No es política. Es infamia
Llevo año y medio gestionando la vida municipal en un municipio rural de Cantabria. Un pueblo bello, con gentes que llevan toda la vida trabajando duro. Es gratificante trabajar en el mundo rural. De hecho creo que todos y cada uno de los que quieren dedicarse a la política deberían comenzar por aquí si quieren ascender.
Cada vez hay menos para quienes no provocaron la crisis pero sí la están pagando
La política de calle comienza por los lugares a donde no llegan los coches, allí donde la vista comienza a flaquear ante la lejanía de la vivienda en la que una mujer carga un fardo de paja para alimentar a los animales, en el centro de salud que abraza a los mayores cuyos huesos crujen y protestan por los trabajos pretéritos. Al que llora porque le ponen precio a la enfermedad y al dolor se le junta el hambre.
Es la cuadratura del círculo. Es apretar los puños cada vez que se anuncia un recorte que sabes que es injusto para con quienes levantaron, incluso a costa de sus vidas, lo que hoy quitan como si no fueran dueños en parte alícuota de cada parte que les arrebaten. Hoy, miro a los barracones del Túnel de la Engaña y me vienen a la mente los presos políticos horadando aquel túnel de la megalomanía de unos a costa de las vidas de otro.
Esos barracones abandonados, tapiados. El túnel abandonado a la suerte y la historia que parece que se revuelve y se empeña en reaparecer. Prioridades erróneas que anteponen las cosas a las personas.
Es verdad que se puede hacer más con menos: más enfermos con menos medios, más enfermos porque menos podrán pagárselo, más ancianos solos porque hay menos medios, más pobreza porque cada vez hay menos para quienes no provocaron la crisis pero sí la están pagando a base de una suerte de ruleta rusa de espadas de Damocles.
Patriotismo de pacotilla que tributa en los paraísos fiscales
Aprieto los puños, respiro hondo e intento que no se me note. Si hay algo que no merecen es la sensación de que tiramos la toalla, que nos rendimos. Aún en los peores momentos, ellos no se rindieron.
Pero si con algo no puedo es con los que los últimos días veo con el caso Bárcenas. 22 millones de euros, 36.000 millones de las antiguas pesetas en cuentas suizas, en sobres de dinero negro a quienes precisan de ingentes cantidades de dinero única y exclusivamente para poder seguir mirando por encima del hombro a aquellos a los que roban descaradamente. Ese patriotismo de pacotilla que tributa en los paraísos fiscales y que intenta disimular el hedor de sus acciones envueltos en banderas y simbolismos a los que mancillan a cada paso que dan.
Rabia porque quien elevó a los altares a este tipo son los que han hecho posible que almohadille sus costillas a costa de limar los huesos de mis vecinos y vecinas. Rabia por esa sensación del cínico mirar a un lado y a otro como las vacas al tren y como si la feria no fuera con quien le tuvo, mantuvo y sostuvo.
Asco de esta moralidad de pacotilla que fiscaliza las vidas privadas del prójimo y que no vela de las vigas en las vidas propias. De quien es capaz de hablar de austeridad en el mar de billetes de aquellos a los que condena a pasar hambre.
No es política, no son colores, no son partidos, no son ideas. Son personas sucias y cómplices infames.
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