Todo el mundo sabe

Se había muerto Luis Aragonés y el minuto de silencio programado en el campo del Athletic no fue tal. Todo correcto. Los vascos sólo cantan a sus muertos. Y oye ¿a quién se le antoja que estemos callados delante de los Grandes Almacenes de la capital? ¿Dicen por ahí que hay libertad de expresión, no?. Pues eso. Habla hijo, que la tuya es la voz de un pueblo en marcha. No me acuerdo del antiguo himno, pero el fondo de la cuestión es siempre el mismo. Defenderé la casa de mi padre. La única ceremonia: la nuestra. Y sagrado, sólo nuestro canto. Dicen que se murió un señor mayor que nació en el país de al lado. El de los patios de vecinos y la ropa tendida al sol. ¿Y a mí qué?. Como el tísico ese de la Eurocopa. Otro con cara de pobre. Que le silban, se queja. Si te parece vamos a hacerle la ola. Estos son nuestros colores. Este nuestro territorio, y no tenemos que pedir perdón. Dale árbitro, y no te preocupes, que ya pitamos nosotros.

Si llega a entrar un disparo extraño, en una bola suelta que mariposeó por el aire hasta que la enganchó Ronaldo, quizás no les hubiera valido a los bilbaínos con cambiar de estadio. Tendrían que haber cambiado de Santo para exorcizar el odio a Cristiano del que el portugués se alimenta con naturalidad. El balón salió un metro desviado y el portero no sangró por las manos. Se levantó un leve rumor en el público. Di María volvió a percutir en la siguiente jugada, dejando claro cual era el plan del Madrid: el tres por cuatro de Mourinho en ataque; con una pausa en la zona de Benzemá, y dos percutores -Jesé y Cristiano- que se agazapaban en los laterales. Repliegue a media altura y vuelta a empezar. Cinco minutos duró esta ilusión hilvanada en la cabeza de Anchelotti. Hubo una falta cualquiera de Xabi. La gente bramó, y el Athletic empezó a surfear sobre la ola de ruido que salía de la grada. Los jugadores se conectaron entre sí y el centro del campo del Madrid saltó por los aires al contacto con los jugadores ungidos del rival. Alonso reculó hasta formar un triángulo inexacto con los centrales, y cuando llegaba, quedaba el rastro de la pelota, que ya marchaba por otro lado del campo. Di María iba y venía corriendo contra sí mismo, y quedaba Modric, hoy incapaz de posar el partido en el suelo, perdiendo todos sus balones y la mitad de los ajenos, llevado por la corriente del partido que conspiraba en su contra.

El peligro del centro del campo inestable que ha construido Carlo, es su tendencia a la dispersión, a dejarse coger el sitio, a que el rival se aposente en la sala de estar del Madrid y dirija desde ahí las operaciones, desconectando a los delanteros, que esperan noticias y se cansan de observar desde abajo los balones a la nada que les envían los centrales. Pasa que Xabi sigue sin volver de su lesión, y tiende a situarse en tierras de líbero. Di María y Modric, están atados con el jefe por un hilo invisible y se echan hacia atrás para no perderlo de vista. El rival, se mete en casa, y cuando se recupera la pelota hay que hacer un esfuerzo inhumano para sacarla, porque el equipo entero está metido en la madriguera. Esa fue la primera parte del Real, sufriente y desconectada del ataque, pero sabiendo resistir los embates del Athletic. Pepe y Ramos, como si fueran uno elongación del otro, rompían contra los rivales que se les acercaban quebrando la embestida por la mitad. De entre los vascos sobresalió Ander Herrera, centrocampista de escaramuzas, sucio con el tackle y limpio con la pelota, que hacía sonar la jugada hasta que Aduriz o Muniaín, ambos con la pata quebrada, se chocaban contra la jefatura de los centrales madridistas.

Benzemá estuvo a lo suyo, en la miasma, durante todo el partido. Ajeno al canto general de la grada, y llegando a la posibilidad del pase medio segundo tarde. Cuando salta Jesé al campo y no Bale, sólo Karim puede poner la pausa en la zona de tres cuartos. El canario es capaz de parar, pero su gesto primitivo es la carrera-homenaje a Cristiano. Hoy tuvo una, preciosa, que acabó en la nada porque todo el ataque estaba desconectado. Con Bale, el balón se para a mitad de camino del fin del campo, y la defensa contraria recula por el miedo que da la precisión de su zurda. Eso son espacios y tranquilidad para ganar líneas a sus compañeros, especialmente a Modric, del que hoy se echó en falta su mariposear con el balón atado a su sombra.

