Los hombres duros no bailan bachatas de amor

Recibo una llamada al celular de mi amigo Durán. De todos es conocido que él fue mi inspiración para el personaje central de mis novelas El Gran Juego y El Patriota Triste. Se trata del tipo más duro que conozco, una mezcla de Capitán América, James Bond y un macarra de Vallecas, por eso me sorprende que me invite a tomar una copa en una discoteca de bailes de salón. Movido por la curiosidad, acepto y quedamos en un bar de la calle Ferraz.

Ya es de noche cuando aparco mi scooter y me encuentro con mi colega. Tras tomar yo unas cañas y el JB con Red Bull (su bebida favorita), saludamos al señor Lobo, el portero de la discoteca The Host, situada en la misma calle y que por supuesto saluda efusivamente a Durán. Se trata de un local bonito y moderno, con un montón de gente aguardando su turno para entrar. Durán me dice que es el local de moda y yo me lo creo, porque está casi lleno de mujeres guapas y tíos de todas las edades tomando copas y bailando.

Nos aposentamos en una de las barras tomando unos tragos mientras observamos a los danzantes. Mi amigo me ilustra sobre los diversos tipos de música: la bachata, sensual baile sudamericano; la salsa, enloquecedora y cubana hasta reventar; la Kizomba, un tango a la africana que se baila más pegado que un político a su despacho…

Contemplo como las mujeres mueven el cuerpo voluptuosamente poniendo cara de éxtasis, mientras los machos deambulan por la sala suplicando un baile a la primera hembra que ven sola. “Se trata-me explica Durán-, de una especie de cortejo. Los tíos aprenden a bailar para intentar llevarse algún pibón de estos a la cama, ni más ni menos”

Aun reconociendo la validez del razonamiento de Durán, algo me dice que una motivación diferente se oculta en esos movimientos flexibles y complejos. Algo debe de haber, porque no entiendo entonces la necesidad de pasarse cinco horas bailando sin parar, aparte claro está del ejercicio físico.

“Si te das cuenta-prosigue Durán-, las mujeres necesitan expresarse corporalmente. No me preguntes por qué: lo llevan haciendo desde que nos bajamos de los árboles. Lo que al principio tenía una finalidad mágica, ahora es mundano, una manera de liberar tensiones”

Al rato se nos acercan dos mujeres jóvenes. Dos morenas de toma pan y moja. Con inocencia preguntan si queremos bailar, ya que al parecer somos los dos únicos tipos del garito que no lo hacemos. Yo contesto un poco azorado que Dios no me ha llamado por el camino de la bachata. Mí admirado Durán es un poco grosero: “los tipos como yo no bailan”, contesta quedándose tan pancho. Las chavalas nos miran con cara de estupefacción e ipso facto, se dan la vuelta y rápidamente comienzan a mover el esqueleto con un tipo obeso y otro que parece sacado del casting de Fiebre del sábado por la noche.

Espeto a Durán por su respuesta, como siempre, me responde con una de sus grandes frases de macho alfa:

-Los tipos duros no bailan bachatas de amor, amigo ¿te imaginas a Bogart bailando una salsa mientras se le cae el fusco en mitad de la pista?

No me lo imagino, claro. Ni a Bogart, ni a John Wayne, ni mucho menos a Stallone. Pero si me imagino a Don Juan de Austria, a Alejandro Farnesio o al hombre más duro que posiblemente haya existido: Pedro de Alvarado; un capitán de Hernán Cortes que en la noche triste acabó con su espada a decenas de aztecas mientras cubría, bajo la tormenta, la retirada de sus soldados.   

Tras tomar unas cuantas copas, tengo un pedo como un General, así que prudentemente decido retirarme a casa en un taxi. Me despido de Durán y cojo un pelas conducido por un tipo con greñas a lo rasta que huele a marihuana que apesta. Por el camino, recuerdo las palabras de Durán: “los tipos duros…” No sé. La verdad es que me encuentro algo confuso y no es por los pelotazos.

Llego a casa y duermo como un bebé con el pañal seco. Por la tarde, amparándome en las sombras del otoño para que nadie me reconozca, me apunto a clases de baile en una academia del barrio ¡he sucumbido a la tentación!

José Romero