Sexo callejero
Caminaba completamente colgado por la calle, la noche se me había hecho larga, el cielo perdía su oscuridad y comenzaba a volverse de ese gris azulado que tantos días había visto. Mis ojos estaban hundidos e inyectados por pasar demasiadas horas sin sueño.
Sentado entre los árboles de la plaza de Santa Ana, miraba la inmensidad del cielo que iba clareando con el paso de los minutos, era una transformación del mundo en apenas una fragmento del día.
Cuando bajé la cabeza, frente a mis ojos hundidos, estaba una chica de melena morena cuyas pintas eran si cabía peores que las mías, era el claro reflejo de otra noche larga. Su mirada estaba centrada en mi cara descolorida. Sus labios dulces y manchados de pintalabios se abrieron ligeramente, dejando ver un pequeño espacio entre sus paletas. Desprendía una inocencia animal. Notabas que si querías jugar con ella, debías tener respeto por ella.
Su voz suave y trabada por los grados de alcohol en sangre comenzó a sonar. Su tono era bajito, como el que sale de una persona que se despierta feliz entre las sábanas.
Ese sonido transportaba mi cabeza hasta su cama. Era como si su voz dejara de ser voz y se convirtiera en una melodía que me obligaba a desearla, a querer sentir su cuerpo; sus manos tocándome, las mías acariciándola.
No entendía lo que decía, pero no podía dejar de mirarla, era contemplar una belleza demacrada. Me recordaba un poco a mí y pensaba que era un poco parte de mí, como si ella y yo ya hubiéramos estado juntos en algún momento de la vida. No quería que se levantara, no quería que se terminara el comienzo de ese día.
Cada instante lo aproveché para fotografiar en mi cabeza cada una de las partes de su cuerpo. El brillo húmedo de su boca, sus ojos claros y vivos, el pelo detrás de su oreja, su cuello perfecto y delicioso, su pecho desafiante a la atracción de la tierra, su cintura que con una curva perfecta marcaba el camino hacia sus piernas.
Pero todo eso desapareció, su voz había dejado de sonar. Sus ojos desprendían un brillo de rabia y tristeza. Aunque esa rabia le dio una vida indescriptible a su expresión que llegaba a enamorar.
Bajé la cabeza y me puse a mirar al suelo, sólo pensaba en qué le podía decir para que se quedara allí conmigo, pero nada aparecía. De repente, se sentó a mi lado. Pero era como una broma, sentía que aquel momento no era mío, no había hecho nada para que alguien así estuviera sentado junto a mí, me tenía que ir.
Comencé a caminar. Me movía con una sensación comatosa, los ojos me escocían con la claridad de la luz y mi cuerpo comenzaba a destemplarse, pero aún así no me quitaba de la cabeza su inocencia animal.
No sabía que era lo que me había introducido, era como una revuelta creciendo en mi interior. Una revuelta que estallo cuando giré sobre mí al abrir el portal de casa y la vi a escasos metros.
No hablamos, simplemente se acercó hasta mí y me besó, yo acaricié su cara, sentía el calor de su piel mientras deslizaba mi mano hacia el cuello. Volvió a acercar su boca a la mía y ya no la separó.
No podía dejar de tocarla, no podía dejar de sentir su cuerpo. La tenía entre mis brazos apretándola, sentía su pecho en mí. Baje con suavidad las manos sobre su cuerpo, hasta llegar justo al borde de su pantalón, desprendía un calor especial. Poco a poco, con delicadeza, baje la mano. El primer contacto hizo que se mordiera los labios y que un tierno gemido saliera de su boca, catapultando mi deseo y mis ganas de hundirme dentro de su cuerpo.
Se quitó el primer botón del vaquero, bajé su cremallera y cuando sonó el último corchete, se quitó los pantalones, yo me puse a su espalda, le fui quitando lo que le quedaba, yo besaba su cuello y ella buscaba dentro de mi pantalón, me agarró fuerte, apoyo una mano contra la pared mientras con la otra me guiaba hacia sus adentros. Esta vez el gemido con el primer contacto salió de su garganta. Sentía todo su calor, notaba como me deslizaba dentro de ella, era algo maravilloso. Ella se estiraba apoyándose en la pared, mientras yo acompañaba sus brazos con los míos, era imposible dejar de hacerlo. Pero mi estimulación sucumbió a sus continuos gemidos de placer y desbordé toda mi energía entregado completamente al placer de su cuerpo. Ella exhaló una última vez, antes de agacharse a recoger sus pantalones, ponérselos y montarse en el ascensor para continuar en mi cama.
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El Rincón Oscuro