Mas rebasa a Ibarretxe

En el lapso de una década, España ha tenido que enfrentar dos ofensivas soberanistas. La primera provino del País Vasco con el conocido como plan Ibarretxe. La segunda se ha concretado en los últimos días con la apuesta por la independencia capitaneada por Artur Mas, que ha dejado en timorata la propuesta del primero.

Ante el plan Ibarretxe, el Gobierno afrontó el debate, consciente de que la negativa a confrontar ideas conduce generalmente a confrontar sentimientos. Y dio la respuesta necesaria desde el diálogo, la razón y la legalidad democrática. Y fruto de ello, el plan se rechazó.

Ahora, con la fijación de las preguntas y la fecha del referéndum para la independencia, nos encontramos con que Artur Mas ha conducido a Cataluña a un callejón sin salida que solo puede provocar más frustración, división y enfrentamiento. Y todo por un afán desmedido por trascender a los libros de historia como el hacedor de la autodeterminación de Cataluña.

Y esa deriva solo tiene una respuesta posible: el no. Porque la autodeterminación no tiene cabida ni en la Constitución Española, ni en ninguna otra. Y como ha dicho Rubalcaba, ni ahora, ni nunca. Precisamente por ello, no me duelen prendas en reconocer que la respuesta del Gobierno al planteamiento de esta consulta ilegal ha sido clara, adecuada y contundente.

La autodeterminación no tiene cabida ni en la Constitución Española, ni en ninguna otra

Ahora bien, todo el proceso que ha desembocado en la fijación de la fecha del referéndum ha estado trufado de errores.

Desde mi punto de vista, Artur Mas se ha conducido con deslealtad hacia su cargo como presidente de la Generalitat y, lo que es más grave, hacia los ciudadanos de Cataluña.

Ha sido desleal porque ha jugado deliberadamente a la confusión, utilizando un lenguaje que ocultaba el sentido de su desafío, apelando a un supuesto derecho a decidir cuando lo que pretendía era plantear un referéndum para la independencia, como acreditan las preguntas ahora formuladas.

Ha sido desleal porque, además, ha ocultado, y sigue ocultando, las consecuencias de una hipotética independencia de Cataluña, como tan claramente le ha recordado el presidente del Consejo Europeo la semana pasada.

Y ha sido desleal porque no ha dudado en vulnerar la legalidad vigente erigiendo estructuras de Estado y planteando directamente la celebración de un referéndum para el que no tiene competencias y sobre una cuestión ilegal. Cuando, además, lo hace apelando a la democracia, pero esta se basa en el cumplimiento de reglas y leyes que él está conculcando.

Pero Artur Mas no ha sido el único en conducirse de manera irresponsable. Porque el Partido Popular lleva muchos años, demasiados ya, jugando con fuego.

Todos guardamos en la memoria los llamamientos al boicot a los productos catalanes, o las mesas petitorias por toda España contra el autogobierno de Cataluña, o la presentación del recurso contra el nuevo Estatut ante el Tribunal Constitucional, cuya sentencia jaleó el sentimiento de agravio de parte de una población que había refrendado en las urnas la reforma estatutaria y que vio cómo luego lo votado era modificado.

La sentencia (del Constitucional contra el Estatut)  jaleó el sentimiento de agravio de parte de una población que había refrendado en las urnas la reforma estatutaria y que vio cómo luego lo votado era modificado

Y todos hemos podido comprobar cómo, tras el retorno del PP al Gobierno, ha impulsado una nueva ofensiva recentralizadora, con medidas como la ley Wert, la reforma local o la cerrazón a todo diálogo sobre el autogobierno.

Y todo ello ha sido combustible que ha acabado alimentando el motor del independentismo catalán.
Ahora bien, cerrar el paso a una consulta ilegal es necesario, pero no es suficiente. Porque la respuesta jurídica resuelve el problema jurídico –el referéndum–, pero no resuelve el problema político –el encaje de Cataluña–. Y este, sobre todo este, necesita una respuesta política.

Hace 35 años fuimos capaces de hallarla en el diseño del Estado de las Autonomías incluido en la Constitución. Ahora, debemos de ser capaces de desarrollar el modelo federal que alienta en ella para reforzar la convivencia entre los distintos pueblos de España mediante el reconocimiento de su diversidad y singularidad, fortaleciendo así la voluntad de convivir y construir juntos la España del nuevo siglo.

 

José Blanco