Parábola de los churros
No se qué juicio le merecería a don Nicolás Salmerón, presidente efímero de la I República y preclaro hijo de Alhama la Seca, hoy Alhama de Almería, la noticia de que la Corporación saliente de su pueblo natal le ha dejado al nuevo alcalde una factura de 1.800 euros por los churros suministrados al Ayuntamiento por una cafetería local durante los años 2009 y 2010. Es sólo una parte de la deuda que hereda Cristóbal Rodríguez (PP) de su antecesor en el cargo, el socialista Francisco Guil, que asciende a 4,3 millones de euros, una vez contabilizados también los 56.000 euros que en el mismo período gastó la Alcaldía en comidas en restaurantes de la localidad y de la comarca. Seguro que el benéfico y honrado don Nicolás, de vivir ahora, hubiera puesto el grito en el cielo, en el cielo inconsútil, siempre azul de este bello pueblo, puerta de entrada a la Alpujarra, que debería seguir denominándose tal como lo rebautizó la II República: Alhama de Salmerón.
En otros Ayuntamientos españoles –miren hacia la Vega del Guadalquivir, por ejemplo- han aparecido en los cajones de alguna oficina municipal facturas impagadas nominadas en pesetas; es decir, con al menos dos quinquenios de antigüedad, y en estos días los nuevos ediles que estrenan despacho en cualquier rincón de España se quedan perplejos al comprobar en qué bagatelas se gastaban los cuartos los concejales: tarjetas visa oro, coches oficiales a discreción, teléfonos móviles a tutiplén y fiestorros a costa del erario público, incluidas mariscadas y regocijo de café, copa y puro, naturalmente habano, en los más elitistas clubes nocturnos. De momento, el nuevo alcalde de Alhama ha tenido el gesto de prescindir del automóvil con chofer y del celular. Algo es algo.
Como quiera que la entonces ministra Carmen Calvo sentenció que el dinero público no es de nadie, muchos espabilados en cargos y carguillos, colocados y enchufados de varia laya, han elevado tal despropósito a la categoría de axioma, y así nos encontramos ante un disímil mosaico de incontrolados gastos municipales cuya justificación no resistiría la más comprensiva auditoría. Esto, auditar, es lo que están haciendo muchos alcaldes para no cargar con el muerto de las deudas evanescentes. Y no tendría nada de extrañar que algunas de las dichas auditorías terminasen en el Tribunal de Cuentas o en el Juzgado de Guardia.
Gran pena es que no contemos con el autorizado asesoramiento del inolvidable Luis Carandell quien a buen seguro hubiera ampliado su Celtiberia Show con esta auténtica mina en forma de noticia sobre el desaforado consumo de churros en el Ayuntamiento de Alhama de Almería. Y nos hubiera ilustrado sobre la gran variedad que de este sabroso desayuno existe en la piel de toro: desde los tejeringos de Granada y Almería, los tallos de Jaén, los calentitos de Sevilla, las porras de Madrid o la masa frita de tantos lugares castellanos. Lo que no podría haber imaginado el gran periodista es que los ediles se habían atracado de churros hasta el extremo de dejar para la posterioridad una factura que en pesetas equivale a trescientas mil, siendo el precio por unidad, dependiendo de la especialidad y de la región, de entre veinte y cuarenta céntimos.
Los churros de Alhama vienen a ser la gran parábola del despilfarro a costa de los dineros del contribuyente, y por mucho que el caso parezca de menor cuantía, su hilván nos lleva a maliciar cuántos euros se habrán pagado a mayor gloria de los usufructuarios de las concejalías que gentilmente les prestan los votantes. Austeridad, sí; pero empezando por los churros que en Alhama no han sido precisamente el chocolate del loro.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Francisco Giménez-Alemán