Peces Barba, consenso y convicciones
Con la elegancia innata de un hombre austero, Gregorio Peces Barba se ha ido sin llamar la atención, discreta y rápidamente, con la sencillez de su hombría de bien. Nos ha dejado un padre de la Constitución, un padre familiar, un padre moral de miles de alumnos de su universidad, un padre de la patria, coautor del texto que mejor refleja, pese a las hendiduras cosechadas en momentos difíciles, la vocación de entendimiento de una nación tradicionalmente abocada al conflicto fratricida.
La muerte de Peces Barba nos permite detener el vértigo de la prima de riesgo que sube y la bolsa que baja, y reflexionar sobre el sentido ético de nuestro modelo constitucional. Vivimos en una democracia asentada, de instituciones arraigadas y, a pesar de las derivas recientes, de fuerte implicación ciudadana en ella. Nuestro sistema político se deteriora, eso sí, con el paso del tiempo y con las malas artes de algunos políticos que fracturan a golpes de su incompetencia, la lógica común de una sociedad construida para asegurar la paz y la convivencia tanto como el bienestar de sus ciudadanos. Si el sistema se cae, caemos todos. Pero el sistema necesita, para sujetarse, cambiar con diligencia y adecuarse a la realidad del tiempo en que vivimos.
Peces Barba administró la dialéctica del consenso en nombre de su partido durante los años duros e ilusionantes de la construcción democrática; con su experiencia en la filosofía del derecho, argumentó y estableció los principios del razonamiento compartido y el acuerdo dialogado. La sociedad le debe, tanto como al resto de los padres de la constitución, el reconocimiento del mérito de haber logrado convertir en materia tangible -la carta constitucional- el deseo y la esperanza de un pueblo que aspiraba al autogobierno y a la concordia.
Esta misma semana, el ex presidente González reclamaba un gran acuerdo nacional ante la situación económica. Todos recordamos la importancia de los Pactos de la Moncloa o del consenso constitucional para abordar las asperezas políticas o económicas de aquel tiempo de cambio. Por ello, si oímos pacto o acuerdo, retratamos en nuestra imaginación el mayor valor de la transición. Pero el acto reflejo nos puede llevar a engaños. Está bien hablar de pacto o de acuerdo, pero lo importante no es materializar un ejercicio de consenso, sino creer en él, confiar a él las expectativas y abrirse honestamente a confiar en el adversario tanto como en los propios para resolver las inclemencias de este tiempo crítico.
Peces Barba creía en la democracia tanto como los otros negociadores y redactores de la Constitución. En la hora de su adiós y cuando se oye reclamar un acuerdo que se asemeje a aquel, es preciso recordar que en su filosofía, en sus convicciones, en la grandeza de sus principios, residía la voluntad de hacerlo posible más allá de la conveniencia personal. ¿Están nuestros políticos de hoy dispuestos a tanto?