Testimonio y compromiso en Hemingway y Neruda
Según pruebas recién encontradas, Pinochet ordenó la muerte de Pablo Neruda. Pocos días después del 11 de septiembre, la fecha del golpe de Estado, el asedio a la Monedan y la muerte de Allende, Neruda se fue, seguramente desconsolado y triste y aunque nuevas fuentes aseguran que tenía un avión preparado por la embajada de México, la realidad es que, con toda seguridad, la vitalidad del premio Nobel se había extinguido al mismo ritmo que las llamas del Palacio de la Moneda, aquella imagen transparente del magnicidio que las cámaras de la prensa internacional tomaron desde las ventanas del viejo hotel Carrera, también desaparecido para siempre.
La bibliografía de Neruda es apasionante, tanto como su vida, transcurrida por un mundo hecho con las asperezas y los rigores de un tiempo, el siglo XX, plagado de movimientos culturales vanguardistas, convulsiones políticas y guerras y cuartelazos que desangraron la faz de la tierra desde su principio hasta el fin. Neruda no fue testigo, sino protagonista. Participó, se implicó, jugó, peleó, luchó y vivió, vivió la apasionante experiencia de la literatura, creando un estilo que permanece con una fortaleza imbatible cuarenta años después de su muerte, fuera esta como fuera.
La forma de vivir es la que condiciona nuestra forma de escribir, afirmaba Hemingway, también galardonado con el Nóbel y también protagonista de los agrandes acontecimientos del siglo. De la muerte del escritor norteamericano, se conmemora cada mes de julio un aniversario que nos despierta con la fuerza de un disparo fatal. Hizo el escritor un gesto dramático para dar fin a una biografía que envuelve tanto como su literatura. Y aunque haya sido despreciado por su fascinación por ciertas formas de violencia – un asunto suficientemente manipulado para convertirlo en un supuesto fascista, precisamente a él que estuvo en la defensa de Madrid y que fue de los primeros en entrar en el hotel Crillón, el día de la liberación de Paris-; por su supuesto machismo y por otros comportamientos singulares, como su afición a tomar copas de forma bien visible, muy criticada por los que prefieren vivir en su mundillo de ocultaciones morales, y que son tan aficionados a la catalogación ajena en función de su mezquina miseria moral, y sobre los que se ha mantenido erguida la grandeza del escritor y aventurero trascendiendo a toda esa colección de mediocres maldades.
Para Neruda su vida fue un continuo viaje, un desplazamiento por las letras y por un planeta convulsionado por las guerras mundiales y la oscuridad de la guerra fría. Neruda, que amaba a su país, vivió la vida de los que vivimos en otros países con la pasión encendida de quién carece de las limitaciones de las fronteras artificiales.
Neruda y Hemingway coinciden esta semana, por razones referidas a su muerte, en las páginas culturales de los medios y nos devuelven ala actualidad aquella otra forma de navegación por la vida, anterior a Internet, apasionante, llena de aventuras, misterios, y descubrimientos asombrosos sobre asuntos sencillos tales como la naturaleza de nuestro planeta o las pequeñas actitudes de la condición humana. Y ambos lo hicieron disfrutando de la pasión, la alegría, y el desprecio a la moralidad de salón tan propia de su tiempo. Y, sobre todas las cosas, aprovechamos a recordar el amor de ambos por nuestro país, aquel lugar dónde Ernest conoció a Jorge Semprum en el hotel Palace, por la mediación de Luis Miguel y Domingo Dominguin, durante uno de sus viajes clandestinos. La misma patria donde Neruda vivió la aventura de la generación del 27, las largas e interminables noches de juerga surrealista y diversión intelectual, desde la casa de las Flores, aquella embajada cultural que compartió con Alberti, Cernuda, Hernández o Maruja Mallo, con quienes culminaba audaces borracheras y con quienes ensayaba y practicaba escandalosas, insolentes y provocativas acciones de desprecio a JRJ, su tan odiado Juan Ramón. La misma desde la que terminó viendo correr la sangre por las calles, y donde recibió la amarga noticia del asesinato de Federico, su gran amigo Federico García Lorca.
Ahora que se habla de la muerte de ambos, debería hablarse de sus vidas, sus obras y su experiencia literaria tanto como de su experiencia vital en un siglo que se ha ido para siempre.
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