Un hombre de las sombras en Irak
¿Es el Primer Ministro Nouri al-Maliki -- mirada desconfiada, conducta cauta, ceño fruncido por años de vivir en la clandestinidad -- el rostro del Irak actual en serio? Por desgracia, la respuesta es sí, y América dispuso que fuera de esa forma.
La visita de Maliki a Washington esta semana ha sido un momento para evaluar los progresos de los ocho años de Irak tras la invasión estadounidense. ¿Qué logró América al derrocar a Saddam Hussein y combatir a una terca insurgencia? Trajo la democracia, sí, pero una democracia marcada por los elementos más básicos y a veces más brutales de la vida -- la lealtad a la tribu, a la secta, a la organización clandestina.
Maliki es una figura de todas estas fuerzas inmutables, un caballero más próximo a las sombras que a la luz del día. Parece confiar exclusivamente en aquellos más próximos, y sus esfuerzos por crear amplias coaliciones han fracasado. El déficit de confianza es evidente sobre todo en el sector energético, que debería hacer a Irak fantásticamente rico pero que todavía cojea a causa de la ausencia total de legislación básica que fomente la inversión.
Antiguo miembro del Partido de la Dawa, Maliki es el conspirador metido a jefe del ejecutivo. Y en cierto sentido, es el símbolo de un fenómeno más extendido que vemos por la región en el despertar árabe. Él ilustra lo que puede suceder cuando se reprimen los elementos arrogantes de un régimen autoritario sin una cultura política fuerte que sustente: la población puede soñar con una cultura democrática de tolerancia. Pero los que tienen más probabilidades de triunfar son más bien los supervivientes, los conspiradores en la sombra, la gente que queda cuando los que cambian al régimen recogen y se marchan.
Tengo una copia de una fotografía de 1985 sacada del archivo de un periódico beirutí que muestra un círculo de conspiradores de respaldo iraní reunido tras los pilotos del vuelo 847 de la TWA secuestrado. Hay antiguos funcionarios estadounidenses que dicen que el caballero medio calvo en primera fila es Maliki; pero incluso si es erróneo, su propio Partido de la Dawa voló la embajada norteamericana en Kuwait en 1983. La clandestinidad conspirativa fue su formación política.
Los estadounidenses que han tratado ampliamente con Maliki intuyen alguna camaradería en él. Admiran su valiente determinación de seguir adelante a través de los años más sangrientos de la insurgencia, cuando entre 50 y 100 muertos o mutilados amanecían cada día en el depósito de Bagdad.
Pero no se puede evitar pensar que Irak merece algo mejor que Maliki, que prácticamente promociona su desprecio hacia la faceta más blanda y más reflexiva de la vida cotidiana. No siempre fue así en Irak. Hasta durante los años en los que Sadam gobernaba el país mediante torturas, Irak albergaba algunos de los mejores científicos, artistas y escritores del mundo árabe. Era un lugar en el que la población leía e interpretaba música. El Irak de Sadam tenía prohibida la importación sin licencia de la máquina de escribir; hasta ese extremo respetaba la palabra escrita.
El mayor error de América en Irak no fue derrocar a Saddam, sino detonar la infraestructura de la administración, el ejército y las instituciones educativas y sociales que hacían posible la vida civilizada. Sin ejército nacional, no había nada que tuviera a raya a los saqueadores chiítas ni a los insurgentes sunitas. Yo cometí muchos errores al escribir acerca de Irak, pero en una columna de marzo de 2003 advertía: "Transcurrida una semana de guerra en Irak, es momento de dejar atrás los escenarios optimistas y aceptar una realidad desagradable: Estados Unidos se enfrenta a una larga batalla para derrotar a los guerrilleros organizados por el Partido Baaz y la policía secreta de Saddam Hussein".
Los iraquíes decentes hicieron lo que hace siempre la población en condiciones de miedo e inseguridad: volver a las viejas lealtades a la secta, la tribu, la etnia, la formación clandestina. Los chiítas empezaron a abandonar los barrios sunitas, y viceversa; los kurdos encontraron refugio en su propio mini-estado. Maliki se volvió progresivamente más poderoso todavía porque su Partido de la Dawa tenía raíces así de profundas y resistentes. La política de la supervivencia se entrelazó con la política de la democracia, dando lugar a un híbrido extraño -- mejor que lo que había antes, supongo, pero brutal a su manera.
Si América y sus amigos no tienen cuidado, este mismo proceso se repetirá espontáneamente por el mundo árabe a medida que los dictadores sean derrocados y reemplazados por los hombres de la clandestinidad. La Hermandad Musulmana es poderosa en todas partes, desde Egipto a Palestina pasando por Siria -- porque sus fieles fueron reclutados con una determinación casi leninista. Eric Trager escribe en Foreign Affairs tras mantener largas entrevistas con autoridades de la Hermandad Musulmana: "El sistema de reclutamiento de la Hermandad garantiza virtualmente que sólo los profundamente comprometidos con su causa se convierten en miembros integrales del movimiento".
Irak es libre de volver a ser lo que era. Esa es la cara amable de Maliki. Si se desenvuelve de forma mediocre, si se alineara demasiado con Irán o desperdicia la riqueza de Irak a través de la corrupción, entonces la población le expulsará en las urnas. Esa es la esperanza.
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David Ignatius