Después del pitido de la segunda parte, el estadio siguió con el rugido, pero a los jugadores del Athletic les pesaba el esfuerzo sin recompensa de la primera parte.  Da la impresión que luchar contra el Madrid es tirar piedras contra el mar, porque el mar se traga el daño y siempre vuelve, destruyendo cualquier castillo imaginario que haya construido su rival. Xabi estaba donde debía, en el círculo central, y a su vera, Di María y Modric, en campo ajeno, cosían con alambre el juego a los delanteros. Después de una recuperación, a Benzemá le llegó el viento de un desmarque de Cristiano; sonó recta la bola y llevaba el veneno del gol. Ronaldo dibujó un pase curvado hacia la zona propiedad del delantero centro, y Jesé estiró la puntera en un gol plástico, negociado al límite con la defensa vasca, que nunca soltó la presa.

Sonaron más fuerte aún las voces sobre el césped y saltó al campo Ibai: el mata reyes. Jugador con un disparo mundial como única atracción. La segunda vez que tocó el balón, la empalmó como sueñan los niños desde el primer cristal que rompen. Entró la pelota magnética y rompió en el poste por dentro como si fuera la rúbrica del trallazo. En ese zumbido se rompió algo en el partido, se abrieron las emociones que andaban rondando el césped. En la jugada siguiente, a Benzemá le derriban cerca del área y al árbitro lo pilla mirando al cielo. Ronaldo protesta airado y Gurpegui, gran central secreto euskaldun de la dinastía de las caras rotas, se le encaró como se encara a un madridista. Ronaldo le pasó la mano por la cara con condescendencia y algo de mariconeo, y Gurpergui resistió dos segundos en pie. Pasado ese tiempo, hizo efecto el arañazo y el hombretón vasco se derrumbó como si lo hubieran talado de raíz. Hubo remolino alrededor del portugués, con varios jugadores del Athletic haciéndose los gallos, para demostrar su casta a ojos de la afición, ahora enteramente femeninos y clamando violencia como siempre que Cristiano anda rondando. Para finalizar la pantomima (no hubo heridos), llegó el árbitro y le sacó a Ronaldo una tarjeta roja, gesto petulante que llevaba ensayando desde la infancia.

La afición quedó saciada y se cumplieron los fueros. (Sin)Dios, patria y ley vieja. Saltó Illarra al campo para prevenir los corrimientos de tierras. El Madrid peleó duro contra corriente y sólo permitió una oportunidad. Un disparo al albur, también de Ibai, que fue cogiendo una comba diabólica hasta que la estirada gigante de Diego López se interpuso justo antes del gol. Ya sólo quedó una oportunidad en el descuento, que fue abortada a falta de cinco segundos para el fin. El árbitro quiso dejar así el relato abierto, sin un final claro, para gozo de los neutrales que se emborracharon en un partido soberbio, de la rivalidad más profunda del país: la del centro con la periferia. Ahí quedaron esos segundos, que habrá que cobrarse alguna vez; porque como dice la estrofa del cántico, la justicia siempre cae del otro lado. Qué casualidad. Justo donde no estamos nosotros.

Sea quien sea ese nosotros.

Ficha técnica

Athletic: Iraizoz; De Marcos (Iraola, m. 58), Gurpegui, Laporte, Balenziaga; Iturraspe, Mikel Rico (Beñat, m. 86); Susaeta, Herrera, Muniain (Ibai Gómez, m. 72); y Aduriz.

Real Madrid: Diego López; Carvajal (Varane, m. 89), Pepe, Ramos, Marcelo; Modric, Xabi Alonso, Di María; Jesé (Illarramendi, m. 82), Benzema (Morata, m. 86) y Cristiano.

Goles: 0-1. M. 65. Jesé. 1-1. M. 72. Ibai Gómez.

Árbitro: Ayza Gámez. Expulsó a Ronaldo con roja directa (m. 75). Amonestó a Xabi Alonso e Iturraspe.

Unos 36.000 espectadores en San Mamés.

Ángel del Riego