Las ofensas de los eméritos vascos

Mi recordado y querido amigo Enrique Villar, que fue delegado del Gobierno en el País Vasco y que en paz descanse, solía decir con su voz socarrona e irónica, “soy cristiano católico apostólico y romano... Siempre pendiente de mejorar".
Y yo me identifico plenamente con esa expresión especialmente cuando leo y escucho a los obispos eméritos que sufrimos los creyentes en el País Vasco. Porque, créanme que a algunos nos cuesta rezar por ellos en esa parte de la Misa en que nos lo demanda la Santa Madre Iglesia a los fieles.

La admirada María San Gil, siendo presidenta del PP del País Vasco decidió un día pedir una entrevista al entonces obispo y hoy emérito de San Sebastián, Monseñor Setién, para exponerle lo desprotegidas y desconsoladas que se encontraban las víctimas del terrorismo y los cargos electos populares por parte de la iglesia vasca cuando veían que desde la diócesis guipuzcoana se hacían guiños a los proetarras. Es decir, a los verdugos, y se despreciaban a las víctimas.

El señor obispo, que ni se levantó de su sillón para saludarla, le espetó: “¿Donde está escrito que un padre tenga que querer por igual a todos sus hijos?".
Cuando nos acercamos al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y buscamos el significado de emérito nos encontramos con esta definición: “Dicho de una persona: Que se ha retirado de un empleo o cargo y disfruta algún premio por sus buenos servicios”.

El obispo Setién: “¿Donde está escrito que un padre tenga que querer por igual a todos sus hijos?"

Los buenos servicios de Monseñor Setién se entenderían por algunos en hacer y guardar bien el rebaño nacionalista vasco, proetarras incluidos, favoreciéndoles como esos árbitros deportivos caseros llamados palomas, no en forma de Espíritu Santo, sino de obispo terrenal.

Monseñor Blázquez en una ocasión cuando era obispo de Bilbao me hizo saber de un estudio interno de la iglesia vasca, hecho por la Universidad de Deusto, donde relataban que más del 70 por ciento del clero vasco se sentía y decía que era nacionalista. Desgraciadamente como recuerda la Biblia, por sus obras les conoceréis (Mateo. Capítulo 7, versículos 15-20).

Y lo digo porque me es muy difícil de olvidar en mi época de presidente de los populares vascos las peregrinaciones que teníamos que hacer por las parroquias guipuzcoanas para que nos permitiese algún párroco de esa provincia celebrar la misa de aniversario de Gregorio Ordoñez por su asesinato a manos de los criminales de ETA, ya que tenían órdenes del señor obispo que no se mencionase el nombre de Gregorio en dichas misas de recuerdo, alegando que no se mencionaban el de ningún difunto. Al final, de manera casi clandestina, como los primeros cristianos en las catacumbas romanas, nos concentrábamos los compañeros, amigos y familiares de Ordoñez en un convento de unas buenas monjas de clausura que nos cedían su pequeña iglesia, aun conocedoras de la furia y las represalias del señor obispo en cuestión.

Ese es uno de tantos capítulos que podríamos contar los que vivimos frente al terror de aquellos años, donde la guinda la puso otro cura vasco, diciéndonos que él no hacía responsos ni por su madre, cuando le pedimos que viniera al cementerio de Ermua a rezar con nosotros, los populares vascos, ante el nicho de Miguel Ángel Blanco el día del aniversario de su crimen. Y allí no apareció ningún sacerdote. Y mi compañero José Eugenio Azpiroz tuvo que hacer las funciones de cura rezando un padrenuestro para que le siguiésemos todos los allá reunidos a coro.

Otro cura vasco nos dijo que él no hacía responsos ni por su madre, cuando le pedimos que viniera al cementerio de Ermua a rezar con nosotros, los populares vascos, ante el nicho de Miguel Ángel Blanco el día del aniversario de su crimen

Pero eso de ser obispo emérito debe de tener un proceso contagioso agudo para hacer y decir barbaridades entre ellos, ya que sólo hay que leer las declaraciones de estos días del obispo emérito Juan María Uriarte recordándonos a todos que, según su opinión, “el Estado está obligado a pedir perdón por los excesos de las Fuerzas del Orden en su respuesta". Y, por si no había quedado, claro añadía que, “el diálogo ayudaría a solucionar el problema, pero el Gobierno no lo quiere".
Podría ser éste el guión escrito por su sobrina la abogada proetarra y miembro de la izquierda abertzale Jone Goiricelaya, pero no lo necesita el señor obispo. Lamentablemente le sale de lo más profundo del alma, humillar a las fuerzas de seguridad del Estado que han dado cientos de vidas para que podamos vivir en paz los vascos y el resto de los españoles, y hacer discursos que cualquier batasuno los firmaría.
No se acordará el señor obispo emérito, pero el obispo Uriarte me dio un cachete hace ya treinta años en la parroquia de la Reina de los Apóstoles de Santurce, donde vivía yo en aquel entonces. El pequeño cachete es uno de los ritos del sacramento de la confirmación que él me impartió.

Hoy a mi, y a muchos ciudadanos de este país, y especialmente a las víctimas del terrorismo, Uriarte ha pasado de darnos un cachete a pegarnos un puñetazo en la boca del estómago.

Pero tengo muy claro que las víctimas verán y estarán en el reino de los cielos y no tengo tan claro que todos los obispos eméritos lleguen a alcanzarlo.

Carlos Iturgaiz