, la consiguiente dependencia de todos los poderes del Estado respecto del partido dominante y el absoluto desinterés de todos los partidos por fijar reglas de transparencia y de control en el funcionamiento de todos estos órganos y muy especialmente de los propios partidos políticos.
Ni el Tribunal Constitucional ni el Consejo General del Poder Judicial ni el Tribunal de Cuentas, ni siquiera el Defensor del Pueblo, son libres e independientes. Todo lo contrario, están mediatizados en su esencia por los partidos y no cuentan con los medios mínimos indispensables para ejercer su labor de fiscalización y control del Ejecutivo y del Legislativo. No los tienen porque no se los han querido dar nunca. La ineficacia e ineficiencia en el control de las instituciones públicas no es una consecuencia de la falta de medios sino una decisión de los partidos.
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