Promiscuidad

A los españoles nos gusta la promiscuidad en su segunda acepción -convivencia con personas de distinto sexo -, aunque muchos tengan que conformarse con las fantasías. No obstante, somos promiscuos en el sentido de mezclar o confundir las cosas. Una vez más, destaca la lejanía entre el deseo y la certeza de nuestra realidad. En nuestro mundo político es muy escaso lo que no es promiscuo. Por ejemplo, los tres poderes del Estado se confunden hasta tal extremo que son sólo uno manejado desde La Moncloa por el presidente del Gobierno de turno, como por ejemplo retocar a la baja la parlamentaria ley de Presupuestos en un Consejo de Ministros.

Ahora, cuando por fin los jueces comienzan a dar síntomas de independencia, van y confunden su calidad de representantes de uno de los poderes del Estado y quieren lanzarse a la huelga como si fuesen unos trabajadores cualesquiera. El sábado escuché en la radio a un representante de una de las cuatro grandes asociaciones de jueces: para justificar la huelga dijo que eran trabajadores por cuenta ajena y que su empleador era el ministerio del Trabajo. Confundió su realidad con su deseo de tener los mismos derechos que un proletario y demostró su escaso dominio de los temas jurídicos, lo que resulta aterrador. En casa del herrero... Como juez, representa al Estado y, si cesa sus actividades, estará dejando de servir a los españoles en su conjunto. Si quiere los mismos derechos que ellos, que deje su cargo, que no empleo, y se ponga a trabajar en otra cosa.

El problema de fondo de este país es que se piensa poco. Así, la universidad se ha confundido con una continuación de los estudios escolares y por eso casi todo el mundo puede ser universitario, con la consiguiente devaluación de los títulos superiores. Seguramente, en este país hay más licenciados en Derecho que fontaneros y eso, digan lo que digan, no es progreso, sino una representación más del absurdo español.

Absurdo que alcanza su cenit cuando hablamos de los partidos políticos. A lo largo de la semana, la persona que más habla del Gobierno y sus intenciones es José Blanco, vicesecretario general del PSOE. Blanco no es diputado ni forma parte del Ejecutivo pero, como ostenta un cargo del partido al que pertenecen los ministros, se permite hablar de lo que pretende Zapatero como si fuera uno más. ¿Acaso se rompe el sagrado secreto del Consejo de Ministros cuando se trata del Partido, como si esto fuese una dictadura fascista o comunista? Cada vez que Blanco hace de portavoz del Gobierno atenta contra la democracia. Pero aquí este defecto se considera algo porque la promiscuidad española no conoce límites: el principal portavoz del Gobierno ni siquiera pertenece a él.

Aunque aún más grave es la actuación promiscua de diputados y senadores. Estos nunca representan a los ciudadanos, sino que siguen obedientes las órdenes de sus partidos. Son auténticos y fieles representantes de unas siglas. La culpa es de las listas cerradas y de la complacencia con que la Sociedad contempla las cosas de arriba. Esto parece normal, pero desdice todo el sistema político.

La promiscuidad partidista es tal que hasta en los asuntos económicos de entidades presuntamente independientes tienen un peso alucinante. Ahora son Gallardón y Aguirre los que se pelean por el poder de Caja Madrid. Pero todos los gobiernos regionales dominan las cajas de su circunscripción en su propio beneficio. Estas cajas, promiscuamente, tienen acciones de Iberia, Gas Natural y otras empresas privadas. Pero como constan de un extraño régimen jurídico, nadie puede comprar una caja. Competencia desleal que, sin embargo, también se acepta con la mayor de las sonrisas.

El juego de confundir churras con merinas no tiene fin en el páramo español. Podría seguir dando ejemplos hasta el fin de mis días: funcionarios públicos que tienen más derechos que aquellos a quienes sirven, Gobiernos autonómicos con más competencias que el central, una Audiencia Nacional que sistemáticamente vulnera el principio penal de territorialidad, leyes sancionadoras o restrictivas de derechos que cursan con retroactividad, etc. Es decir, vivimos en un sistema jurídico que no respeta los principios generales del Derecho que él mismo propugna. Quizás todo se deba a que nos gustaría ser promiscuos de una manera muy lejana a nuestras posibilidades. A lo mejor es que a muchos les hace falta echar un buen polvo.

Según el DRAE, la promiscuidad no puede afectar a los homosexuales, porque hace falta estar con "personas de distinto sexo". A ver si Zerolo se pone las pilas, que estas lagunas son las que reavivan la vida política española. Ésta, en lo esencial, es un cadáver cubierto por calamidades y sinrazones. Y, paradójicamente, un cadáver de lo más promiscuo.

Daniel Martín