Obama tropieza antes de la salida
A medida que empiezan a resonar las presidenciales de 2012, el Presidente Obama ya se queda atrás.
Claro, un presidente necesita una popularidad Gallup del 50 por ciento o más la jornada electoral. George W. Bush se alzó con la reelección por un margen estrecho en 2004 con un 48% de popularidad según Gallup, sobre todo porque sus votantes estaban más motivados que los de John Kerry. Tras un largo descenso prolongado, la popularidad de Obama ronda la cota del 40 y pocos. Parte con margen para compensar.
Carente de la fuerza de una recuperación económica, la campaña Obama señala tres elementos de una estrategia de recuperación política.
Primero -32 meses después de su investidura, 28 meses después de que la tasa de paro superase por primera vez el 9%- Obama va a proponer una batería de medidas de empleo "muy concretas". En septiembre. Tras unas merecidas vacaciones.
La concreción será bien recibida. Esto es diferente, sin embargo, de la puntualidad o de la rigurosidad. Y las propuestas que actualmente llegan a la categoría de globos sonda lo hacen tarde y son tenues.
Durante su gira en autobús por el interior, Obama habló de ampliar la bajada de la retención en las nóminas, crear un fondo de infraestructuras para financiar proyectos nuevos, la reforma de patentes y rematar acuerdos comerciales. La ampliación de la bajada de las retenciones no hace nada nuevo literalmente prolonga una legislación en vigor. El fondo de infraestructuras exigiría un nuevo gasto público significativo por parte del Congreso al tiempo que dificulta simultáneamente los recortes difíciles y drásticos del gasto administrativo independiente de la defensa. Incluso en este improbable caso, es difícil imaginar la forma en que decenas de miles de millones de dólares destinados a carreteras y puentes, canalizados a proyectos en etapas de desarrollo no tan avanzadas y centrados en un único sector en problemas van a lograr de forma dramática impulsar la creación de puestos de trabajo allí donde una batería de medidas de estímulo de 800.000 millones de dólares no lo hizo. Tanto la reforma de patentes como los acuerdos comerciales son ideas buenas de repercusión sobre la creación de empleo prácticamente nula y a corto plazo.
Obama podría estar preparando maravillas legislativas inesperadas en Martha's Vineyard, pero no puede cambiar el hecho de que hizo una mala apuesta. En 2009 dio por sentado que una economía asombrosa se iba a recuperar de forma cíclica normal, justo a tiempo para su reelección. De forma que consumió su capital político en la cuestión prácticamente irrelevante de la reforma sanitaria. Ahora quiere ser el candidato de los puestos de trabajo, principalmente a través de la repetición de las palabras "puestos de trabajo".
El segundo elemento de la estrategia de recuperación de Obama es distanciarse de un Congreso dividido, disfuncional e impopular. Esto no es totalmente consistente, por supuesto, con el primer elemento lograr avances legislativos de una institución a la que estás poniendo a caldo. Estos ataques no son nuevos ni, hasta la fecha, han tenido éxito. La debacle del techo de la deuda se vio salpicada por las irascibles quejas del presidente con el Congreso, con su negativa a subir los impuestos en particular. El Congreso respondió con quejas de las intervenciones tardías y erráticas del presidente, ignorándole casi por completo a continuación a la hora de redactar el acuerdo final. Los estadounidenses hicieron responsable a la clase política entera con razón. Un presidente no se puede distanciar de un proceso que se supone que encabeza y fracasar a la hora de liderar con eficacia.
Tercero, el bando Obama tiene prevista una campaña de ataques personales contra su rival Republicano, cualquiera que resulte ser. Los asesores de Obama y los estrategas Demócratas vienen siendo citados por el Politico llamando "raro" a Mitt Romney, titular de "una rareza innata", que permitirá a los Demócratas "tumbar" su campaña. David Axelrod, principal estratega de Obama, se ha distanciado de estas intervenciones. Pero tal rudeza es consistente con el trato que Obama ha dispensado al presidente legislativo John Boehner (desplazándose a su estado natal de Ohio en 2010 a atacarle directamente) y al congresista Paul Ryan (invitando a Ryan a una alocución presupuestaria en la que Obama le puso a caer de un burro por ser enemigo de los niños con síndrome de Down). Como presidente, Obama se ha mostrado cómodo practicando el estilo mafioso de política de Chicago. Y el Gobernador de Texas Rick Perry supone un objetivo tan tentador que hasta los Demócratas ajenos al círculo de Chicago tendrán dificultades para resistirse.
La causa de Obama dista mucho de estar en situación desesperada. Su apoyo ha bajado de forma drástica pero no se ha derrumbado. Un rival Republicano débil ayudará. Y esta estrategia emergente, proponer medidas simbólicas en materia de empleo, criticar con virulencia a un Congreso impopular y desacreditar a los rivales, podría ser la única opción de Obama. Una campaña que reclamara el mérito de logros económicos positivos permanecería prácticamente muda.
Para los electores, no obstante, esta perspectiva desanima. El menos atractivo de los rasgos públicos de Obama es su mal humor y la costumbre de echar la culpa a los demás. ¿Realmente hemos de soportar una campaña presidencial apoyada en estos rasgos?
Y esta estrategia tiene que ser por fuerza una humillación de al menos parte de los idealistas que eligieron a Obama la primera vez. Tras unas esperanzas que contados presidentes han alentado tanto, Obama se transforma en el más típico de los políticos. No hay nada característico, elevado ni inspiracional en su mensaje ni en sus tácticas. Y esto se suma un logro superfluo: la desilusión política adicional de un país.
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Michael Gerson