¿Quién da la vez?

Osasuna otra vez. El equipo de Cejudo y Patxi puñal. Solidaridad, basculaciones, trampas defensivas organizadas minuciosamente, automatismos toscos pero eficaces, alguna patada. Tendrán dos ocasiones, y como en la pesadilla, patearán la tierra, dispararán al aire, se darán de cabeza contra su falta de talento. Hace unos años tenían a Soldado, y otros equipos de su condición gozaban de un delantero negro y fulminante que se ensañaba con el Madrid. La crisis y la necesidad de cuadrar el presupuesto ha descuartizado los ataques de los equipos de primera división, huérfanos de figuras, pero con una organización impecable que hace  más frustantes si cabe sus disparos de fogueo. Los partidos contra el Barsa o el Madrid se convierten en un ejercicio de paciencia algo sórdido; el gol ya llegará, todos lo saben, da igual que las piezas estén mal dispuestas, que la energía sea insuficiente o que el 33% de las estrellas sobre el campo no luzcan. Quedan los detalles, el fuego melodramático de los alrededores de Chamartín y la observación minuciosa de nuestro jugador preferido.

Quizás el fanatismo de Mou y Pep fuera al final un fanatismo moral. La única forma de salvar a sus equipos de la mediocridad del trabajo semanal.

En el minuto 5 y en el minuto 7; el Osasuna había llegado con facilidad a zona de tres cuartos madridista y con dos pases más inundaron el área. Hubo un disparo a la cepa del palo de Casillas, que fue principio y fin del partido para los rojillos. Ya habían cumplido. El mal juego madridista, con un 4-2-4 simétrico y un tanto absurdo, no fue suficientemente catastrófico para que se abrieran más vías en la defensa local, y el gol llegó por erosión. Muchos delanteros, gran cantidad de centros, un número elevado de pases interiores, y la cabeza de Benzemá que en posible fuera de juego desvía a gol una pelota caída del cielo por Modric.

Tantos delanteros y tan pocos espacios, dice la rola. Gente tan rápida y valiente, con las botas de 7 leguas, encerradas en la parte de atrás del almacén, con los tobillos atados y una mordaza que les impide ladrar fuerte. En el equipo que fue armando primorosamente Carlo, los interiores cumplían la función de abrirle espacios a los de arriba además de dirigir la posesión. Después de la muerte de Khedira, el italiano mueve las piezas, cambia los espacios y mezcla los conceptos y parece que haya vuelto más atrás del punto de partida. Pases más tensos de la cuenta, preparados para recorridos mucho más largos. Nulo juego entre líneas. Modric e Illarra sin soltarse, guardando una zona en el centro del campo, que aún así era fácilmente ocupado por los rivales. Estatismo general. Bale de cara a la pared, casi sin ángulo para ensayar su preciso pase cruzado –sólo lo intentó una vez y no fue gol por una cuarta-, impaciente y poco acostumbrado a esperar a que le surtan de balones, se acerca al meollo que siempre ronda la mediapunta y ya son cuatro los jugadores que se pisan la cola en ese espacio mínimo. Marcelo al que le han prohibido las ideas y como jugador normal está muy lejos de las formas que se le exigen a quien se sienta en la mesa de los justos. Y Cristiano.

Cristiano es una máquina depurada de hacer el mal. Cuando pasa revisión, necesita tiempo para que todos sus reflejos estén a punto. Mientras tanto se convierte en un jugador irritante. Al no hacer daño en banda, se pasa al centro donde está la jarana. Vigila sus propios movimientos, que son el alfa y omega del Madrid, y se para justo donde antes comenzaba la diagonal. Anda algo torpe en el remate, como si no llegara en el tiempo que había imaginado. Aún así, dejó un pase de gol y una jugada magnífica, en la que se zafó de dos contrarios en un slálom mordido y dió un pase largo para su yo interior: Jesé que con su trote vertiginoso llegó un segundo antes que el portero y éste lo atropelló tocando balón. Quedó la duda. ¿Era o no era? El árbitro por si acaso y después de consultar por el pinganillo con el ministerio del interior, sacó la amarilla al canario, que perdió el equilibrio y también la inocencia.

Los trozos del partido los iba juntando Benzemá. El francés que se había ido, y hoy sin acabar de volver, completó un buen partido por puro sentido común. Especialmente en la segunda parte, más abierta, con campo y espacio para maniobrar y jugando cerca de la media punta, con Cristiano incrustado en tierra de delantero centro a sabiendas de su escasa movilidad.

En la segunda parte, pasó lo que pasa siempre en las segundas partes de este equipo diletante. El contrario dejó de perseguir cada sombra madridista, dejó de hacer pequeños los espacios con la presión, y aflojado el nudo del partido, comenzó el western. Allí y acá, ida y vuelta; los niños felices porque por fin pueden hacer lo que les demanda su naturaleza: correr. No surgieron las ocasiones una detrás de otra, porque el Real no tiene el recipiente donde guardar las segundas jugadas. A veces funciona la presión, y en caso de que no sea así, se debe esperar a que termine el ataque contrario para empezar educadamente el siguiente. ¿Quién da la vez?, parecen preguntarse nuestros escasos centrocampistas, tan lejos están del robo cuando las jugada del contrario les atraviesa por la mitad. En una presión desordenada de Cristiano y Benzemá, un jugador navarro perdió la pelota en zona donde te fusilan por ello. Karim dio una vuelta sobre sí mismo y se la entregó a Cristiano, del que surgió a sus espaldas Jesé, que encontró un sitio de soledad en el área, pausó la mitad de lo que dura un suspiro y con el portero vencido, disparó a la red.

Morata volvió a tener sus 10 minutos en los que dejó algún destello como un pase horizontal, de campo a campo y con el posado justo. Morata, que tiene un collar hecho con los detalles de cada actuación. Irritante bisutería que a nadie le sirve ya. Isco estuvo también en el convite final, y no dejó nada más que pérdidas y una jugada a medio hilvanar. Ha perdido genio y el toque se le ha vuelto romo; no parece grave. No hay nada más frágil que el empeine de los jóvenes.

He aquí un equipo que se está resituando constantemente. Quizás el concepto nebuloso de hoy vino dictado por una alineación extraña, con la que Ancelotti quería agitar el partido. O quizás el Madrid esté descendiendo escalones hasta llegar a algo parecido al fútbol puro. El del patio. Once jugadores cada uno a lo suyo que corren, saltan y chocan entre sí. Partiendo del desorden hasta llegar al caos. Así tendrá más mérito lo que ganemos.

Real Madrid: Casillas, Arbeloa, Pepe, Ramos, Marcelo; Illarramendi (Casemiro, m. 87), Modric; Bale, Jesé (Isco, m. 70), Cristiano; y Benzema (Morata, m. 80).

Osasuna: Riesgo; Oier, Miguel Flaño, Arribas, Damiá; Silva (Puñal, m. 58), Loe; Cejudo (Bertrán, m. 79), De las Cuevas (José García, m. 68), Roberto Torres; y Oriol Riera.

Goles: 1-0. M. 17. Benzema. 2-0. M. 59. Jesé.

Árbitro: Pérez Montero. Amonestó a Jesé, Oier y Marc Bertrán.

65.000 espectadores en el Santiago Bernabéu.

Ángel del Riego