Trabajar menos para trabajar más

¿Es viable trabajar menos para trabajar más? Aunque parezca lo que los romanos denominaron una contradictio in terminis, se trata de una pregunta que, en los últimos tiempos, muchas personas, expertos incluidos, se plantean de una manera cada vez más abierta.

Es necesario aclarar que trabajar más no significa hacerlo mejor. La semana pasada nos desayunábamos con un estudio realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico en el que se señalaba cómo los españoles trabajamos una media anual de 1.690 horas frente a las 1.413 de los alemanes o las 1.379 de los holandeses. No hace falta recordar que la productividad nacional es sensiblemente más baja que las de nuestros homólogos teutones o neerlandeses. De las diferencias salariales, mejor ni mentarlas. Eso sí, nuestra tasa de desempleo gana por goleada a la que ellos disfrutan. Una economía de Champions League en definitiva.

El presentismo es uno de las grandes enfermedades que sufre la cultura empresarial española. Es decir, no se valora tanto la eficiencia en el trabajo sino estar el mayor número de horas posibles en el puesto. Es el caso del alumno que pasa largas e inútiles horas en la biblioteca mirando al techo o tratando de mantenerse consciente frente al libro y que, por supuesto, suspenderá sus exámenes. ¿Quién no conoce casos así en su oficina?

Nuestra cultura organizacional debe encaminarse hacia lo cualitativo y dejar atrás lo cuantitativo. El nuevo paradigma de las relaciones laborales ha de basarse en criterios racionales como el rendimiento, la productividad o la citada eficiencia. Con esto no quiero decir que otros ámbitos como la responsabilidad social de las empresas, la mejora de las condiciones de trabajo, la flexibilización de las jornadas, la implantación paulatina de las nuevas tecnologías en los puestos de trabajo, etc. deban ser colocados en un segundo plano frente a los anteriores criterios.

Contamos, además, con un importante incentivo para implantar este nuevo paradigma organizacional: es un modelo aplicado y contrastado. Citemos de nuevo a los Países Bajos. Allí, desde la década de los ochenta, todos los funcionarios contratados con posterioridad trabajan cuatro días a la semana por el 80 % del salario. De este modo, el Estado fue capaz de crear cinco empleos donde antes había cuatro, manteniendo el gasto estructural. Y se consiguieron dos éxitos añadidos. El primero fue que las personas tenían más tiempo libre para dedicar a sus familias, al estudio y a actividades lúdicas o deportivas, mejorando así su calidad de vida. Y el segundo y no menos importante, consistió en que se mantuvo el consumo gracias a que la reducción de jornada tenía una correspondencia equitativa en lo salarial, compensada al crear un nuevo puesto de trabajo por cada cuatro.

¿Por qué no aplicar esta medida en el sector público? ¿Y si se suma voluntariamente parte del privado? España posee una población activa que supera ligeramente las 17 millones de personas. De promoverse en nuestro país unas políticas de reparto del empleo como las holandesas, ¿cuántos millones de puestos de trabajo crearíamos? ¿Cuánto crecería nuestro consumo? Hay que abrir en firme este debate. Es imperativo.

Gorka Labarga-Estrella Digital

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